Defender lo obvio

Nos lo advirtió con lucidez Bertolt Brecht, que no era precisamente de derechas: «¿Qué tiempos son éstos en los que tenemos que defender lo obvio?». El diagnóstico sigue vigente. Basta con abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor para que se nos ocurran una ristra de obviedades que debemos defender.

Mirando la historia de nuestra patria, comprobamos que España fue una de las primeras naciones europeas que se constituyó como tal. Sin imposición alguna, la lengua castellana se convirtió en lengua común de todos los españoles y, luego, en una de las grandes lenguas universales.

El descubrimiento de América fue, sin duda, una de las mayores hazañas de la humanidad. España no consideró nunca colonias a los países hispanoamericanos: allí hubo mestizaje, no genocidio.

Defender lo obvioDesde su nacimiento, España ha sido una nación, no una 'nación de naciones' (ese camelo inventado para contentar a los independentistas). Es obvio que la unión hace la fuerza. En la Primera República, el cantonalismo tuvo consecuencias bufas; en la Segunda, los republicanos de izquierdas también defendían la unidad nacional. No existe esa mentira llamada 'países catalanes'. Navarra posee una personalidad histórica muy fuerte, distinta de la vasca. El federalismo no soluciona nada, no lo aceptan los independentistas ; por eso, el socialismo catalán inventó esa logomaquia llamada 'federalismo asimétrico', tan contradictoria como un círculo cuadrado. La experiencia ha demostrado que las crecientes cesiones a los independentistas tampoco arreglan nada: no es eso lo que exigen.

Los símbolos nacionales nos representan a todos, no a una sola ideología. Llamar 'trapo' a nuestra bandera o 'cutre pachanga' a nuestro himno ofende a todos los españoles, igual que injuriar la Cruz ofende a todos los cristianos.

En una guerra civil, no hay un lado bueno y otro malo. En la nuestra, cometieron atrocidades los dos bandos; limitarlas sólo a uno es faltar a la verdad. Esa Segunda República que ahora algunos idealizan como una 'luz' angélica, en realidad condujo al caos y a la sublevación militar. Hoy, apenas existen ya franquistas. Presumir de haber sufrido por el franquismo sin haber vivido esa etapa es una gran hipocresía. Advierte el refranero de lo inútil que es 'dar lanzadas a moro muerto' (también, a un muerto que no era moro).

Haber vivido una cruenta guerra civil debería vacunar a los españoles contra el odio entre hermanos. Reabrir, por estrategia política, heridas que ya estaban cicatrizadas es un crimen y puede traer consecuencias funestas.

No vale todo para mantenerse en el poder. Un líder político –igual que un médico o un sacerdote– necesita suscitar confianza: si ha mentido en público repetidamente, eso es imposible.

No respetar la separación de poderes supone un ataque a la democracia. Deben ocupar los puestos políticos más relevantes los que poseen mayor preparación, no los que impone un partido cuyos votos necesita el gobierno. La malversación de fondos públicos es un delito, sea cual sea su beneficiario. Criticar una ley mal hecha no supone amparar al delincuente sino todo lo contrario: querer que se persiga eficazmente el delito.

Ningún gobierno democrático debe aliarse con terroristas ni negociar con los que quieren romper la nación. Un intento de golpe de Estado no se parece en nada a unos simples desórdenes públicos. Los miembros de una provincia, región o comunidad autónoma no pueden tener derechos superiores a los de los demás ciudadanos.

Intentar cambiar radicalmente la realidad social con una ley es un ejemplo claro de despotismo no ilustrado. La naturaleza determina que nazcamos como hombre o mujer. Idear dieciséis clases de familias supone un arbitrismo disparatado; subvencionar a una sociedad que difunde una cartilla para enseñar a los niños cómo masturbarse, una broma de mal gusto.

En el mundo de la cultura, vemos también flagrantes obviedades. El castellano es la única lengua en la que nos entendemos todos los españoles; que algunos españoles no puedan educarse en esa lengua común es un disparate que no sucede en ningún país del mundo.

En castellano, la forma masculina incluye a hombres y mujeres: el llamado lenguaje inclusivo es innecesario y redundante. No mejora en nada la condición de las mujeres que, en todas las frases, repitamos la forma masculina y la femenina. En arte, lo que importa y lo que permanece es la calidad, no el sexo del artista, ni su nacionalidad, ni su ideología. Atentar contra obras de arte no ayuda en nada al ecologismo.

La tecnología es una herramienta, sólo un medio, no un fin en sí misma. La propaganda política busca engañar a los pueblos y posee ahora más medios que nunca: por eso reina la mentira. En un país donde cada vez se leen menos periódicos, hay que recordar que leer fomenta el espíritu crítico, ayuda a que no nos engañen tan fácilmente. El libro sigue siendo una de las herramientas más extraordinarias que ha inventado el ser humano, muy superior a todas las pantallas.

Si volvemos la vista a la nueva pedagogía, tenemos que repetir que no alcanzamos nada importante sin esfuerzo, sólo jugando. La enseñanza consiste en transmitir conocimientos, no sólo herramientas. Para eso, la memoria es una facultad valiosísima; la cronología, un método indispensable, porque somos seres históricos. Siempre enseña alguien, que sabe más, a alguien, que sabe menos: el maestro necesita autoridad y merece respeto. Sin exigencia, todo se degrada.

¿Podrán imponerse algunas de estas obviedades al cúmulo de disparates que nos ahoga? Lo dudo. Un país que siente tan poco el patriotismo corre el riesgo real de desaparecer. Es falso el mito de 'la España eterna': como cualquier otra realidad histórica, España puede morir, si algún político se empeña en ello y si la mayor parte de los españoles no lo impiden.

Sin hacernos ilusiones, no olvidemos que España ha sobrevivido a muchas situaciones terribles; que es una de las naciones que más ha aportado a la cultura universal; que el futuro de la comunidad hispánica de lengua y cultura es innegable. Cervantes nos da el mejor regalo, la esperanza: «Aún hay sol en las bardas».

He recordado sólo unas pocas simplezas, banalidades, obviedades. Hay muchas más. Tenía razón Bertolt Brecht: en tiempos tan confusos como éstos, es urgente defender con claridad y sencillez lo obvio. Para advertirlo, no hace falta ser un genio: basta con un poco de sentido común y con pensar por nuestra cuenta, sin rendirnos a las consignas de ningún partido político. Para defenderlo, basta con un poco de responsabilidad y de coraje. En la España actual, quizá eso sea pedir demasiado.

Andrés Amorós.

2 comentarios


  1. El descubrimiento de América fue, sin duda, una de las mayores hazañas de la humanidad. España no consideró nunca colonias a los países hispanoamericanos: allí hubo mestizaje, no genocidio.

    Leí hasta ahí y ya me voy. Intolerable. Viajate a Latinoamérica que te contamos.

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    1. Viájate a los EE. UU. y vive en las reservas en que confinaron a los aborígenes de esa parte del mundo (por cierto, aborigen NO es peyorativo salvo para mentes enfermas de odio visceral). Lee un poco para aprender a ver lo que estás viendo ahora con los ojos de los anglosajones. La pobreza de Hispanoamérica es debida a los caciques que os independizaron. Ellos os robaron y dieron vuestro oro a los ingleses. Sigue durmiendo en el limbo que te han preparado los enemigos de tu esencia. Por cierto, de no ser por España, igual no existías. Las tribus precolombinas eran lo que ahora llamas fascistas.

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