¿Debería Escocia salir de la zona de la libra?

Cuando Escocia se prepara para el referéndum sobre la independencia que se celebrará este mes, el Reino Unido –y, de hecho, toda Europa– debe prepararse para las repercusiones de una respuesta afirmativa. La independencia de Escocia revolucionaría los marcos constitucionales británico y europeo y daría un impulso tremendo a otros movimientos separatistas europeos, desde Cataluña hasta el norte de Italia. Sin embargo, las repercusiones económicas de la independencia son mucho menos seguras.

Los partidarios de la independencia han insistido desde hace mucho en que están motivados por las características distintivas de la identidad escocesa, pero la historia y las tradiciones de Escocia, si bien son indudablemente suyas particulares, han ido cobrando forma a lo largo de siglos de relaciones mutuas con Inglaterra y otras partes de las islas Británicas.

El asunto más inmediato para los escoceses es el dinero. La cuestión de si una Escocia independiente podría o debería seguir utilizando la libra británica ha sido la dominante en los debates durante los últimos meses de la campaña del referéndum. El resultado –para Escocia, el Reino Unido y Europa– podría variar en gran medida, según sea la senda que elija Escocia.

Hasta ahora, los nacionalistas escoceses han insistido en que una Escocia independiente conservaría la libra, pero, en vista de lo mucho más fácil que sería argumentar a favor de una divisa distinta, por no citar el hecho de que el ministro de Hacienda, George Osborne, haya rechazado explícitamente la unión monetaria propuesta por el Primer Ministro de Escocia, Alex Salmond–, semejantes declaraciones equivalen a un gol en el equipo propio.

El problema que plantea la concepción de los nacionalistas escoceses es una imagen especular del principal defecto de la zona del euro. En vista de que una moneda única no puede funcionar sin una política monetaria común y de que las condiciones económicas en la unión monetaria difieren, los miembros particulares se verán a veces sujetos a políticas inadecuadas.

Por ejemplo, durante el auge de la construcción del decenio de 2000, Irlanda y España deberían haber tenido unas condiciones monetarias más estrictas, unos tipos de interés más altos y unos coeficientes préstamos/activos menores, pero su pertenencia a la zona del euro significaba que tanto los prestatarios estatales como el sector privado se beneficiaban de unos tipos de interés muy bajos. Después de que estallara la crisis financiera y las autoridades comenzasen a buscar formas de obligar a los bancos a reavivar los préstamos en esos y otros países en dificultades, resultó patente que no había instrumentos disponibles para ello.

Actualmente, el Reino Unido afronta un dilema similar. El auge inmobiliario en la zona de Londres requiere condiciones monetarias más estrictas, pero unos tipos mayores causarían estragos económicos en el resto del país, donde la recuperación sigue siendo anémica.

Además, Londres, como Alemania, mantiene un enorme superávit por cuenta corriente (el ocho por ciento del PIB), problema potencialmente grave, en vista del efecto deflacionario que el déficit de Alemania ha tenido en el resto de la zona del euro. El resto del Reino Unido ya tiene un déficit externo que es mayor que el de cualquier otro país industrializado.

La situación de una divisa puede depender de un sector potente y preeminente de la economía; en el caso de la libra, es el sector financiero. Algunos consideraron la rápida bajada de la libra en 2007 y 2008 –una depreciación del 30 por ciento ponderada en función del comercio– un estímulo económico muy necesario, dado el impulso que entrañaba para la competitividad de las exportaciones. La independiente política monetaria del Reino Unido le brindaba un nivel de flexibilidad del que las economías de la zona del euro carecían.

Pero la reavivación de la confianza en el sector financiero ha hecho que la libra  volviera a subir intensamente (un 18 por ciento desde el final de 2008), lo que ha erosionado la ventaja en competitividad del Reino Unido. Lo que es bueno para la City de Londres no lo es necesariamente para el resto de la economía.

Así, pues, escapar de una estructura económica que ata a Escocia a Londres presenta un inconfundible atractivo, que el gran economista escocés Adam Smith habría reconocido. De hecho, su obra más influyente, La riqueza de las naciones, se basó en la creencia de que los intereses de la comunidad mercantil de Londres estaban distorsionando la política comercial británica.

Sin embargo, la opción substitutiva de la conservación de la libra presenta sus propios problemas. Según el economista escocés Ronald MacDonald, una Escocia independiente debería tener su propia divisa, que tendría las características de una petrodivisa, dada la dependencia en que se encuentra su economía del gas y del petróleo del mar del Norte.

Pero substituir un sector dominante por otro no será beneficioso probablemente para el resto de la economía escocesa, que perdería competitividad siempre que un aumento repentino de los precios de la energía hagan subir el tipo de cambio. Al quedar industrias menos competitivas abocadas a la pérdida y la insolvencia, la actividad económica acabaría aún más concentrada y especializada.

La solución no es hacer que el tipo de cambio cargue con el ajuste. Las pequeñas y abiertas economías de Suiza y Noruega, modelos importantes para Escocia, padecieron las consecuencias de una apreciación intensa de la divisa durante la crisis financiera mundial. En el caso de Suiza, la solución fue la de aplicar un tope máximo al tipo de cambio del franco frente al euro.

Todo ello debería inspirar a Escocia para que persiga la asociación con una zona monetaria mayor y una economía más diversificada. ¿Qué tal estaría la adopción del euro?

Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University, Professor of History at the European University Institute, Florence, and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization, he is the author of The Creation and Destruction of Value: The Globalization Cycle, Krupp: A History of the Legendary German Firm, and Making the European Monetary Union. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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