Del 11-M al 14-M

El viernes 12 de marzo de 2004, al día siguiente del atentado de Atocha, me entrevistaron en una televisión local y, como es obvio, me hicieron la gran pregunta: ¿Quién había sido? Yo, por mi parte, de entre dos males, prefería que hubieran sido los islamistas por dos razones: la primera es que los integristas no son más que cuatro pringados sin infraestructura ni gente para una campaña de terror sostenido, de manera que una vez desmantelado o puesto en fuga el comando perpetrador de la masacre, tardaríamos años en volver a sufrir otro atentado; en cambio, ETA podría organizar una salvajada como la de Atocha cada pocos meses. Por otra parte, temía que el atentado provocase reacciones violentas e indiscriminadas contra todos nosotros. El barniz de civilización que cubre el salvajismo innato de nuestra especie es muy frágil. Dos o tres matanzas como la de Atocha y veréis al vecino normal y corriente, que no ha roto un plato en su vida, lanzarse a la calle a rebanar pescuezos. Por otra parte, como científico social, he tenido que desarrollar la disciplina cruel de sacrificar mis preferencias personales a la hora de formular un análisis.

Cuando tienes la información suficiente y prescindes por completo de tus propios deseos, aciertas nueve de cada diez veces. Por lo tanto respondí ante las cámaras que el atentado de Atocha lo habían cometido los etarras. No fue el momento más glorioso de mi carrera profesional.

Esa misma noche llamé por teléfono a un conocido que vive en Madrid. No es necesario mencionar su nombre, pero os diré que es un abogado de mediana edad que no posee una ideología definida ni milita en ningún partido político. Me explicó que a él no le había pasado nada, pero que uno de sus primos había resultado herido leve en el atentado y me dijo algo más, que aquella misma tarde había hablado en el gimnasio con varios policías que entrenaban en el local regularmente. Furiosos, esos policías le decían a todo el mundo que las pistas señalaban con claridad hacia los integristas y que el Gobierno estaba haciendo esfuerzos desesperados por taparlo, pero que la propia Policía iba a tirar de la manta y desatar el escándalo. Por lo tanto, 24 horas después del atentado, el Gobierno conservador había perdido el apoyo de las fuerzas de seguridad e incluso las había puesto activamente en su contra.

Los policías son casi siempre de derechas, por la sencilla razón de que su trabajo les ha moldeado así. Exigen mano dura con los granujas y en este sentido el partido de derechas siempre va a satisfacerles más que el partido de izquierdas, más preocupado por asuntos como los derechos de los sospechosos o las garantías procesales. Un gobierno de derechas que tiene en contra a los policías es como un cubito de hielo en el infierno: algo que no va a durar mucho. He aquí, y no en rocambolescas conspiraciones, donde reside la segunda causa de la debacle del PP el 14 de marzo. Pero el motivo principal venía de bastante antes.

José María Aznar llevó a cabo grandes hazañas como acorralar a ETA con la Ley de Partidos, introducir a España en el euro y sosegar el paisaje político con su relajante lema de 'España va bien' y sobre todo con el 'giro al centro' de la derecha española. Sin embargo, durante sus dos últimos años de gobierno procedió a desmantelar su propia obra. La moderación fue sustituida por la crispación y el extremismo en el discurso, cuando todo parecía ir bien y las expectativas electorales del PP se presentaban excelentes.

El europeísmo fue arrinconado y sustituido por un americanismo militante. El cambio no fue totalmente arbitrario. Por ejemplo, la actitud de Francia durante la crisis de Perejil supuso una dura decepción para el Gobierno español, que no esperaba un favoritismo pro marroquí tan descarado por parte de París. Sin embargo, gran parte de la población quedó desconcertada por la brusquedad de estos cambios.

Aznar comenzó a repetir que España era la séptima potencia mundial. Las personas medianamente informadas sabían que, teniendo en cuenta los datos objetivos -PIB, renta per cápita, poder militar, etcétera-, nuestro país era una potencia muy por encima de la media mundial pero de segundo orden. Es factible incluirnos en el pelotón de los 20 primeros del mundo e incluso en el de los 15 primeros, lo que no está nada mal, pero jamás entre los diez primeros, da igual cómo se barajen los datos. Aznar, sin embargo, parecía creerse sus jactancias y lo peor de todo: planteó una política exterior a la altura de esas jactancias. Pero al carecer de medios materiales para una política exterior de gran estilo, la supuesta séptima potencia mundial quedó reducida a mero perrito faldero de los norteamericanos en el momento en que éstos emprendían una de las operaciones más insensatas y peor calculadas de toda su historia, la invasión de Irak. Fue una apuesta personal de Aznar, que arrastró consigo al Gobierno, al partido y a toda la nación española. Y ésta dejó claro en todo momento que no deseaba saber nada del tema.

Si el pueblo hubiera respaldado la intervención en Irak, el atentado habría beneficiado electoralmente al PP. Reconocer a tiempo la verdadera autoría de los crímenes del 11-M, invitando a todos los partidos y al pueblo a cerrar filas frente al terrorismo, tal vez habría podido evitar la debacle del PP. En vez de ello, Aznar se convirtió en el único presidente que ha perdido unas elecciones ¿sin presentarse siquiera como candidato! Como le dijo Rodrigo Rato después de los comicios: «Tú y tu guerra». ¿Conspiraciones? ¿Excusas!

Claro que ahora Zapatero dice que somos la octava potencia mundial, mantiene fuerzas en Afganistán y a la vez envía tropas a Líbano...

Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador y especialista en el Mundo Árabe.