Acaba el primer cuatrimestre del año y ya han salido los principales indicadores de la evolución en la que se encuentra nuestro sistema sanitario público.
Hace unas pocas semanas conocíamos la situación con respecto a las listas de espera quirúrgicas y para consultas con un especialista, con los peores resultados desde que hay registros. Y hace unos días la patronal de las aseguradoras publicaba el dato trimestral del crecimiento del seguro de Salud. El cual, a pesar de los más de diez millones de asegurados que ya suscriben una póliza de asistencia sanitaria, sigue creciendo tanto en primas como en asegurados. Y ello ante una población que no sólo tiene que soportar esas listas de espera, sino que usa el sector sanitario privado para acceder a una atención sanitaria que a través de la Atención Primaria no encuentra respuesta.
Ayer, para acabar el mes, se hizo público el estremecedor dato para la salud de nuestros pacientes, sobre todo los más graves, de que España tarda casi dos años, 629 días, en acceder de media a la innovación farmacéutica. Y, cuando lo hace, lo limita a menos del 50% de las indicaciones.
Todo esto, junto con el ambiente de descontento y crispación que se vive entre nuestros profesionales (en permanente situación de huelga o manifestación), hace que el futuro de nuestro Estado de bienestar sanitario sea cada vez más pesimista. Y más ante la parálisis en la que se encuentran nuestros gobernantes por el miedo a la reacción popular en periodo electoral. Lo malo es que todavía falta más de medio año para que se celebren las elecciones generales. Y la deriva de nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS) no puede ser peor.
Ya antes de la pandemia las prestaciones del SNS estaban en una situación límite. Entre razones, por su falta de adaptación a la evolución sociodemográfica de nuestra población los últimos treinta años, y por la falta de aceptación de nuestro modelo sanitario basado en la colaboración público-privada desde sus orígenes. De ahí que en el Euro Health Index del año 2018 nuestra Sanidad ocupara un pobre puesto 19 entre los países de la OCDE en cuanto a calidad y prestaciones.
Además, la pandemia ha roto todas las costuras del sistema, produciendo un sinfín de problemas. De acceso al sistema, de descontento profesional, de falta de cohesión y equidad entre CCAA, de listas de espera, o lo referente al citado acceso a la innovación farmacéutica y a las últimas tecnologías.
Estos vicios, a los que cabe sumar una falta de actualización de las guías terapéuticas, hacen que las reformas en nuestro SNS se hayan vuelto no sólo urgentes, sino imprescindibles. Si no reconducimos el declive de nuestra Sanidad, seguiremos experimentando un incremento de la morbimortalidad de la población.
De entre las virtudes que cabe esperar de un gobernante, el cálculo y la prudencia son dos de las principales. Y no parece que estén presentes cuando no se quiere ver la pérdida de oportunidad que supone no acceder a determinados fármacos ante ciertas enfermedades. O lo que implica tardar meses y meses en dar con un diagnóstico de una patología grave por las listas de espera.
Sencillamente, si no hay reformas, no hay futuro para nuestro sistema sanitario público. A continuación, ofrezco diez propuestas que podrían ayudar a revertir la situación:
1. Lograr un acuerdo político que determine consensuadamente el modelo sanitario para los próximos veinte años, tal y como aprobaron los principales partidos políticos en el documento para la Reconstrucción Social y Económica de julio de 2020.
Un pacto que tenga por cometido aprobar una nueva Ley General de Sanidad adaptada a la situación sociodemográfica y a las necesidades actuales de los pacientes. La ley vigente tiene más del 70% de sus artículos derogados, o no son aplicables. No es posible reconducir la crisis sin voluntad política.
2. Incrementar el gasto general para Sanidad. Esto incluye el reconocimiento expreso dentro de la asistencia sanitaria de los gastos derivados dentro de las partidas que no han sido integradas con normalidad dentro de la cartera de servicios. Por ejemplo, la dependencia, la salud mental, la odontología o cualquier otra partida que sea sanitaria.
Está claro que hay que gastar el dinero de una forma más eficiente. Pero, sea como fuere, la media del gasto sanitario público en nuestro país está muy por debajo de la media destinada por los países de nuestro entorno. Habría que aumentarlo en al menos dos puntos del PIB.
3. Elevar la financiación finalista para medidas estructurales; es decir, gastos no recurrentes. Estar reforma se podría vincular a los fondos europeos Next Generation.
El documento para la reconstrucción llama a esta financiación "fondo sanitario plurianual". Pero no debe hacerse para necesidades asistenciales como la salud mental o la odontología, que estarán incorporadas en función del nivel de coberturas, sino para partidas estructurales como la inversión en digitalización, ciberseguridad o formación de profesionales.
4. Reducir costes. Dado que la demanda es ilimitada y los recursos son escasos se hace necesario definir cuál es el nivel de coberturas y prestaciones de la población que nos podemos realmente permitir, sin demagogias. Y, sobre todo lo demás, aplicar copagos en función del nivel de renta. Pretender dar una asistencia completa de las necesidades sanitarias sin aportación privada a través de copagos de quien se los pueda permitir es, sencillamente, engañar a la gente.
Del mismo modo, y en la linea con el documento de reconstrucción de julio de 2020, debe perseguirse una gestión basada en criterios de buena gobernanza, lo que afecta directamente a la obligatoriedad de plantear una política racional y controlada de recursos humanos. O sea, una gestión basada en criterios empresariales.
5. Definir un nuevo modelo de gobernanza en los tres niveles.
a) A nivel macro debe existir una mayor vinculación con las decisiones que se tome en el Consejo Interterritorial. Se debe definir una estrategia basada en la medición de indicadores y resultados sanitarios, crear agencias ágiles para la incorporación de la innovación y poner en marcha observatorios para el seguimiento del sistema sanitario en relación con la satisfacción del mismo, su calidad o su equidad. Y es imprescindible que se active algún estamento, del tipo de la Alta Inspección, que compruebe y audite que las comunidades autónomas cumplen con los acuerdos que se alcancen.
b) A nivel de la mesogestión, se debe promover una gestión asistencial en red incorporando en esas redes todas las estructuras sanitarias necesarias y disponibles, desde Atención Primaria a atención especializada y atención residencial, con independencia de su titularidad y gestionado por gerentes sin vinculación política. Es imprescindible para garantizar la eficiencia del sistema y sus buenos resultados sanitarios concentrar los servicios asistenciales en función de indicadores definidos con las sociedades científicas, porque la accesibilidad no es sinónimo de calidad asistencial.
c) A nivel de la microgestión, se debe promover la gestión clínica por unidades y trabajar con indicadores para conseguir los mejores resultados. Del mismo modo, se debe fomentar la investigación clínica y traslacional y el desarrollo profesional.
6. Diseñar un nuevo modelo de organización asistencial que se adapte a nuestras necesidades y aproveche nuestros recursos. Esto implica desde definir el nuevo rol de la enfermería, favoreciendo su especialización, a la creación de nuevos roles profesionales sanitarios que se adapten a las posibilidades y necesidades actuales (tanto personal técnico como de la bioingeniería). También, replantearse el papel del médico de Atención Primaria como responsable médico directo del paciente allá donde esté, o el papel asistencial del farmacéutico.
Del mismo modo, hay que incrementar la media y larga estancia e implantar modelos que aprovechen las posibilidades que nos otorga la digitalización de la asistencia. Y promover, aprovechando las posibilidades que nos da la transformación digital, el seguimiento y/o la hospitalización domiciliaria.
7. Afrontar y atender con medidas concretas los problemas de los pacientes. Urge un plan de choque para reducir drásticamente las listas de espera a través, por ejemplo, de una ley de garantías estatal y de la libertad de elección del usuario. Es inaplazable implementar un cambio de modelo para acceder rápidamente a las terapias farmacológicas más innovadoras, y establecer un sistema de incorporación de las nuevas tecnologías a través de la actualización de las guías terapéuticas clínicas.
8. Afrontar y atender con medidas concretas los problemas de profesionales. La escasez de sanitarios, por número o por falta de interés para trabajar en el sector público, hace obligatorio reformar el modelo organizativo hacia uno con competencias nuevas. Y con sistemas de retribución diferente y con nuevas posibilidades de desarrollo profesional. Hay que estimular la competencia entre los profesionales (y las instituciones), haciendo que el dinero vaya hacia la demanda. Que vaya allá donde más se gaste, y no hacia la oferta.
Debemos apostar por darle un nuevo rol al médico de Atención Primaria, porque es la base sobre la que se sustenta todo el sistema sanitario. Darle autoridad ante los especialistas para que obtenga información de sus pacientes. Debemos devolver a los médicos de la Primaria la dignidad frente a otros especialistas que, simplemente, los menosprecian. Hay que brindarles recursos, otorgarles más competencias y simplificar los trámites burocráticos.
9. Normalizar la actividad sanitaria privada. Mucha gente se resiste a aceptar que la intervención de la sanidad privada es y ha sido imprescindible en nuestro modelo asistencial desde sus orígenes. La actividad sanitaria que se realiza en el sector privado supera con creces el 30% de la actividad total. Por tanto, hay que promover la interoperabilidad entre las diferentes instituciones sanitarias con independencia de su titularidad. Y favorecer la continuidad asistencial, y así evitar duplicidades e ineficiencias para el sistema y molestias innecesarias para los pacientes.
Del mismo modo, habría que elaborar un mapa de recursos tecnológicos para las prestaciones más complejas, y ponerlas a disposición de la población general. Darle estabilidad a los conciertos y favorecer el seguro sanitario individual con ciertas limitaciones y control por parte de las aseguradoras.
10. Unificar y centralizar en lo posible la Sanidad, reforzando el papel de la Agencia Española de Salud Pública. De hecho, esta es la única medida de las propuestas con alguna posibilidad de ver la luz esta legislatura.
La Agencia debe liderar y coordinar la estrategia del Estado en estas cuestiones para todas las CCAA. Es necesario unificar los planes de vacunación y los de prevención, así como reforzar la sensibilización de la población para generar una cultura de prevención generalizada.
Ninguna de estas propuestas se apartan del consenso de la gran mayoría de especialistas en el sistema sanitario. Si no las acometemos, seguiremos asistiendo al declive del SNS, hasta que quede para poco más que para la beneficencia que existe en otros países.
Estas reformas tratan de ser continuistas con la idiosincrasia de nuestro modelo. Pero siempre cabe la posibilidad de romper la baraja y poner encima de la mesa otro modelo completamente diferente. Aunque eso ya es otra historia.
Juan Abarca Cidón es el presidente de la fundación IDIS.