¿Debería Europa estar practicando la fragmentación hidráulica?

La comunidad mundial de la energía está apasionadísima con la fracturación hidráulica, tecnología bastante reciente que ha abierto reservas de gas antes inaccesibles por estar atrapadas en formaciones subterráneas de esquisto. El auge de esa producción de gas de esquisto ha permitido a los Estados Unidos pasar a ser casi autosuficientes en materia de gas natural.

En cambio, Europa va claramente a la zaga. La exploración está avanzando sólo vacilantemente y la producción de gas de esquisto ni siquiera ha comenzado, lo que ha movido a muchos observadores a lamentar que Europa esté a punto de perder la próxima revolución energética. ¿Deberían estar preocupados los europeos?

Los críticos de la evidente falta de entusiasmo de Europa por la fracturación hidráulica pasan por alto dos aspectos fundamentales. En primer lugar, la geología de Europa es diferente de la de los Estados Unidos. Hay una gran diferencia entre los posibles depósitos ocultos en algún punto de grandes formaciones de esquisto y las reservas recuperables que se pueden producir económicamente.

De hecho, los cálculos aproximados de la Agencia Internacional de la Energía indican que las más importantes reservas recuperables de gas de esquisto están en los EE.UU. y en China, no en Europa. Además, incluso esos cálculos no son en realidad mucho más que suposiciones con algún fundamento, porque sólo en los EE.UU. se han sometido las formaciones de esquisto a una exploración intensa durante decenios.

Ese proceso no había comenzado en Europa hasta ahora. Polonia parece tener la geología más favorable de Europa y podría llegar a ser una productora importante a escala local dentro de unos diez años. Se trata de una coincidencia afortunada, porque probablemente la producción de gas de esquisto facilitaría políticamente el abandono progresivo de las subvenciones, económica y medioambientalmente irracionales, de Polonia a la producción (y consumo) local de carbón. La fragmentación hidráulica sería también un auge estratégico, porque reduciría la dependencia de este país respecto del gas de Rusia.

Pero los críticos partidarios de la fragmentación hidráulica en la Unión Europea pasan por alto un segundo aspecto: la UE no tiene competencias en materia de desarrollo del gas de esquisto en Europa. Los permisos y la reglamentación de las exploraciones y la producción se deciden en el nivel nacional.

Sin embargo, hay que reconocer que en Europa el fenómeno, conocido en inglés como Nimby (not in my backyard: “no en mis cercanías”) es un obstáculo mucho mayor que en los EE.UU. Si bien podría ser cierto que los europeos son demasiado sensibles a las preocupaciones medioambientales, los incentivos también desempeñan un papel. En particular, mientras que los derechos de propiedad sobre los recursos naturales en los EE.UU. suelen pertenecer al propietario del terreno bajo el cual se encuentran los recursos, en Europa la propiedad pertenece al Estado.

A consecuencia de ello, los europeos, al afrontar consecuencias medioambientales inciertas sin recibir ninguno de los réditos, suelen oponerse a la fragmentación hidráulica en sus cercanías. En cambio, en los EE.UU. los residentes locales se benefician ampliamente de poder vender sus derechos a las compañías de gas, fuerte contrapeso de los temores a costos medioambientales.

Pero el de la propiedad privada frente a la estatal de los recursos naturales no es el único factor institucional que subyace al auge del gas en los EE.UU. Una razón raras veces citada es la de que el desarrollo del gas de esquisto en este país se ha beneficiado de importantes incentivos fiscales, modelo que Europa no tiene motivo para emular. No cabe duda de que corresponde a los gobiernos un papel en el apoyo al desarrollo de nuevas tecnologías, como, por ejemplo, la fragmentación hidráulica, pero, una vez que se ha desarrollado esa tecnología, no hay razón para subvencionar una forma de producción de gas con desgravaciones fiscales.

Pero el aspecto más decisivo –y casi siempre pasado por alto– relativo a la fragmentación hidráulica es el de que el gas de esquisto, como todos los hidrocarburos, sólo se puede utilizar una vez. Así, pues, la verdadera cuestión es no la de si se debe desarrollar el gas de esquisto en Europa, sino cuándo: ahora o en el futuro.

En Europa se usa ya mucho el gas, pero su consumo está estancado (junto con su economía). Pese al interés despertado por la revolución del gas de esquisto, el costo de extracción del gas tradicional (en zonas terrestres) sigue siendo inferior al del gas de esquisto. Además, una red de gasoductos ya existente hace que se pueda distribuir dicho gas tradicional por Europa con un costo marginal. Así, pues, desde un punto de vista económico (y medioambiental), no es probable que la fragmentación hidráulica brinde grandes beneficios a Europa: el gas de esquisto podría simplemente substituir el abundante gas tradicional.

En un momento de tipos de interés bajísimos, el costo económico de retrasarse es pequeño. La mejor opción para Europa podría ser la de esperar y dejar que funcione el mercado. La fragmentación hidráulica no es aún una tecnología plenamente desarrollada, por lo que es muy probable que mejore con el tiempo. Tal vez Europa llegue a destacar en materia de “fragmentación avanzada” cuando ya se hayan agotado los depósitos de gas esquisto en los EE.UU.

Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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