Del castrismo al capitalismo

Me despierta Radio Reloj. Por un segundo evoco la voz altisonante de su locutor, hoy exiliado en Miami, que repetía a cada rato: «Desde la Habana, Cuba, primer territorio libre en América». Mucho han cambiado las cosas desde entonces. Los carteles revolucionarios que invadían las carreteras han decrecido, la gente pasa de los CDR que espiaban su barrio, las mulatonas del Tropicana no lucen ya carreras en las medias, y el peso, el dólar y el euro, fluyen entre los que trajinan aquí y allá, a menudo de manera ilegal.

Traen el desayuno. Hace años se firmaba un estadillo reconociendo los utensilios que lo acompañaban y, al acabar, se procedía a la recíproca. Recuerdo más cosas: una regañina del cónsul español llevándome al jardín: «Tengo la casa llena de micrófonos», elevando casi a conflicto diplomático el que hubiera pasado de extranjis, para la familia de un amigo, ropa interior y unos desodorantes. La vida sin Fidel no es tan asfixiante como aquella, aunque las carreteras sigan sin luz de noche, las perspectivas económicas sean desesperantes y la mugre se acumule en fachadas de vetusto señorío, con la apariencia de un estuco degradé.

Cuba, aún con celulares, sigue en la miseria. No lo pontifico yo, lo describe con crudeza Leonardo Padura, premio nacional cubano de Literatura. Probablemente cuando Carter y Fidel acordaron que los exilados podrían visitar a sus familias, fue cuando se inició el declive del castrismo. Quienes partieron en balsas inconsistentes volvían, veinte años después, rebosantes de prosperidad; por el contrario, los que se habían quedado en casa, confiando en las promesas de la Revolución, renegaban de su indecisión. Al poco, cien mil cubanos abandonaron Cuba por el puerto del Mariel. Para los exilados en Florida, mantener a un familiar en la isla nunca fue dinero: cien dólares representan el sueldo mensual de un médico. Tal vez los que se expatriaron, prefirieron ganarlo que mendigarlo.

El cubano apostató definitivamente de Castro, el Orisha de la santería que nunca se equivoca, con la caída del bloque soviético. Su «plan especial para tiempos de paz» fue trágico. Cuba perdió en un día el 70% de sus exportaciones y de su industria. Fidel habría podido resolverlo dimitiendo, como hubiese hecho cualquier dirigente decente del mundo libre, pero no lo hizo. El dictador prefirió sacrificar a millones de personas antes que inmolarse él. A partir de ahí, la Revolución adulteró sus esencias: aceptó contaminarse con el turismo y con la salida de sus ciudadanos al extranjero; no para que fueran libres, sino para que repatriaran divisas. El mayor error del castrismo fue desaprovechar la iniciativa de un pueblo, que hizo del estado de Florida lo que es y que hubieran podido replicar ese éxito en su añorada isla. Los cambios antes aludidos provienen en su mayoría de las remesas de esos emigrantes y del turismo europeo y canadiense.

Raúl Castro Ruz no es castrista, es un comunista sensato. Sabe que a la Plaza de la Revolución cada vez acude menos gente convencida, que en las últimas «elecciones» advirtieron una caída significativa de participación y que el pueblo envidia lo que ve en los hoteles, ahora que puede acceder a ellos. El cubano no quiere ser ni abogado ni arquitecto, quiere ser extranjero. La mayoría da las nuevas generaciones ha perdido el temor a opinar y prefiere lo privado a lo público. La llegada de Juan Pablo II a Cuba trajo libertad religiosa y galvanizó muchas mentes: he oído cantar en el teatro estatal a Alicia Alonso, el «Adeste fideles» y contemplado en la plaza de la catedral un inesperado belén.

Cuba alardea de Sanidad, pero ha de aceptar que los cuatro o cinco antibióticos que dispensan en sus farmacias, son los que les suministrábamos desde España hace cincuenta años. Para que el socialismo presuma de éxitos terapéuticos, primero ha de tener dinero. ¿Recuerdan a la enfermera del Ébola? España gastó un millón de euros en salvarla con un gobierno de derechas. Para el castrismo, ni cien cubanos valdrían eso. Sin estructuras que generen importantes plusvalías, la solidaridad siempre estará por debajo de sus costes. El valor añadido de una sociedad es fruto de la innovación y Cuba frena a sus emprendedores. Invertir en la formación universitaria de ingenieros, por mucho que lo publiciten, es dilapidar recursos al no disponer de un mercado eficiente donde crecer. Consecuentemente el «hombre nuevo» hace colas interminables ante la embajada de España, para procurar una nacionalidad, que facilitó Aznar, y acceder luego a Estados Unidos. El año pasado inmigraron a Cuba cincuenta mil personas y emigraron millón y medio (Cubavisión 2019, Mesa de Redacción).

¿Y la salsa no es síntoma de felicidad? La felicidad se espolea con el clima y el de Cuba es excelente. Bailar casino o cantar boleros es algo más que una fórmula de escape que inunda de sensualidad y bamboleo sabrosón la cálida noche antillana, es también una de las formas rápidas de conseguir trabajo autónomo. Esa escasa iniciativa privada así como la de los «paladares» o las peluquerías…, permite a una minoría adquirir alimentos aceptables. Lo frecuente, sin embargo, es presenciar cómo un grupo de gente acosa a quien exhibe una pata de cerdo colgada con una cuerda de un árbol y cambalanchea con su carne.

El ansia en Cuba por una vida mejor, después de «sesenta y un años de victorias» es imparable, y a los cubanos la palabra capitalismo les suena a gloria. Vean: el hijo del Che Guevara, tocado con la misma gorra revolucionaria que su padre, comercializa de forma privada tours por la isla en motos Harley Davidson, a 3.000 euros por persona. El mecánico que me permite comprobarlo es de esos habilidosos que arreglan las motocicletas de los años sesenta con las entretelas de una lavadora. Su amargura por no haber salido de Cuba, a sus cincuenta años, me conmueve: aun naciendo dentro de la revolución, dice, su sentido de libertad es innato y lo remarca: «Mi helmano lo que hemos vivido aquí ha sido tlemenda mielda».

¿Evolucionará el castrismo con la desaparición de Raúl? Podría ser: 1. El pueblo quiere vivir mejor y sabe de sobra que con esta Revolución no lo conseguirá; 2. Los Castro no se perpetuarán en una dinastía; 3. Tanto los comandantes de la revolución, con hijos desencantados viviendo en España, como los civiles en el poder, saben que hay que cambiar, pero nadie se atreve a dar el paso; 4. Lo darán terceras filas, hoy desconocidas, pendientes del desenlace venezolano, para ellos vital; 5. Difícil anticipar si ese cambio se orientará hacia un capitalismo a lo chino o a uno liberal, más aún poder fecharlo, pero me inclino a pensar que será capitalismo.

José Félix Pérez-Orive Carceller es abogado.

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