Dejando atrás la Edad Media de los datos

Durante el período de la Alta Edad Media, desde el siglo XI al siglo XIII, los siervos en Francia no tenían derechos de propiedad. Por el contrario, quienes poseían tierras tenían que entregar gran parte de lo que producían al señor feudal local que podía confiscar su tierra al momento de su muerte (“mainmorte”). A cambio, recibían servicios, como protección en caso de conflicto y acceso a un molino o a un horno en el pueblo. Tenían pocas opciones: no cumplir con el trato y, digamos, construir su propio molino habría estado estrictamente prohibido. Este acuerdo dinámico –que continuó hasta la Revolución Francesa, cuando los campesinos obtuvieron plenos derechos de propiedad- se parece mucho a las relaciones de los consumidores con las empresas de Internet hoy.

En esta era de feudalismo digital, tenemos pocas alternativas más que aceptar, con un clic, un conjunto de términos y condiciones incomprensiblemente largo y enrevesado, que nos somete a un monitoreo constante por parte de las plataformas que utilizamos. Las plataformas recogen nuestros datos personales y se los venden a muchos más actores, entre ellos compañías de publicidad que pueden ofrecernos anuncios personalizados.

Para las empresas de Internet, ésta es una práctica sumamente lucrativa: se espera que el valor de los datos personales de los usuarios alcance el 8% del PIB europeo en 2020. A cambio, las empresas ofrecen “servicios gratuitos”, como las redes sociales, a los siervos digitales que producen los datos.

No se trata de un “consumo colaborativo”, sino de una economía extractiva optimizada –basada en la disponibilidad casi infinita de materia prima (nuestros datos personales)- que enriquece a unas pocas empresas a expensas de los consumidores. Y, al igual que la economía del período de la Alta Edad Media, está pronta a experimentar una revolución a través de los derechos de propiedad.

Los derechos de propiedad han protegido y empoderado a los individuos durante milenios, evolucionando a la par de la tecnología. Por ejemplo, la revolución de la imprenta trajo aparejados los derechos de propiedad intelectual (gracias, Beaumarchais) y la Revolución Industrial popularizó el sistema de patentes. Lo que la revolución digital debe concebir es el derecho a la propiedad de datos personales, incluidos los elementos clásicos de los derechos de propiedad: usus (utilizo mis datos como quiero), abusus (destruyo mis datos como quiero, sin ningún “derecho fantasioso a ser olvidados”) y fructus (vendo mis datos a cambio de dinero si así lo quiero).

La propiedad de datos personales estimularía el surgimiento de un mercado de datos personales, en el que algunos de los 3.500 millones de usuarios de Internet del mundo reclamasen una remuneración por compartir sus datos, según el valor que produzcan. Otros usuarios, priorizando la privacidad por sobre la ganancia, pagarían un precio de mercado justo para beneficiarse de un servicio de manera anónima. A esto hacía referencia recientemente Sheryl Sandberg, la ejecutiva del sector tecnológico de Estados Unidos, cuando sugirió que la opción de no permitir la recopilación de datos en Facebook sería un “producto pago”.

El cambio sería profundo, y los desafíos prácticos podrían superarse con las soluciones tecnológicas existentes. Por ejemplo, para respaldar el manejo de los datos, cada usuario podría tener una “cuenta inteligente” que almacene la información y las condiciones contractuales para su uso. En cuanto al precio, probablemente aparecerían intermediarios para negociar de manera directa con las grandes plataformas en nombre de millones de usuarios, lo que, con el tiempo, conduciría a la creación de un mercado hecho y derecho.

La efectiva implementación legal del derecho a la propiedad de datos personales sin duda demandará trabajo. Sin embargo, la propiedad de datos personales sigue siendo una solución más racional y realista que otras estrategias que se han planteado, como el derecho a la “autodeterminación informativa” establecida por la corte constitucional de Alemania en 1983.

Los potenciales beneficios de otorgarles a los individuos más control sobre sus vidas digitales se extienden más allá de la equidad económica. Un sistema de este tipo también podría hacer estallar las “burbujas de filtros” tan vilipendiadas que han surgido como resultado de los algoritmos de las redes sociales, que muestran un contenido a los usuarios que refuerza sus prejuicios y creencias existentes. En este sentido, la propiedad de datos personales podría ayudar a aligerar la peligrosa polarización política que hoy aflige a muchos países.

Hoy en día, ni un solo sistema legal reconoce la propiedad de datos personales. Pero la idea está ganando terreno en todo el mundo.

Brittany Kaiser –una ejecutiva devenida delatora en Cambridge Analytica, la firma de datos políticos que supuestamente hizo un uso inapropiado de datos de usuarios de Facebook y otras plataformas para influir en las campañas políticas- ahora propone que los usuarios traten sus datos como una propiedad, al igual que sus casas. Tener una casa no nos convierte en codiciosos especuladores inmobiliarios; sí nos permite participar plenamente en lo que el filósofo John Rawls llamó una “democracia propietaria”. Lo mismo es válido para los datos.

En Francia, el grupo de expertos que creé, GenerationLibre, publicó un informe de 150 páginas sobre la propiedad de datos personales, que generó un acalorado debate público. A nivel europeo, la Regulación General de Protección de Datos, que acaba de ser implementada, prepara el terreno para los derechos de propiedad al garantizar la portabilidad de los datos personales.

En Estados Unidos, el autor e investigador E. Glen Weyl, junto con el legendario pionero de la realidad virtual Jaron Lanier y otros, recientemente sostuvieron que los datos deberían ser tratados (y remunerados) como mano de obra. (Yo preferiría tratar a los datos como capital, ya que surgen de nuestra personalidad individual, pero esto es, esencialmente, pura semántica). Y, en un nivel práctico, una creciente cantidad de startups están desarrollando servicios de monetización de datos.

En su exitoso libro Homo Deus, el historiador Yuval Noah Harari anticipa la llegada del “dataísmo”, en el cual la libre elección personal se sacrifica en el altar del algoritmo. Pero los seres humanos no tenemos que estar a merced de los flujos de datos. Al establecer la titularidad de los datos personales, la noción misma de individualidad se podría fortificar, impulsando así los valores liberales que han hecho triunfar a nuestra civilización.

Gaspard Koenig, a philosopher, is founder and president of GenerationLibre.

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