Decadencia y ocaso de la decadencia y el ocaso de los Estados Unidos

Los Estados Unidos atraviesan tiempos difíciles. Su recuperación de la crisis de 2008 se ha frenado, y algunos observadores temen que los problemas financieros de Europa puedan empujar la economía mundial y de los Estados Unidos hacia una segunda recesión.

Por si fuera poco, los políticos estadounidenses siguen atascados en torno de cuestiones presupuestarias y es incluso más difícil que lleguen a un acuerdo cuando se tiene por delante la elección de 2012, en la que los republicanos esperan servirse de los problemas económicos para desbancar al presidente Barack Obama. En estas circunstancias, muchos predicen una decadencia de los Estados Unidos, especialmente en términos relativos respecto de China.

Y no solamente los expertos piensan así. Hace poco, el Pew Research Center condujo una encuesta en 22 países y encontró que en 15 de ellos, la mayoría de las personas creen que China sustituirá a los Estados Unidos como “superpotencia dominante del mundo”, o que ya lo ha hecho. En Gran Bretaña, los que piensan que China ya está en la cima aumentaron al 47%, respecto del 34% que eran en 2009. Se ven tendencias similares en Alemania, España y Francia. De hecho, la encuesta encontró percepciones más pesimistas de los Estados Unidos entre los aliados más antiguos y cercanos del país que en América Latina, Japón, Turquía y Europa Oriental. Pero esto no sucede solamente fuera del país; incluso los estadounidenses están igualmente divididos respecto de si China sustituirá a los Estados Unidos como superpotencia mundial.

Aunque estos sentimientos son un reflejo de los problemas fiscales y el lento crecimiento posteriores a la crisis financiera de 2008, no es la primera vez que ocurren en la historia. Los estadounidenses tienen una larga tradición de subestimar sus capacidades. En las décadas de 1950 y 1960, después de lo del Sputnik, muchos pensaron que los soviéticos aventajarían a los Estados Unidos; en la de 1980, se pensó lo mismo de los japoneses. Hoy son los chinos. Pero ahora que la deuda de los Estados Unidos va camino de igualarse de aquí a una década con la renta nacional, y mientras el sistema político se muestra incapaz de encarar los desafíos fundamentales del país, ¿habrá llegado la hora en que los “declinacionistas” finalmente tengan la razón?

La respuesta depende en gran parte de un factor que se suele subestimar: el grado de incertidumbre que traerán consigo los futuros cambios políticos en China. Es cierto que el crecimiento económico permitirá a los chinos acercarse a los Estados Unidos en materia de recursos de poder, pero eso no implica necesariamente que China vaya a desplazar a los Estados Unidos del lugar del país más poderoso.

Es casi seguro que dentro de diez años el PIB de China será superior al de los Estados Unidos, gracias al tamaño de su población y a su impresionante ritmo de crecimiento económico. Pero si nos atenemos al ingreso per cápita, pasarán décadas antes de que China alcance a los Estados Unidos (si es que lo hace).

Además, incluso aunque China no sufriera en el ámbito interno ningún contratiempo político de importancia, muchos de los pronósticos actuales se basan solamente en el crecimiento del PIB y no tienen en cuenta ni las ventajas militares y de poder blando de los Estados Unidos ni las desventajas geopolíticas de China. En la medida en que Japón, la India y otros países intentarán contrarrestar el poderío chino, le abrirán las puertas a la presencia estadounidense. Es lo mismo que si México y Canadá buscaran aliarse con los chinos para contrarrestar la influencia estadounidense en Norteamérica.

En cuanto a una declinación en términos absolutos, aunque los Estados Unidos tienen muchos problemas reales, la productividad de la economía estadounidense se mantiene en un nivel alto. El país mantiene la primacía en cuestiones como el gasto total en I+D, la calidad de sus universidades, la cantidad de premios Nobel y los indicadores del espíritu empresarial. Según el Foro Económico Mundial, que el mes pasado publicó su informe anual sobre competitividad económica, los Estados Unidos son la quinta economía más competitiva del mundo (detrás de cuatro economías pequeñas: Suiza, Suecia, Finlandia y Singapur). China figura en el 26° lugar.

Además, los Estados Unidos siguen a la vanguardia en tecnologías de avanzada como la biotecnología y la nanotecnología; esto difícilmente se condice con una idea de decadencia económica absoluta.

A algunos observadores les preocupa la posibilidad de que la sociedad estadounidense termine anquilosándose, como la del Reino Unido en la cima de su poder, un siglo atrás. Pero la cultura estadounidense es mucho más emprendedora y descentralizada que la cultura británica de aquel tiempo, cuando los hijos de los empresarios industriales iban a Londres a buscar honores y títulos de nobleza. Y a pesar de ciertos períodos preocupantes que se repiten en los Estados Unidos a lo largo de su historia, el país tiene la enorme ventaja de la inmigración. En los diez años anteriores a 2005, el 25% de los nuevos emprendimientos tecnológicos contó con la participación de inmigrantes nacidos en el extranjero. Como me dijo una vez Lee Kuan Yew, [ex primer ministro] de Singapur, China puede extraer los talentos de una población de 1.300 millones de personas, pero los Estados Unidos pueden extraer los de siete mil millones en todo el mundo, y recombinarlos en una cultura variada que fomenta la creatividad en formas que el nacionalismo étnico Han no puede igualar.

A muchos comentaristas les preocupa la ineficacia del sistema político estadounidense. Es verdad, los padres fundadores de la nación crearon un sistema de controles y contrapesos cuyo objetivo es preservar la libertad a expensas de la eficacia. Además, en este momento el país atraviesa un período de intensa polarización partidaria. Pero la política sucia no es una novedad en los Estados Unidos: el período fundacional fue cualquier cosa menos un idilio de deliberación desapasionada. En la historia del gobierno y de la política estadounidenses siempre hubo épocas como la de ahora, y si bien a la sombra de los melodramas actuales parecen poca cosa, lo cierto es que algunos de esos períodos fueron peores que el presente.

Los Estados Unidos enfrentan problemas serios: deuda pública, educación secundaria deficiente y atasco en materia política, por solo mencionar algunos. Pero no hay que olvidar que esos problemas son apenas una parte de todo el panorama, y que, en principio, se pueden resolver en el largo plazo.

Es importante distinguir los problemas que tienen solución de los que, en principio, no la tienen. De más está decir que aunque haya soluciones, nada asegura que los Estados Unidos puedan implementarlas; varias comisiones propusieron planes factibles para modificar la trayectoria de la deuda estadounidense, mediante un aumento de los impuestos y un recorte de los gastos, pero su factibilidad no es garantía de aplicación. Y sin embargo, es probable que Lee Kuan Yew tenga razón cuando dice que aunque China “hará sudar tinta a los Estados Unidos”, no superará el poderío general estadounidense durante la primera mitad de este siglo.

Si es así, las sombrías predicciones de un ocaso de los Estados Unidos en términos absolutos resultarán tan equivocadas como lo fueron otras similares en décadas pasadas. Y en términos relativos, si bien el “ascenso de los demás” implica que los Estados Unidos serán menos dominantes que en otros tiempos, esto no implica necesariamente que China ocupe su lugar como superpotencia mundial.

Joseph S. Nye Jr., ex subsecretario de defensa de los Estados Unidos, profesor en Harvard y autor de The Future of Power. Traducción: Esteban Flamini.

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