Del futuro que se avecina

Los resultados electorales del País Vasco han dejado una situación abierta, prácticamente inédita. El nacionalismo ha obtenido un importante triunfo relativo que, por propia responsabilidad (o irresponsabilidad) es también un fracaso.

El PNV se encuentra con una fuerza parlamentaria que puede ser insuficiente. Ha absorbido a sus compañeros de viaje, pero el conjunto ha salido debilitado. Y ya no tiene a su disposición la representación parlamentaria de esa izquierda abertzale instrumental de ETA, a la que ha recurrido cada vez que le ha resultado necesario.

En la medida en que han obtenido la minoría más numerosa, los nacionalistas tienen la iniciativa a la hora de formar gobierno. Pero en un sistema parlamentario es necesario obtener una mayoría que permita la investidura y, después, garantizar un ejecutivo con suficientes perspectivas de estabilidad. Y el PNV se enfrenta a las consecuencias de la dinámica política que ha impuesto durante más de 10 años: ha perdido capacidad para tender puentes a quienes ahora necesita. Ése es el equipaje con el que afronta la tarea actual, el que quizá haga imposible un gobierno nacionalista minoritario.

El PNV ha demostrado históricamente arrojo para lanzarse a gobiernos de minoría, aun cuando haya tenido que recurrir a estrategias peligrosas. Nada le ha importado si se trataba de mantener el poder. Ahora tratará de hacer valer una estrategia que impida el cambio, descalificando un gobierno alternativo en minoría. Descalificará así el mismo modelo que el mismo PNV ha venido practicando. Pero tendrá que convencer de su inviabilidad a quien puede hacerlo posible.

Lo tiene difícil. El pasado no se diluye fácilmente. La incapacidad del PNV para cambiar de estrategia y prescindir de quienes han protagonizado la desarrollada hasta aquí hace que no sea un interlocutor fiable. Sólo la pérdida del poder podrá devolverle la credibilidad.

El modelo de integración del nacionalismo vasco en el sistema constitucional, que le ha otorgado un trato privilegiado, ha fracasado. El PNV no ha garantizado la estabilidad ni se ha implicado en la tarea de integrar en el sistema democrático al nacionalismo radical instrumental del terrorismo. Es hora de abrir otras vías.

Una parte importante de la sociedad vasca viene reaccionando crecientemente contra ese modelo. No se trata de arrojar al nacionalismo a las tinieblas exteriores. Se trata de que aprenda que existen requisitos que también está obligado a cumplir, que el tiempo de las bulas ha terminado.

El nacionalismo tratará de introducir la sensación de vértigo en quien debe protagonizar la alternancia. Vértigo político y social. Sus posibilidades de éxito son mayores en Madrid que en el País Vasco. Por paradójico que pueda parecer, el nacionalismo es el más interesado en tener en el País Vasco unos oponentes políticos carentes de autonomía. Sin embargo, para muchos vascos resulta cada vez más inaceptable la entrega del país a los nacionalistas a cambio de la estabilidad parlamentaria en Madrid. Se trata de una concepción asfixiante de la política de Estado que ahoga a la sociedad vasca y lastra irremisiblemente al sistema político español.

Garantizar la estabilidad va a ser una tarea muy complicada. Sea quien sea el que logre ser investido lehendakari y formar gobierno. Nuestra desgracia es que esas dificultades se producen cuando más arduos son los retos. Es la medida de la irresponsabilidad en que se ha movido el nacionalismo.

La alternativa posible tiene grandes virtudes; pero también importantes debilidades, que serán extremas si los socialistas no consiguen, finalmente, 25 escaños. Debilidades que sólo podrán contrarrestarse con una política integradora, en la que la buena voluntad debe ir acompañada del acierto, demostrando las virtudes del modelo que se propugna. Un modelo que exige apertura en diferentes direcciones. Que debe tratar de atraer hacia su órbita a algunos de quienes han jugado como satélites de Ibarretxe. Y que tendría el valor añadido de introducir una práctica que debe contribuir a situar la confrontación entre los dos partidos españoles mayoritarios en términos razonables, contribuyendo a la estabilidad del sistema. Tras tantas lacras negativas, el País Vasco podía aportar dosis necesarias de sosiego al sistema español.

El nacionalismo está acostumbrado a ganar. Si por decisión parlamentaria es desplazado del poder, deberá demostrar que sabe perder democráticamente. Ellos sabrán si son capaces de afrontar la clarificación ideológica que parece necesaria. Pero están obligados a demostrar su compromiso con la estabilidad de las instituciones democráticas, sin caer en la tentación desestabilizadora. Y, aún menos, tratar de utilizar en su provecho a la izquierda abertzale que ha quedado fuera de las instituciones. Es su prueba de fuego. Especialmente si ETA lanza una ofensiva terrorista. La sociedad vasca está cambiando y a un nacionalismo que sigue perdiendo votos le exige cortafuegos nítidos con el mundo del terror.

No podemos saber qué nos depara el futuro. Como indica el bello poema de Cavafis, los hombres sólo conocemos el presente; el futuro lo conocen los dioses. Pero debemos tratar de prestar atención al clamor secreto de los sucesos para captar lo que se avecina.

Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco.