Decir que no a los belicistas

El acuerdo logrado en Viena para poner freno a las actividades nucleares del Irán ha puesto furiosos a los belicistas. Los ciudadanos del mundo entero deben apoyar el valiente empeño del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, para superarlos, teniendo en cuenta que entre los firmantes figuran, además de los EE.UU., los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania.

Muchos de los belicistas forman parte de los propìos organismos gubernamentales de Obama. A la mayoría de los americanos les cuesta reconocer o entender el Estado de seguridad permanente de su país, en el que políticos democráticamente elegidos parecen dirigir el cotarro, pero la CIA y el Pentágono toman con frecuencia la iniciativa: un Estado que gravita inherentemente hacia las soluciones militares, en lugar de las diplomáticas, para los imperativos de la política exterior.

Desde 1947, cuando se creó la CIA, los EE.UU. han tenido una política, a medias encubierta y a medias a las claras, consistente en derrocar gobiernos extranjeros. En realidad, la CIA fue concebida para evitar la auténtica supervisión democrática y facilitar a los presidentes una “denegación verosímil”. Ha seguido derribando decenas de gobiernos en todas las regiones del mundo sin rendir de cuentas en ellas ni en su propio país.

Recientemente he examinado un período de la actividad de la CIA en mi libro To Move the World: JFK’s Quest for Peace. Poco después de que Kennedy tomara posesión de la presidencia en 1961, fue “informado” por la CIA de su complot para derribar a Fidel Castro. Kennedy se quedó mudo: ¿debía sancionar la planeada invasión de Cuba o vetarla? Como carecía de experiencia con aquel juego horripilante, Kennedy intentó hacer las dos cosas, dejando que prosiguiera, pero sin la cobertura aérea de los EE.UU.

La invasión organizada por la CIA y ejecutada por un grupo heterogéneo de exiliados en la bahía de Cochinos, fue un fracaso militar y un desastre de política exterior, que provocó la crisis de los misiles cubanos el año siguiente. Durante dicha crisis, la mayoría de los funcionarios superiores de seguridad que asesoraban al Presidente querían lanzar acciones militares contra las fuerzas soviéticas, actitud que bien podría haber acabado en la aniquilación nuclear. Kennedy desautorizó a los belicistas y superó la crisis mediante la diplomacia.

En 1963, Kennedy ya no confiaba en el asesoramiento del Ejército ni de la CIA. De hecho, consideraba a muchos de sus supuestos asesores una amenaza para la paz mundial. Aquel año, recurrió a la diplomacia constante y hábilmente para lograr un acuerdo nuclear con la Unión Soviética, que fue un gran avance: el Tratado de Prohibición Parcial de los Ensayos Nucleares.

El público americano apoyó firmemente –y con razón– a Kennedy contra los belicistas, pero, tres meses después de que se firmara el Tratado, J.F.K. fue asesinado.

Visto a través de la lente de la Historia, la tarea principal de los presidentes de los EE.UU. es la de ser lo bastante maduros y sensatos para hacer frente a la máquina de guerra permanente. Kennedy lo intentó; su sucesor, Lyndon Johnson, no y a continuación vino el desastre de Vietnam. Jimmy Carter lo intentó; Reagan, no (su CIA contribuyó a desencadenar la muerte y el caos en Centroamérica a lo largo del decenio de 1980). Clinton lo intentó en gran parte (excepto en los Balcanes); George W. Bush, no y provocó nuevas guerras y agitación.

En conjunto, Obama ha intentado contener a los belicistas, aunque ha cedido ante ellos con frecuencia: no sólo utilizando los aviones no tripulados, sino también emprendiendo guerras encubiertas en Siria, Libia, el Yemen, Somalia y otros sitios. Tampoco puso fin de verdad a las guerras de los EE.UU. en el Iraq y en el Afganistán; substituyó las tropas en el terreno por aviones no tripulados de los EE.UU., ataques aéreos y contratistas “privados”.

Su mejor momento ha sido sin lugar a dudas el del acuerdo con el Irán, un hito sin precedentes que requiere una aprobación total. La dificultad política de hacer la paz con el Irán es similar a la de la paz de J.F.K. con la Unión Soviética en 1963. Los americanos han sospechado del Irán desde la Revolución islámica de 1979 y la posterior crisis de los rehenes, en la que unos estudiantes iraníes mantuvieron secuestrados a 52 americanos en la embajada de los EE.UU. durante 444 días, pero su sospecha refleja también una manipulación patriotera y una falta de perspectiva respecto de las relaciones EE.UU.-Irán.

Pocos americanos saben que la CIA derrocó un gobierno democrático iraní en 1953. Los iraníes habían tenido la temeridad de elegir a un Primer Ministro progresista y secular, que consideraba que el petróleo de su país pertenecía a su pueblo, no al Reino Unido ni a los EE.UU. Y pocos americanos recuerdan que, después del golpe, la CIA instaló un brutal Estado policial con el Shah.

Asimismo, tras la Revolución iraní de 1979, los EE.UU. armaron al Iraq de Sadam Husein para que hiciera la guerra contra el Irán, de la que resultaron centenares de miles de iraníes muertos en el decenio de 1980. Y las sanciones internacionales promovidas por los EE.UU. e impuestas a partir del decenio de 1990, han ido encaminadas a empobrecer, desestabilizar y en última instancia derrocar el régimen iraní.

En la actualidad, los belicistas están intentando frustrar el acuerdo de Viena. Arabia Saudí mantiene una violenta lucha con el Irán por la supremacía regional, en la que la competencia geopolítica converge con la rivalidad suní-sufí. Israel, la única potencia nuclear de Oriente Medio, quiere conservar su monopolio estratégico. Los belicistas de los EE.UU. parecen considerar que todo Estado islámico ha de ser derrocado.

Obama tiene razón en que los verdaderos intereses de los Estados Unidos y los del mundo requieren la paz, no un conflicto continuo, con el Irán. Los EE.UU. no tienen una posición partidaria en la lucha shií-suní; si acaso, afrontan principalmente el terrorismo suní, financiado por Arabia Saudí, no el terrorismo shií, respaldado por el Irán. Obama tiene razón también en que, pese a los argumentos de Israel, el acuerdo reducirá la posibilidad de que el Irán llegue jamás a ser un Estado nuclear.

La forma mejor de garantizar ese resultado es la de normalizar las relaciones con él, contribuir a su recuperación económica y apoyar su integración en la comunidad internacional. La del Irán es una gran cultura antigua. Su apertura al mundo como lugar de negocios, turismo, artes y deportes sería una bendición para la estabilidad y la prosperidad mundiales.

El nuevo tratado impedirá de forma verificable que el Irán desarrolle un arma nuclear durante al menos un decenio... y lo mantendrá vinculado a la no proliferación nuclear después. Éste es el momento de iniciar una mayor aproximación EE.UU.-Irán y crear un nuevo régimen de seguridad en Oriente Medio y el mundo que propicie un desarme nuclear mundial. Para lograrlo, es necesario, por encima de todo, substituir la guerra (incluidas las guerras secretas de la CIA) por el comercio y otras formas de intercambio pacífico.

Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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