Decadencia y esperanza en Cataluña

Al principio fue una intuición minoritaria. Poco a poco se fue convirtiendo en una impresión incómoda creciente y en un rumor soterrado. Hoy sin embargo es una certeza trágica y un clamor compartido: Cataluña se encuentra en clara y franca decadencia. La política y la economía no son juegos. Las aventuras y revoluciones anarco-burguesas tienen un precio. Un precio que estamos pagando todos los catalanes.

La coincidencia entre tendencias económicas de medio plazo y la gravísima confrontación política de la última década han acelerado el declive económico de la comunidad. Esta decadencia se sintetiza en la caída de nuestra competitividad. Entre las 271 regiones europeas, Cataluña se situaba en la posición 103 en 2010. En 2019 terminamos en la posición 161. En esta década oscura del procés, hemos perdido 58 puestos, superando a cualquier otra región perdedora y quedando por debajo de la media europea.

William Faulkner fuma en Roma, en 1955. Mondadori (Getty Images)
William Faulkner fuma en Roma, en 1955. Mondadori (Getty Images)

El detonante del hundimiento de la competitividad de Cataluña es el procés y la agitación nacionalista. En nuestro mundo global, la estabilidad institucional es la pieza clave de la competitividad de los países y las regiones. Es muy difícil, largo y costoso ganar este atractivo, y es muy fácil, rápido y barato perderlo. De ahí la enorme irresponsabilidad de los líderes procesistas.

Los ideólogos del procés lanzaron su órdago amenazando con la desestabilización de España. En parte lo consiguieron. Pero sobre todo hundieron el horizonte de Cataluña. La factura de la fiesta independentista la estamos asumiendo todos los catalanes. Muy especialmente los trabajadores de las clases populares, los emprendedores y todos aquellos que no viven enchufados a las ubres de la gigantesca administración autonómica. Ciertamente, el procés ens roba: nos hurta nuestros derechos, nuestra libertad, nuestro dinero, nuestro empleo y nuestro futuro.

Los datos son inequívocos. En 2018, Cataluña cedió el liderazgo económico nacional. En el periodo 2017-2019, la inversión extranjera en Cataluña se desplomó un 83% en comparación con la media del trienio anterior. A pesar de tener casi un millón de habitantes menos, la Comunidad de Madrid ha superado en PIB a Cataluña, logrando un 20% más de PIB per cápita. El gap provocado por el desafío independentista es del -4,6 % del PIB, lo que significa -1.384 euros por catalán y año.

Son ya muchos años de envite separatista. La perennización de la confrontación está abrasando a Cataluña y amenaza a España entera. Algunos vemos con inquietud cómo las lógicas populistas y polarizadoras que han guiado al procés han saltado a la política nacional. Es un grave riesgo. Porque la decadencia en Cataluña no es sólo económica. Es, en primer lugar, institucional. Y cuando las instituciones se degradan se pierde la democracia.

Durante decenios, los catalanes nos sentíamos orgullosos de nuestras instituciones. Su estabilidad y prestigio eran uno de los sellos de Cataluña como sujeto histórico. Es doloroso ver la corrosión que han sufrido a lo largo de la última década: instrumentalizadas sectariamente, se han convertido en parodia de sí mismas y en meras herramientas de liderazgos caudillistas.

Pero no todo está perdido. La división y la tristeza no es un hado inamovible. Todavía estamos a tiempo de cambiar las tornas. Por primera vez en muchos años, hay una clara conciencia entre la mayoría de catalanes de que no vamos bien, de que ésta no es la Cataluña que nos merecemos. Esta conciencia de la decadencia puede ser, precisamente, el revulsivo del cambio.

Existen motivos para la esperanza. Pero hay que trabajarla. Es posible un cambio de escenario en Cataluña. La única condición es querer y empeñarse. Es necesario dedicar energías, recursos, inteligencia. Hay que decidirse a ganar. Es imperativo lograr una gran movilización para apartar democráticamente del poder a las élites nacionalistas que nos han robado una década preciosa.

Es imprescindible dar la batalla democrática en el campo que tan bien conoce el nacionalismo –y ahora particularmente ERC–: el de la hegemonía. En el corto plazo, comunicando con eficacia. En el largo plazo, creando cultura. Siempre, ganando por inclusión, desmontando la dialéctica binaria entre lo catalán y lo español y mostrando su plena complementariedad.

Ahora tenemos un reto inmediato: el próximo ciclo electoral en Cataluña. Estamos ante un hecho preocupante. Las encuestas oficiales revelan un sostenido declive del sentimiento independentista. Se da una sensación creciente de que Cataluña no va bien. Sin embargo, los independentistas volverían a ganar las elecciones, ampliando aún su mayoría parlamentaria.

Es cierto que la ley electoral no ayuda. Esa misma ley electoral debería llevarnos a poner los focos en la provincia de Lleida, donde se juegan las mayorías parlamentarias. Pero más allá, lo que revelan todos los estudios demoscópicos es una enorme desmovilización constitucionalista.

¿Cómo podemos revertir esta tendencia? Hemos vivido estos últimos meses un debate político imprescindible sobre qué fórmulas podrían concentrar y potenciar el voto constitucionalista. Pero a nosotros, como Societat Civil Catalana, lo que nos ocupa son las estrategias cívicas, comunicativas y sociales para lograr un vuelvo en la opinión pública. Y creemos que éstas deben transitar dos vías paralelas, que en cualquier caso comparten la voluntad de concienciación.

En primer lugar, es importante que la mayor parte de la población catalana tome conciencia de la situación de decadencia económica, institucional y social que vivimos. Ciertamente, el independentismo es rechazable porque rompe nuestra convivencia constitucional. Pero es conveniente subrayar ahora que es nefasto también porque sus líderes se han demostrado pésimos gobernantes y sus políticas son enormemente perjudiciales. Una década más de tensión nos llevaría al desastre irreversible. Con los independentistas en el poder, será prácticamente imposible pasar de la década de la confrontación a la década del reencuentro.

En segundo lugar, es perentorio concienciar a los constitucionalistas de la necesidad de ir a votar en las próximas elecciones. Esa desmovilización explica las últimas encuestas que hemos conocido. Se requiere un gran esfuerzo comunicativo de la esfera política y de la sociedad civil para que todos los catalanes participen activamente en los próximos comicios.

Los políticos deben asumir su parte de responsabilidad. Pero en una democracia madura, el futuro depende en buena medida de la capacidad de organización de la ciudadanía. Por eso llamamos a todos los constitucionalistas catalanes –y a los amigos del resto de España– a articularnos con eficacia para lograr un vuelco en Cataluña. Lograr la reconexión de la sociedad catalana con el proyecto común español sería un éxito colectivo que nos empujaría a afrontar con mayor serenidad y confianza los grandes retos que tenemos como país. ¿Vamos juntos a por ello?

Fernando Sánchez Costa es presidente de Societat Civil Catalana y Ferran Brunet, miembro de la Junta de Societat Civil Catalana responsable de Economía y Empresa.

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