Debo de ser anormal

Por Joseba Arregui (EL CORREO DIGITAL, 07/06/06):

Debo de ser anormal. Porque si la normalización de la sociedad vasca pasa por la autodeterminación, yo que no creo ni en la autodeterminación, ni que Euskadi sea Montenegro, ni que Europa haya institucionalizado el derecho de autodeterminación en su ámbito sin reparar en las circunstancias de la destrucción de Yugoslavia por el nacionalismo serbio, debo pensar que no me encuentro en la normalidad.

No debo de ser del todo normal, pues pienso que de haber alguna comparación entre Montenegro y Euskadi sería, aunque se enfanden muchos, la de considerar a Euskadi como Serbia de la que pudiera separarse una Álava-Montenegro.

Me siento fuera de la normalidad cada vez que escucho frases como la de que la sociedad vasca 'no entendería' esto o lo otro, pues con cierta frecuencia me sorprendo pensando precisamente eso que la sociedad vasca al parecer no puede entender. Por ejemplo, puedo entender perfectamente que Batasuna no puede sentarse a una mesa de partidos políticos vascos mientras no condene la violencia, o mientras no desaparezca ETA.

Puedo entender, por ejemplo, que si Batasuna, o su sucesora, da los pasos necesarios para incorporarse a la política democrática, no hay ninguna necesidad para ubicar la discusión sobre la reforma del Estatuto de Gernika fuera del Parlamento vasco. No me reconozco, por ejemplo, cuando alguien afirma que la sociedad vasca reclama el diálogo multipartito sin condiciones, ni límites, ni hipotecas. Tampoco me reconozco cuando alguien afirma que la sociedad vasca reclama una solución democrática al conflicto vasco, cuando alguien afirma que España no tiene un conflicto con la izquierda abertzale, sino con el pueblo vasco, pues esa afirmación me deja fuera de ese pueblo vasco: yo no tengo conflicto con el espacio constitucional de derechos y libertades que es hoy España.

Claro que, como me escribía un lector recientemente, no debo de ser totalmente vasco, pues si lo fuera admitiría el derecho de autodeterminación, compartiría las opiniones del lehendakari Ibarretxe. Al no hacerlo, debiera comportarme, es la opinión de quien me dirigía la carta, como un vasco en la Comunidad de Madrid, o como un catalán en la Comunidad andaluza: dejar que los madrileños o andaluces decidan lo que les parezca, sin entrometerse en ello. Lo mismo debiera hacer yo en Euskadi: dejar que los vascos, los de verdad, decidan lo que quieran y no entrometerme, pues estoy fuera de esa comunidad vasca.

Y es probable que, en parte, tenga razón mi comunicante: cuando cierta vez escuché en el Parlamento vasco decir a alguien que él era solamente vasco, pensé para mis adentros que yo solamente era Joseba Arregi, a veces y con dificultades. Pensé que se me hacía difícil aceptar que pudieran existir en el siglo XX o XXI identidades normativas, formas normativas de definir identidades, y menos exclusivas. Pensé que si bien era vascoparlante monolingüe en la infancia, me resultaba imposible decir que el español fuera una lengua extraña o extranjera para mí.

No termino de quitarme de la cabeza la idea de que cuando desde determinado nacionalismo se habla de la necesidad de respetar el pluralismo de la sociedad vasca, se trata de una afirmación de boca, pero que no se toma en serio, porque se piensa en el fondo del corazón que sería mejor una situación con menos pluralismo, o sin pluralismo alguno, o porque no se está dispuesto a extraer todas las consecuencias que de dicha afirmación se derivan.

No debo de encajar en la normalidad que al parecer se busca para la política y para la sociedad vascas si dicha normalidad implica declarar por superado el actual marco jurídico-político, si dicha normalidad significa que la situación que hemos vivido en los últimos 26 años en Euskadi es una situación marcada no sólo por la violencia y el terror de ETA, sino por la violencia que supone el marco constitucional y estatutario español y vasco (Díez Usabiaga). No debo de encajar en la normalidad vasca que se busca pues no estoy dispuesto a considerar que el marco constitucional y estatutario es una hipoteca de la que debemos librarnos para llegar a una solución democrática.

No debo de estar, al parecer, preparado para la normalidad vasca que promete la llamada izquierda abertzale y para la que algunos otros buscan formulaciones que superarían la imaginación de los ingenieros financieros o los alquimistas, una normalidad en la que se respeta a todos, incluidos los que no se consideran exclusivamente vascos al estilo nacionalista, a condición de que se acepten los presupuestos básicos que han sido los de ETA siempre.

Me encuentro con frecuencia fuera de la corrección política por pensar que lo que importa no es tanto la opinión de los familiares de las víctimas, sino el significado de los asesinados por ETA, un significado que no se puede desvincular del proyecto político por el que ETA asesinó. Y me encuentro fuera de la corrección política cuando pienso que ese significado político pone límites y condiciona el debate político sobre el futuro de la sociedad vasca. Me encuentro fuera de la corrección política cuando pienso que es falsa la alternativa entre respetar y dar la voz a las víctimas y/o reservar la capacidad de decisión sobre el futuro político de Euskadi a los representantes políticos: como si éstos pudieran actuar y decidir olvidando que ETA ha existido -todavía existe- y que ha matado por motivos políticos conocidos en detalle.

Pienso, a contracorriente, que el pluralismo de sentimientos de pertenencia de los vascos es un bien preciado a conservar y desarrollar, y no un obstáculo pesado que ojalá dejara de existir. Pienso que es mejor una sociedad en la que las identidades son complejas que una en la que las identidades son simples. Pienso que la historia de España es interior a la historia vasca, y la historia vasca es interior a la historia de España. Pienso que lo que hace necesario pactar 'ad extra' es la necesidad de pactar 'ad intra', y que por eso se compaginan mal las afirmaciones yuxtapuestas del derecho a decidir y la obligación de pactar: la obligación de pactar 'ad intra' implica la limitación del derecho a decidir -y si no, no es nada-.

A contracorriente seguiré pensando que la democracia futura de la sociedad vasca y su humanidad se medirá en el respeto al significado político de los asesinados: es una memoria que condiciona, es un límite que no se lo han inventado ellos, sino impuesto -nadie ha elegido ser asesinado- por ETA, es una hipoteca que no se salda con la simple promesa de no más asesinatos en el futuro: esa promesa puede valer para los familiares y amigos de las víctimas que pueden gozar, hoy, de una vida en libertad y sin amenazas, con la satisfacción de que ya no hay más asesinados. Pero no sirve para los que ya no pueden ni escuchar, ni gozar de la libertad, ni vivir con satisfacción la ausencia de más asesinados, ni dar su aprobación a nada, porque ETA lo ha impedido radicalmente.

El problema de la política vasca hoy no es tanto la memoria de las víctimas, la memoria de los asesinados por ETA, sino la memoria de los asesinos, de los victimarios. Pues, a contracorriente, pienso que las narrativas que se van elaborando tienen como fin construir una memoria de las víctimas amputada, una memoria sin asesinos, sin verdugos, sin victimarios. Una verdad parcial que es peor que la peor de las mentiras.

El problema de la política vasca hoy no es construir un futuro sin ETA, sino querer borrar la existencia de ETA de la historia, de las memorias, de las conciencias. Para que éstas no se tengan que confrontar con su propia responsabilidad. A contracorriente seguiré pensando que es tremendo e inaceptable que ETA haya asesinado a más de 800 personas a causa del conflicto, y que haya personas, construidas como interlocutores necesarios, que se atravan a afirmar que sólo hay futuro para la sociedad vasca si se encuentra una solución democrática al conflicto vasco, a ése que ha sido la causa de todos esos asesinatos.

Será minoritaria esta postura, será una especie de exilio interior, será contraria a la corrección política, incluso podrá ser tildada de contraria a la paz. Pero quizá seamos más de uno los que pensemos que nuestra libertad depende de seguir manteniendo esta postura, de nadar contracorriente, de no tener miedo a estar en minoría, porque la democracia garantiza el derecho de la mayoría a gobernar, pero ello no significa que la mayoría tenga razón, ni que sus decisiones sean verdad y justicia.

Porque la paz es libertad o no es nada. Y la libertad en Euskadi significa librarse de ETA. En todos los sentidos.