Dedo, congreso o primarias

Tras una derrota electoral, la vida interna de un partido cobra protagonismo. En muchas ocasiones, un sector "crítico" que anteriormente no existía comienza a pedir cambios. Generalmente, entre sus reivindicaciones suele haber demandas de democratización del funcionamiento interno. En grandes líneas, es lo sucedido en las últimas semanas dentro del Partido Popular. Tras los resultados del 9-M, aquellos que durante la anterior legislatura alentaron la estrategia de la crispación comenzaron a pedir la dimisión de Mariano Rajoy. Y cuando éste resistió y ellos vieron que su alternativa no podía triunfar en el próximo congreso del partido, se convirtieron en defensores de las primarias. Pero ¿son las primarias el mejor método de selección de líderes?

Las formaciones políticas son democráticas en la medida que permiten a sus miembros tener un papel activo en la toma de decisiones. Cuanta más gente pueda participar, más democrática es su organización interna. Y su contribución no debe reducirse a la selección de dirigentes, sino también a las labores programáticas y de definición ideológica. Ahora bien, abrir los partidos a la participación interna tiene beneficios pero también costes.

La principal ventaja de la democracia interna es que la receptividad de los políticos aumenta, cumpliendo así uno de los objetivos de la democracia: que los partidos escuchen a la ciudadanía. La apertura de la organización interna puede funcionar como un sistema de alerta temprana. Al igual que sucede en los aviones, cuando el rumbo de la nave es el equivocado comienzan a encenderse luces rojas. Una formación política que permite una amplia participación de sus miembros gana en señales de alarma y permite que el partido no se aleje de uno de sus principales fines: mantener sintonía con los ciudadanos. Un ejemplo puede clarificar esta idea. A finales de los ochenta y principios de los noventa, en el PSOE florecieron casos de corrupción, pero la férrea disciplina interna que impuso Alfonso Guerra no permitió que las luces rojas se encendieran, lo que terminó mermando los apoyos electorales de ese partido.

La democracia interna también tiene costes. Si una formación política está dividida en familias, su organización se puede debilitar. Surgirán dirigentes que compitan manifiestamente entre sí. Y este debilitamiento le restará fuerza electoral, porque los ciudadanos no apoyan a partidos divididos. Si nos centramos sólo en la selección de líderes, hay tres modelos posibles, cada cual con sus costes y beneficios. En primer lugar, los partidos pueden optar por elegir a sus dirigentes contando con la opinión de un número muy reducido de personas. El ejemplo más reciente es la selección de Rajoy como líder del PP al final de las dos legislaturas presididas por Aznar. En este modelo, la receptividad del partido es nula; nada garantiza que la nomenklatura siga las preferencias de la ciudadanía. En cambio, la disciplina interna garantizará la unidad.

En segundo lugar, pueden inclinarse por el extremo opuesto: las primarias. Así son muchos los que participan en el proceso de selección del líder. El partido es enormemente receptivo y las preferencias de la ciudadanía llegan de forma nítida. El coste es para su organización interna. Por un lado, conlleva un exceso de desgaste. No sólo los electores se pueden sentir desconcertados, sino que además la estructura interna se debilita. De hecho, en aquellos lugares donde se usan las primarias para seleccionar a los líderes, los partidos son frágiles. Por otro, si las primarias sólo se usan para elegir a candidatos electorales, la bicefalia se convierte en foco de inestabilidad.

Una tercera opción es elegir a los dirigentes a través de congresos. Es el modelo preferido por los partidos en las democracias parlamentarias. Cuando no son a la búlgara, los congresos nacionales incrementan la receptividad de los políticos. En la medida que dependen de numerosos delegados, aquellos que quieren ser elegidos deberán escuchar sus demandas. Algunos pueden considerar que este grupo de militantes no son una muestra representativa de la sociedad, pero lo cierto es que no existe evidencia empírica que demuestre que los miembros de un partido son muy diferentes del resto de ciudadanos.

El coste de este modelo de selección es el posible debilitamiento de la organización interna. Cuando la formación se encuentre muy dividida, los congresos hacen emerger esta fragmentación. No obstante, también es cierto que los cuadros intermedios pueden atemperar los posibles conflictos internos. Así el debilitamiento organizativo es menor que en las primarias.

Podemos concluir que los congresos son el modelo óptimo de selección de dirigentes: incrementan la receptividad de los partidos y su organización interna sufre menos desgaste que en los modelos más abiertos. En cuanto a las primarias, podrían ser una buena alternativa si todos los partidos las usaran, si se emplearan para algo más que seleccionar candidatos y si las reglas del juego estuviesen claramente delimitadas.

Pero las esporádicas reivindicaciones que escuchamos en la democracia española no parecen responder a una preferencia sincera. Más bien, son la reclamación de aquellos que se saben minoría dentro de una determinada organización. De hecho, muchos de los que ahora las proponen para el PP, las usaron en su momento contra el Partido Socialista.

Ignacio Urquizu, politólogo de la Fundación Alternativas.