Deficiencias de la política árabe

Por Kenneth W. Stein, profesor de Historia de Oriente Medio y de Ciencia Política de la Universidad de Emory, Atlanta (Estados Unidos). Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 12/06/06):

Los especialistas nos advierten que la situación por la que atraviesan los asuntos árabes es poco prometedora. Y más si cabe desde los atentados contra Estados Unidos en septiembre del 2001, han demostrado -abierta y convincentemente- los defectos y fallos de sus sistemas políticos. Los dirigentes políticos occidentales no prestaron atención o no comprendieron lo que ya habían advertido los especialistas y repetido en sus columnas los comentaristas.

Una unánime perspectiva de talante autocrítico razona que la mayoría de la población árabe de Oriente Medio no cree ni confía en el Estado y se halla permanentemente instalada en el temor de que los autócratas la sojuzguen; desconfía de los gobiernos históricamente ineptos, administrativamente ineficaces, enormemente entrometidos en la vida del ciudadano. Sin un sentido de la ciudadanía dotada de derechos y deberes claramente establecidos, el sentimiento de vinculación a una realidad estatal es, sencillamente, desconocido. Por el contrario, el individuo deposita tradicionalmente su confianza en los lazos de parentesco (secta, etnia, credo religioso, familia, clan o tribu) de los que resultan sus esperanzas y aspiraciones en materia de seguridad, trabajo y protección.

En el 2003, Hisham Sharabi, reputado historiador palestino de Oriente Medio, observó que "no es fácil superar los regímenes patriarcales o neopatriarcales que se han enseñoreado de la vida política árabe a lo largo de los últimos 50 años". Por su parte, Bassam Tibi, prolífico historiador alemán de origen sirio, ha señalado que "los árabes en sentido étnico no comparten una identidad común dado su compromiso a nivel subétnico, de secta y lazos tribales. Las sociedades árabes siguen siendo sociedades tradicionales divididas por disputas étnicas y diversas identidades tribales". Y según Fuad Ajami, conocido analista y especialista estadounidense en temas de Oriente Medio, "el Estado árabe sigue siendo una realidad distante y hostil (...), disociada de su ciudadanía. El Estado reina, pero no gobierna. Los árabes no deben lealtad al Estado, sino a sus familias y clanes". Hace un año, el rey Abdallah de Jordania denunció que la wasta -favoritismo o nepotismo- "ha quebrantado los derechos de los ciudadanos, despilfarrando el dinero público y privando a los ciudadanos de sus legítimas oportunidades".

¿Por qué confiar en el Gobierno cuando la familia o el lazo parental aportan protección y apoyo? ¿Qué sucedió cuando Saddam Hussein y Yasser Arafat dejaron de ocupar el poder? Sus sociedades respectivas se desmoronaron en medio de disputas y riñas familiares, sectarias o facciosas. En tanto que autócratas, han sido la argamasa que mantuvo aglutinadas sus sociedades respectivas, repartieron favores e infundieron temor. Además del miedo, las herramientas en manos de prósperos autócratas han incluido el amiguismo, el nepotismo y la concesión de monopolios a parientes y conocidos. En determinadas fases de la historia, la defensa de una causa común ha contribuido a cuajar sociedades durante concretos periodos de tiempo. Entre estos ingredientes cabe contar aquí el antiimperialismo, el panarabismo y el naserismo. Pero se han disipado como humo en el aire. Incluso la prosecución palestina de su autodeterminación ha perdido su antiguo fervor.

Y - de nuevo a juicio de Sharabi- el islam como sistema de creencias no ha sido capaz de quebrar las afinidades tribales y locales. Por el contrario, han ido de la mano durante más de 1.400 años... La lealtad y obediencia a un código de conducta civil, de hecho, no ha prendido. Uraib Rintawi decía en el periódico jordano Al Dustur el pasado mes de abril: "Los gobiernos y regímenes árabes no han logrado consolidar la idea de la ciudadanía y el respeto por los principios del pluralismo y los derechos humanos".

Por su parte, Ali Ibrahim señaló en el periódico árabe londinense Al Sharq Al Awsat: "Es una cuestión que va más allá de las meras fidelidades y lealtades: tiene que ver con la erosión del papel del Estado en beneficio de los líderes de sectas, grupos y milicias dependientes de instituciones o líderes religiosos, incluso en ocasiones de líderes de clanes y tribus. Todos los datos parecen indicar que la idea y noción de Estado, lejos de prosperar, ha fracasado y la región como tal corre el peligro de regresar a las épocas de las tribus, los clanes y los grupos y movimientos sectarios".

Al ser preguntado en marzo del 2005 sobre lo que opinaba de la situación por la que atraviesan los asuntos árabes, el veterano comentarista político egipcio Mohamed Heikal declaró a la cadena de televisión Al Jezira: "Asistimos a un vacío, a una ausencia de proyectos e iniciativas, de ideas y perspectivas dinámicas. El resultado de todo ello es que otros actúan según mejor les parece... Apenas podemos hacer otra cosa salvo tener un papel de apoyo según las circunstancias del momento o simplemente quedarnos a contemplar la evolución de los acontecimientos...". En septiembre del 2005, Ra´uf Shakur se preguntaba en el periódico libanés Al Anwar: "¿Seguirán adoptando los países árabes una postura pasiva, contemplando el panorama? En tanto un importante Estado árabe como Iraq podría verse borrado del mapa, ¿es que no van a adoptar iniciativa alguna para intentar apagar el fuego antes de que se propague a sus propias tierras?".

En la cumbre árabe de Jartum en marzo del 2006, a la que asistieron menos de la mitad de los jefes de Estado árabes, no se adoptó iniciativa alguna relativa al auténtico torrente de cuestiones pendientes tanto de la política interior como exterior. En abril de este año, un comentario del semanario egipcio Al Ahram observó que "la auténtica tragedia del mundo árabe no radica tanto en su actual debilidad cuanto en su incapacidad para crear mecanismos susceptibles de detener su permanente y veloz degradación. Ello entraña que podemos prácticamente dar por sentado que las cosas irán de mal en peor en los puntos calientes de la región, sobre todo en Palestina, Iraq, Sudán, Líbano y Siria. E implica, asimismo, que en un futuro no muy lejano será difícil incluso convocar una cumbre árabe ordinaria". A los gobiernos árabes les preocupa, principalmente, mantenerse en el poder. Y no hacen nada para detener o poner fin a los asesinatos, matanzas y secuestros en países distintos de los suyos.

El veterano columnista Rami Kuri, adalid del cambio estructural del mundo árabe desde hace años, escribió en el libanés Daily Star en marzo y abril de este año que "no es de extrañar que una mayoría de jóvenes en el mundo árabe (...) que han de vivir en un mundo tal (...) quieran emigrar a países extranjeros y busquen refugio en la religión en lugar de comprometerse plenamente en la defensa de la ciudadanía, se unan a grupos políticos extremistas o células terroristas, vayan por la senda de la corrupción y el nepotismo, experimenten con drogas y abracen estilos de vida propios de la cultura ajena a ellos de la diversión y el ocio o engrosen las filas de milicias y grupos armados. ¿Cómo controlamos a las fuerzas armadas y de seguridad dimanantes del poder estatal? ¿Cómo ponemos coto a las riendas de familias y clanes sobre países enteros? El poder efectivo, sin embargo, se mantiene férreamente en manos de elites gobernantes insensibles al impacto de tales tendencias liberalizadoras. Hemos variado las formas políticas, pero no la esencia de la forma de ejercer el poder".

Ningún tipo de iniciativa progresista impuesta desde fuera, ninguna ayuda económica procedente del exterior cambiarán las rígidas estructuras políticas que hemos comentado. No se vislumbra forma alguna de que arquitectos o ingenieros políticos estudiosos y seguidores de Voltaire o Jefferson puedan reparar las estructuras del autocrático Oriente Medio. Mientras Oriente Medio posea líderes que son instituciones o instancias tradicionales con escaso liderazgo y dimensión -valga la redundancia- institucional, mientras gobiernen varios núcleos o centros de poder simultáneamente pero no una auténtica separación de poderes, la región no se transformará políticamente ni podrá competir económicamente en el marco de un mundo global.

Existe, sin embargo, una solución: la aparición de un Ataturk árabe dotado de visión estratégica y habilidad táctica lo suficientemente valiente como para liquidar el tejido de la política basada en lazos de familia, clan y tribu. Sólo en tal caso tendrán oportunidad de cuajar democracias al estilo árabe.