Deconstruyendo 'El buen patrón': los clichés antiliberales de una gran película

A Javier Bardem, que está espléndido en El buen patrón, le asaltó la duda mientras leía el guión: qué tengo entre manos, se dijo, ¿un drama o una comedia? Nos sucedió a todos, a la salida del cine, y resolvimos el dilema con cierta naturalidad: las dos cosas. Es comedia y es drama. Y de hecho está en el corazón de la película, que amenazó con dejar a cero al resto en los Goya (nunca un título apiló veinte candidaturas), el ánimo de jugar con la ambivalencia, de moverse en los grises, de dejar la dualidad al margen.

El personaje de Bardem es paradigmático, en este sentido, como patrón de provincias que dirige, al tiempo, el negocio familiar y las vidas de los empleados (“vosotros sois mi familia”). “Quería que fuera un personaje con el que se pudiera empatizar, que de algún modo pudiéramos entender sus razones y que fuéramos capaces de reírnos con él”, explicó Fernando León de Aranoa, autor de la película, en una entrevista. “No quería dibujar a un empresario arquetípico. Deseaba huir del retrato del empresario malvado o maniqueo porque sí. No pretendía caer en lugares comunes”.

Confirma con sus palabras Aranoa, uno de los mejores escritores del cine español, que El buen patrón es una película sobre los límites de un poder sin límites. O, lo que es lo mismo, sobre las fronteras de la moral. Pero su esfuerzo berlanguiano por la ecuanimidad, su aproximación a los personajes desde la indulgencia y la ternura, desde la algazara en la tragedia, se queda a medio camino por una condición inevitable. Que Fernando León de Aranoa es, al comienzo y al final del día, Fernando León de Aranoa. Y que su cine, por inseparable de sí mismo, es inseparable de cierta visión dickensiana de las cosas.

Y las cosas, por supuesto, se extienden a las fábricas.

Lectura política

En León de Aranoa, lo artístico es político y lo político es espiritualmente muy cercano a Costa-Gavras, que concentró en una frase el océano de sus frustraciones: “La idea de izquierda existe, pero el problema es que no hay hombres de izquierda”. De modo que, con el cine de León de Aranoa, se hace muy tentador acompañar el análisis cinematográfico de la lectura política.

Salta a la vista sin necesidad de binoculares cómo, en su esfuerzo por descifrar el código genético del homo empresarius español, El buen patrón va acumulando clichés antiliberales. No parece casual que la rutina del empresario se vea interrumpida por la reacción de un empleado a su destino. Desde el momento en que José, despedido e indemnizado según lo establecido por ley, decide instalarse a las puertas de la fábrica, megáfono y pancarta en mano, para vengarse del empresario.

Admitió León de Aranoa que en la soledad de José está el drama de la historia: ningún compañero se solidariza con él por temor a aparecer en una lista negra. Que esa es y no otra la gran diferencia social respecto a Los lunes al sol y de los últimos veinte años: la derrota de la lucha de clases para gloria del individualismo.

Pero ¿asumimos que un despido es un crimen que justifica su castigo? ¿Debería la contratación de un trabajador llevar aparejada la inequívoca garantía de la permanencia vitalicia, únicamente supeditada a la voluntad del trabajador? ¿De qué manera es justificable, más allá de la catadura moral del empresario, tratar de arrebatarle la reputación y el negocio y someterlo a chantaje por un cese?

Comentó un amigo que no es distinto a separarte de tu mujer y sufrir su acoso, a diario, desde el portal de tu casa. Que, de alguna manera, reside en esa imagen la idea de que no existe el derecho al divorcio y que la crueldad y la violencia son aceptables, siempre que procedan de la persona indicada. ¿Acaso no es esa la lógica que, durante años, respaldó los escraches a políticos? ¿No es esa la ideología que interviene en los debates para monopolizarlos o, lo que es lo mismo, impedirlos?

Subvenciones y herencias

Tampoco resulta ajeno que la empresa que concentra la acción de El buen patrón se dispute una subvención, que no hay sector privado sin Estado. O que Javier Barden dirija la compañía como causahabiente de su padre. De fondo resuena la idea de que no hay mérito posible tras la herencia. Un asunto sensible para la izquierda populista, que cuestiona la legitimidad de la sucesión, quién sabe si también de la propiedad privada, y que critica de partida y con puntualidad el esmero de los sucesores, quién sabe si por no correr la misma suerte.

Rara vez ha dado la izquierda populista respuesta a una pregunta: ¿qué hay de siniestro en legarle al hijo lo propio? ¿Hay gesto de ternura equiparable a entregar la obra de una vida al hijo, para que la continúe, con la inequívoca resolución de acomodarle el camino o de no terminar en uno mismo?

El trabajo de León de Aranoa es extraordinario. Se vuelve irresistible decir que nos gusta mucho El buen patrón, que le sobran los argumentos para salir a hombros de los Goya. Pero igual que nos damos cuenta de su talento, lo hacemos de ciertos clichés que se repiten y heredan, que sobreviven al tiempo.

Jorge Raya Pons

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