Deberías meditar todos los días

Como vivo en el norte de California, donde este tipo de cosas es casi una norma local, pasé el Año Nuevo en un centro de meditación, rodeado de cientos de personas blancas adineradas, bien intencionadas y vestidas con ropa de la marca Patagonia, que buscaban restablecer el orden y equilibrio de sus vidas embrutecidas por la tecnología.

En otro momento me habría burlado de su proceder, pero últimamente le he tomado cariño a la sinceridad performativa puesta al servicio del equilibrio digital. En realidad, me ponen más nervioso quienes aún no se han rendido a los retiros de meditación.

Lo cual me lleva directo al tema: estamos en 2019, ¿por qué no has comenzado a meditar? ¿Por qué no lo ha hecho todo el mundo?

He sido periodista de tecnología durante casi veinte años y un devoto de la tecnología desde hace mucho más. Durante ese tiempo, me he obsesionado con la forma en que la experiencia digital codifica cómo desciframos la lógica del mundo real.

Es probable que la tecnología nos haya liberado de los viejos guardianes, pero también creó una cultura en la que cada uno elige sus propios nichos de verdad, que llevó al pensamiento conspiracionista al centro de la conciencia pública y atrajo la pesadilla incesante del drama de hermandad preparatoriana hacia cada esfuerzo humano.

También distorsionó nuestra experiencia de la realidad cotidiana. Objetivamente, el mundo actual está mejor que nunca, pero el mundo digital provoca, inevitablemente, que todo el mundo se sienta mal. Lo que nos altera no es solo el contenido de las noticias cotidianas, sino también la velocidad, el volumen y la saturación de la falsedad en todo ello.

Hace unos años, comencé a temer que los mecanismos cáusticos del internet estuvieran consumiendo mi cerebro, convirtiéndome en una persona ordinaria amargada, distraída y cínica por reflejo. Desde entonces, he hecho todo lo posible por desintoxicarme. Consulté bloqueadores de aplicaciones y monitores de tiempo en pantalla para mantenerme desconectado. Incluso leía las noticias en periódicos impresos para tener una presentación de los medios más lenta y reflexiva.

Pero la magia que se supone que cambiará tu vida al estar desconectado tiene sus límites. Los teléfonos inteligentes son fundamentales para la economía, como los autos y las tarjetas de crédito, y mucha gente tiene pocas posibilidades reales de abandonarlos.

Además, el mundo de la desconexión ahora está gobernado por lo que sucede en línea. El escape es imposible. Las bromas en Twitter programan de forma indirecta las noticias y no importa cuánto te esfuerces para proteger a tu hijo del oscuro poder de los teléfonos, su vida social seguirá aumentando y disminuyendo conforme a la dinámica inescrutable de Instagram y  el videojuego Fortnite.

Así que recurrí a la meditación para sobrevivir al internet comecerebros.

No pongas los ojos en blanco. Ya has escuchado hablar de los beneficios de la conciencia plena. La meditación ha escalado los peldaños de las modas del bienestar en la Costa Oeste de Estados Unidos durante varios años y ahora se afianza en la cima intelectual del momento.

Es el tema de innumerables libros, contenidos multimedia, convenciones y de una guerra de aplicaciones millonaria. La meditación es elogiada por los directores ejecutivos y presentadores, e incluso la imparten como una materia en la primaria de mis hijos (repito, estoy al norte de California). Esta moda está sustentada por toneladas de investigaciones científicas que demuestran los beneficios de la atención plena para tu salud física y mental, cómo incluso periodos muy cortos de meditación mejoran tu atención y tu capacidad de concentración, tu memoria y otras funciones cognitivas.

Hace un año, cuando comencé a meditar por primera vez, ya sabía todo esto, pero me seguía sorprendiendo cómo la práctica modificaba mi relación con el mundo digital. Al principio no fue fácil: después de décadas de nadar frenéticamente en los océanos digitales, me di cuenta de que con frecuencia mi mente estaba demasiado confundida para concentrarse. Sentarme en calma, en silencio y tratar de concentrar mis pensamientos en el presente fue atroz. Durante un tiempo, probé muchos libros y aplicaciones de meditación, en busca de distintos modos de tener una conciencia plena sin dolor.

Luego, hace unos cuatro meses, lo forcé brutalmente: hice de la meditación parte de mi rutina matutina y me obligué a cumplirla. Comencé con diez minutos diarios, luego la aumenté a veinte y luego a treinta. Con el tiempo, algo hizo clic y los beneficios se hicieron notorios, hasta que fueron excepcionales.

La mejor manera en que puedo describir su efecto es asemejándolo con una mejora del software de mi cerebro: una mejora diseñada para protegerme de la espantosa forma en la que el mundo en línea se apodera de tu tiempo y de tu mente.

Ahora, aun sin los bloqueadores de aplicaciones, puedo mantenerme alejado de las obsesiones absurdas de estar en línea sin preocuparme porque me estoy perdiendo de algo. Distingo mejor lo importante de lo trivial, soy más amable y empático con las demás personas en línea. Hasta donde sé, la gente en internet sigue equivocada pero, asombrosamente, ya no me importa.

Puedo anticiparme a tus pretextos. En primer lugar, esta noticia ya es vieja: los budistas siempre lo han sabido, la meditación es buena para ti y el nuevo columnista editorial aparece en la cuenta parodia @NYTOnIt. En segundo lugar, todo parece muy esotérico y de la nueva era: suena prometedor, pero no eres de las personas que se meten de lleno.

Aun así, espero que lo intentes. Espero que todo el mundo lo haga. (David Gelles de The Times escribió [en inglés] una guía estupenda para comenzar a meditar). No prometo que la meditación vaya a reparar todo el daño que el internet ha causado en ti. Pero… ¿y si lo logra?

Farhad Manjoo es columnista de opinión para The New York Times desde 2018. Antes escribía la columna State of the Art en el Times. Es autor de True Enough: Learning to Live in a Post-Fact Society.

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