Decrecimiento

Hace poco tiempo se reunieron en Venecia cientos de investigadores económicos y sociales para debatir las perspectivas de un nuevo modelo económico basado en la idea del decrecimiento económico medido en términos de producto bruto. Debatieron estrategias públicas e iniciativas individuales para mejorar la calidad de vida de las personas con criterios que integren sentido de la vida y placer de vivir con trabajo y consumo. Sus ideas reflejan una realidad creciente en Catalunya, en España y en el mundo. Miles y miles de personas practican total o parcialmente la autosuficiencia económica, construyen redes de trueque, organizan cooperativas de crédito, producción y consumo y experimentan con un nuevo tipo de vida cotidiana.

A pesar del creciente interés por dichos modelos alternativos, son generalmente tratados con desdén por políticos y economistas oficiales. La idea generalizada es que ganar dinero y consumir objetos o servicios es lo que colma las apetencias de la gente. Y que el atender a la familia requiere dar la prioridad a ese crecimiento económico madre de la satisfacción de cualquier necesidad. La prioridad del crecimiento no se discute. Si acaso, la distribución de sus resultados.

Y de repente resulta que lo que llamamos “la crisis” se convierte en decrecimiento continuo en términos de producto bruto, de salario y sobre todo de empleo. El reciente informe del FMI sobre las economías europeas señala que, en el mejor de los casos (es decir, suponiendo que no haya un nuevo desplome financiero), la economía española no recuperaría su nivel de PIB del 2008 hasta el 2018. Y de entrada para el 2013 se proyecta un decrecimiento del PIB del 1,3%. Portugal, Italia y Grecia aún tardarían más en la recuperación del nivel del 2008. El paro en España seguiría situándose por encima del 20% en el 2017. Lo cual, ajustando paro juvenil por el general según las proporciones actuales, dejaría a más del 40% de jóvenes sin trabajo en el 2018. Así pues, la oposición entre el crecimiento de la economía oficial y la economía alternativa no se traduce en la dicotomía crecimiento/decrecimiento, sino entre distintas formas de estancamiento o decrecimiento según medidas tradicionales. Con la diferencia de que la economía tradicional parece agotada en su recorrido histórico, mientras que los nuevos experimentos de organización económica y social se arraigan en una cultura diferente que depende de nosotros y no del autómata financiero que impone sus imprevisibles turbulencias de información (que no se ajustan tampoco al mercado) sobre la vivencia humana.

En realidad, la crisis no hace sino empezar, porque aún no se han producido desplomes sustanciales (aunque Bankia fue rescatada in extremis y perdió un 25% de depósitos en el 2012) o catástrofes monetarias (como el aún posible fraccionamiento del euro). Ni tampoco explosiones sociales de envergadura, por el buenismo de los indignados. Pero la tormenta perfecta se está fraguando, en Europa y en España en particular. La cuestión es que la crisis financiera, de cuya contención dependen crédito e inversión y por tanto el empleo y la demanda y el relanzamiento del crecimiento en los términos usuales, está siendo tratada con parches a corto plazo. Disfrazados con mentiras y manipulaciones de gobiernos e instituciones financieras.

Veamos, por ejemplo, la famosa solución del banco malo español que limpiaría los activos tóxicos del sistema financiero. En esencia, consiste en que un nuevo banco dependiente de una sociedad de gestión de activos con respaldo público, Sareb, a punto de aprobarse en los próximos días, compraría, de forma obligada, activos tóxicos considerados incobrables de los bancos nacionalizados (los tóxicos de otros bancos podrían acogerse al sistema voluntariamente). El banco malo gestionaría estos activos para poder ir vendiéndolos lo antes posible en un plazo máximo de 15 años. Así se sanearían relativamente los bancos en peligro, de forma que su recapitalización por el Estado, con fondos europeos, fuera menos costosa y gravara menos la deuda pública.

Está en debate el precio de adquisición de estos activos, casi todos inmobiliarios, con descuentos del 86% sobre el valor contable original para el suelo, del 59% para la vivienda nueva y del 48% para la vivienda usada. El BCE obligó a descuentos mayores de los previstos por el Gobierno para disminuir la carga financiera del banco malo, cuya insolvencia tendría que asumir el Gobierno y en último término el BCE. Las entidades financieras no intervenidas critican la magnitud del descuento porque temen el impacto de los precios de venta de estos activos sobre sus propios activos tóxicos, de los que se quieren desprender. Y esto podría perjudicar al sistema financiero en su conjunto. En realidad, el 90% del pago por los tóxicos proviene de deuda emitida por el banco malo, en una primera fase de deuda avalada por el Tesoro. De modo que es una forma indirecta de aumento de la deuda pública (y por tanto, a cargo del contribuyente) disfrazada con su dilación en el tiempo y el supuesto, poco realista, de recuperar la inversión con la venta de activos hoy invendibles conforme el precio de mercado se fuera acercando a un nivel real.

¿Montante de la operación en el futuro? Según el presidente del FROB, Fernando Restoy, hasta 90.000 millones de euros. Siendo así que el total del rescate bancario se cifra en torno a 40.000-50.000. O sea, que el Gobierno disfraza el doble de deuda del rescate bancario a través del banco malo para dejar bien a Angela Merkel y con la complicidad del BCE. Como los mercados lo saben, no es de extrañar que el FMI prevea que la prima de riesgo española se situaría en 750 puntos en caso de que no se hicieran la unión bancaria y la unión fiscal en el 2014. Lo que conllevaría la salida del euro. Pero ni siquiera es probable que se llegue allí, porque la destrucción de empresas y empleo en estos meses hará inmanejable una economía ficticia que sobrevive por inercia. El decrecimiento es la realidad. Tal vez tendríamos que asumirlo en positivo en lugar de escaparnos en espejismos financieros.

Manuel Castells

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