Del holocausto al siglo XXI

Numerosos autores han afirmado que nunca será posible relatar cabalmente ni extraer las correspondientes lecciones de los terribles - y en muchos sentidos únicos- acontecimientos que tuvieron lugar en los campos de exterminio nazis. Ciertos autores han afirmado que después de Auschwitz la poesía - ni tan sólo la propia habla- no es posible. Y esta reacción no se circunscribe a círculos religiosos o teñidos de fatalismo: por ejemplo el gran escritor marxista y de espíritu independiente Isaac Deutscher, muchos de cuyos parientes murieron en estos lugares, juzgó que transcurrirían siglos antes de que pudieran extraerse tales lecciones. Sin embargo, bajo estos anchos cielos de Europa central desde donde escribo estas líneas en una soleada mañana, parece que podemos situarnos en la tesitura opuesta en tanto parece que comienzan a afluir incipientes pero poderosas lecciones a las que todo ser humano debería prestar atención obrando en consecuencia en la medida de sus posibilidades.

Un simple paseo en este lugar que acabó con la vida de tantas personas constituye en cierto modo y por derecho propio la clave de una primera respuesta a la cuestión planteada. La vida ha continuado y continuará, pero nunca deberemos olvidar lo que aquí aconteció. Todos los seres humanos del planeta, empezando por los estudiantes de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos en nuestras facultades y centros universitarios, deberían ser animados a visitar el lugar, con todo su horror y a la vez su aspecto de normalidad. Y no en menor medida debido a que en los seis decenios transcurridos desde el genocidio nazi se han perpetrado otros crímenes y atrocidades terribles y en muchos aspectos inconcebibles en Camboya, Ruanda, Srebrenica, Sabra y Chatila... por nombrar sólo algunos. Evidentemente, la humanidad no ha aprendido las lecciones y parece que en el torbellino de los primeros años del siglo XXI experimenta aún más dificultades para aprenderlas.

Conviene precisar que es menester tomar las distancias del caso ante el mismo término de holocausto como las connotaciones providencialistas o religiosas de su etimología - literalmente cremación total derivada de los sacrificios rituales de la antigüedad y la cultura bíblica, etimología por otra parte popularizada en los años sesenta del siglo XX- podrían implicar. Por el contrario, el término hebreo de carácter descriptivo y laico shoah - catástrofe o desastre- se halla exento de tales connotaciones y al ser más apropiado permite que toda la humanidad extraiga efectivamente las lecciones adecuadas. Porque, desde luego, ofrece numerosas lecciones que permiten rendir homenaje a todos cuantos murieron en ella. En primer lugar, la necesaria insistencia en la importancia de los derechos humanos y en las instituciones que trabajan en su defensa y protección mientras reciben ataques desde tantos ángulos. El punto de partida son las Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y las restantes convenciones y tratados, en especial la Convención sobre Genocidio. Indudablemente, historiadores y filósofos morales podrán debatir ampliamente la cuestión de cómo la matanza de más de cinco millones de judíos a manos de los nazis constituyó un acontecimiento histórico único y singular, pero es incontrovertible que las lecciones que se desprenden de él poseen un carácter universal. Así lo reconocieron los tribunales de Nuremberg que acusaron a los nazis de crímenes contra la humanidad y así consta en el corpus legal de las Naciones Unidas sobre derechos humanos.

Una segunda lección atañe a la presentación de estos hechos exclusivamente en términos de la condición de víctimas. Quienes murieron en Birkenau y otros lugares fueron víctimas que en muchos casos no sabían lo que les esperaba ni además hubieran podido impedirlo. No obstante, existe un peligro - y una deformación- en la reducción de la shoah a una perspectiva de pasividad y fatalismo. Porque, aparte de los judíos que murieron en ella, había otros - muchos otros- que sabían lo que Hitler pretendía: combatieron tal propósito con todas sus energías, haciéndolo no como parte de una causa judía en particular, sino por la causa de los países a los que pertenecían y por la humanidad en general.

Cabe recordar que en Varsovia, la revuelta del gueto judío en 1943 - condenada como estaba a fracasar- fue factor de ánimo y ejemplo para otros resistentes en Europa. Y, no fuera que cayera en el olvido, debe recordarse que numerosos judíos lucharon en las filas de ejércitos que combatieron contra el nazismo: en el ejército rojo y en las fuerzas armadas estadounidenses, así como en los movimientos de resistencia en Rusia y Yugoslavia y en la resistencia francesa e italiana.

Esta cuestión de la resistencia se halla bien presente - aunque sin ser reconocida en muchos casos- en la misma elección de los últimos días de enero para conmemorar el holocausto. La propia jornada de la conmemoración, el 27 de enero, señala la liberación de Auschwitz por el ejército soviético en enero de 1945: tal circunstancia podría dar cierto pie a una imagen de pasividad. Sin embargo, una jornada previa, el 18 de enero del mismo año, recuerda un acontecimiento muy distinto si bien complementario: los primeros ataques armados de los residentes del gueto de Varsovia contra las tropas alemanas en 1943. La revuelta principal se produjo más tarde, en abril de 1943, pero quienes más adelante organizarían la revuelta empezaron a disparar en la fecha del 18 de enero contra las fuerzas alemanas que habían penetrado en el gueto para llevarse deportados a un grupo de judíos.

El impacto de Auschwitz y de otros campos de exterminio puede ser complementado también por la forma en que se presenta la shoah en otras conmemoraciones. En la propia Varsovia existen varios monumentos conmemorativos de la revuelta, en especial el gran friso de granito rojo, obra de Nathan Rapoport, erigido en 1948 y que representa en su parte frontal la heroica revuelta y en la trasera la desesperación subsiguiente. El mensaje del monumento, grabado en polaco, hebreo y yidish es sencillo y sin mayores connotaciones políticas: "Al pueblo judío". En el mismo lugar donde existió el antiguo gueto donde el líder de la revuelta, Mordechai Anielewicz, y sus compañeros resistieron por última vez se aprecia un propósito deliberado de vincular este acto de insurrección y heroísmo con la causa más general y universal de toda la humanidad. Los insurrectos de Varsovia eran en realidad una coalición: algunos sionistas, algunos bundistas (Bund o Unión General de Obreros de Lituania, Polonia y Rusia) y otros que se consideraban nacionalistas polacos. En otros monumentos conmemorativos, los temas del universalismo y la resistencia reciben asimismo el debido reconocimiento: en el Museo Judío de Berlín, la exposición sobre el exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, obra de un escultor israelí, está dedicada explícitamente (a solicitud del propio artista) a todas las víctimas de la guerra. En Yad Vashem, lugar de la ladera de Jerusalén donde se conmemoran los hechos, se alzan varios monumentos dedicados a los judíos que combatieron, entre ellos uno dedicado al millón y medio de judíos que lucharon en las filas de los ejércitos que derrotaron a Hitler: en contraste con los monumentos conmemorativos de Washington y Berlín, Yad Vashem reconoce por tanto el papel de la resistencia en el seno del relato general, aunque vinculándolo en mayor medida a la causa sionista en particular.

Estas lecciones amplias y universales figuran, evidentemente, junto a las implicaciones reales o imaginarias del significado de todo ello en los debates contemporáneos, y singularmente con relación a Oriente Medio. Por una parte, se da un uso selectivo e instrumental de la shoah por parte del Estado israelí para justificar algunas de sus iniciativas y violaciones del derecho internacional y para expresar cierto derecho moral preferente sobre la tierra, la soberanía o cualquier otra cuestión en el caso del pueblo judío a costa de los palestinos. Una señal de esta retirada o distanciamiento de la perspectiva y enfoque universal fue el juicio de Adolf Eichman - uno de los organizadores de la shoah-en Jerusalén en 1962 por crímenes no contra la humanidad sino sólo contra el pueblo judío. Por otra parte, en una grotesca y monstruosa inversión del mismo nexo erróneo y falso, los contrarios a las políticas de Israel o incluso a la misma existencia de un Estado israelí (en tiempos recientes, el presidente iraní Ahmadineyad y otras voces negacionistas del holocausto) creen que pueden extender sus argumentos a la negación del propio hecho del genocidio del pueblo judío.

Ambos comparten una falacia; es decir, que la shoah debería servir de legitimación a Israel, siendo así que debido al alto grado de emotividad que rodea esta cuestión ambas son cuestiones morales totalmente distintas. La cuestión de un Estado israelí descansa no en algún tipo de privilegio histórico espurio, o de victimismo, sino en el mismo y universal fundamento que posee cualquier otro pueblo sobre la faz de la Tierra: su existencia como nación con todos los derechos y reconocimiento como Estado correspondientes.

Desde luego, constituye otra macabra vuelta de turca en este relato el hecho de que el mismo Ahmadineyad provenga de una organización - los Guardias de la Revolución Iraní- que aunque a mucha menor escala llevó a cabo una campaña de asesinatos masivos de sello estatal en los años ochenta.

Lejos de invitar al silencio, lo que sucedió en Auschwitz y Birkenau hace más de sesenta años encierra más bien numerosas enseñanzas susceptible de ayudarnos a configurar nuestra perspectiva de la época en que vivimos. De hecho, tal vez únicamente reconsiderando y debatiendo tales acontecimientos del siglo XX - y las terribles lecciones que contienen- podremos conseguir nuestro visado de entrada en el siglo XXI. Así podremos liberarnos de las deformaciones y ataques que muchos otros, tanto en Europa como en Oriente Medio, quieren infligir a estos acontecimientos sombríos y horrorosos. No es menester decir que en caso contrario nos exponemos a repetirlos.

Fred Halliday, profesor visitante del Cidob y profesor de la London School of Economics. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.