Dejémonos guiar por la emoción

¿Qué se puede decir, que no se haya dicho ya, sobre los crímenes cometidos en Barcelona y Cambrils? Pero callarse sería acostumbrarse a la repetición de estos delitos, admitir su fatalidad, algo que no debemos hacer. Yo prefiero llamarlo crimen en vez de atentado terrorista, porque me niego a conceder la más mínima legitimidad de combatientes a unos asesinos. Del mismo modo, calificar estos atentados de islamistas les confiere una justificación, una especie de autenticidad: son los propios asesinos los que desean que se les califique de islamistas, para inscribirse en una especie de lucha global entre civilizaciones, otorgándose además una especie de nobleza religiosa. ¿Qué saben ellos del islam? Algunos eslóganes, absorbidos deprisa y corriendo en internet y manipulados por un mediocre y autoproclamado imán.

Evidentemente, esta disputa sobre la denominación de los crímenes tiene su importancia, porque en función de los términos adoptados, los datos del problema varían. Si se trata de una guerra contra el islamismo, la respuesta será militar y se llevará a cabo lejos, en Siria o en Irak, contra una organización central; pero esta guerra, de momento, ofrece pocos resultados y quizá agrave los riesgos para Europa. Si los islamistas fueran en realidad musulmanes representativos, estaríamos en un callejón sin salida porque ¿cómo podríamos hacer frente a mil millones de musulmanes que no obedecen a ninguna autoridad teológica y que, en su mayor parte, no desean más que vivir apaciblemente? Si, en cambio, tenemos que ver, como yo creo, con adolescentes desequilibrados, en busca de martirio y manipulados, es más fácil, mucho más fácil, dirigir el contraataque y reflexionar mejor sobre nuestra seguridad.

Observamos que todos los autores de estos crímenes perpetrados en Europa en nombre del islam tienen un mismo perfil, por la edad, el sexo y el recorrido. Todos se mueven por internet, que es la fuente de su iniciación a la yihad; la mayoría ya ha cometido delitos comunes y muchos han pasado por la cárcel. Después de los atentados, la policía los encuentra, todos muertos o vivos y todos parecidos; la mayoría ya son conocidos. Nos preguntamos entonces por qué la policía no se infiltra mejor en internet y localiza las páginas yihadistas y a esos jóvenes que las consultan asiduamente. Es técnicamente posible si se admite que internet no es un espacio privado. ¿Debería considerarse un delito que puede llevar a la cárcel la consulta repetida de determinadas páginas web que apelan al crimen? Desde luego que sí; en la mayor parte de Europa, ya es así para los sitios sobre pedofilia.

Volvemos a la eterna cuestión que se plantea en democracia: ¿cuáles son los límites de la libertad para los enemigos de la libertad? Según se desplace el cursor hacia la tolerancia o hacia la represión, nos exponemos a más o menos riesgos. La repetición de los crímenes yihadistas invita, me parece, a ser mucho más represivos de lo que somos en la actualidad contra quienes consultan esas páginas, pero también contra los autoproclamados imanes que llaman al crimen. Sé bien que en España, más que en otros países de Europa, la policía tiene la facultad legal de detener a los sospechosos antes de que cometan sus delitos, pero evidentemente, aún no es bastante; sin duda se necesitarían más recursos para la policía. También debe contemplarse una mayor represión contra los que pasan por la cárcel y son puestos en libertad sin control antes de haber cumplido completamente su condena. Si se aplicara en Europa lo que en Estados Unidos llaman «tolerancia cero», se eliminaría del espacio público a un gran número de pequeños delincuentes que constituyen el vivero de reclutamiento de grandes delincuentes y futuros terroristas.

¿Qué piensan los españoles, los jueces y el Parlamento de este arbitraje entre tolerancia y seguridad? De momento, la línea no está definida claramente. Por último, y es importante y difícil, hay que persuadir a las autoridades religiosas musulmanas en Europa de que adopten posiciones claras contra la violencia yihadista. Se les oye poco, porque tienen miedo –algo comprensible– y porque, dicen, no quieren aislarse de unos jóvenes musulmanes a los que consideran más violentos que ellos. Esta prudencia de los imanes ya no es aceptable, ni para los no musulmanes ni para los musulmanes, que corren el riesgo de ser rechazados en el conjunto de Europa.

Infiltrarse en internet, sancionar, encarcelar en el primer momento a los autores en potencia, movilizar a los imanes, todo eso es posible y sería sin duda más eficaz que bombardear Siria o patrullar en las calles. Estas sugerencias, que no son originales pero siguen sin aplicarse, dejan de lado las consideraciones históricas o sociológicas a largo plazo; evidentemente, existe una relación entre colonización, descolonización, despotismo contra el mundo árabe, inmigración, paro de los jóvenes inmigrantes y violencia yihadista. Pero debatir ahora sobre ello sería un ejercicio abstracto sin ningún beneficio práctico, pues todas las explicaciones son simultáneamente ciertas. Se dice que la emoción colectiva es mala consejera; pero no es necesariamente exacto. Me parece que, bajo el efecto de la emoción, se podrían adoptar medidas necesarias para nuestra protección. Si dejamos pasar la emoción, esas disposiciones se quedarán atascadas en debates generalistas. Hasta la próxima vez.

Guy Sorman

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