Del imperio a la marginalidad

El primer ministro británico David Cameron acaba de tirar por la borda años de constante esfuerzo diplomático por mantener e incrementar la influencia del Reino Unido en Europa. En un momento de crisis económica global y de incertidumbre acerca de la supervivencia del euro, Cameron se ha negado a respaldar la iniciativa franco-alemana a favor de un nuevo tratado destinado a crear una nueva unión fiscal entre los 27 miembros de la UE. Un tratado que, entre otras cosas, se propone controlar las balanzas fiscales y los niveles de endeudamiento de los estados para evitar su quiebra y contribuir así a reforzar el euro.

En la reunión de Bruselas, Cameron exigió la preservación del mercado único y la protección de los intereses de la City londinense, que genera el 10% del producto interior bruto del Reino Unido, como condiciones para firmar el nuevo tratado. La Unión Europea dijo “no” y Cameron abandonó la mesa de negociaciones, de facto renunciando a la posibilidad de influir en el futuro desarrollo de la Unión Europea. El aislamiento británico estaba servido; recordemos que ni siquiera una primera ministra altamente crítica con la UE como fue Margaret Thatcher abandonó una mesa negociadora renunciando así a defender los intereses de su país.

La decisión de Cameron obedece a dos razones principales: por un lado, la presión ejercida por el sector euroescéptico dentro del Partido Conservador y, por otro, el compromiso de proteger la City londinense como centro financiero.

La hostilidad hacia la UE es una característica de la sociedad británica que no se limita a un grupo de diputados conservadores; el antieuropeísmo divide al Partido Conservador tanto como divide a los laboristas, y la sociedad británica, aunque elige las playas europeas para sus vacaciones, continúa utilizando la expresión “ir a Europa”. Es importante comprender que el antieuropeísmo surge entre las clases privilegiadas del país que hoy elogian a Cameron por su coraje, pero también existe entre las voces de la ultraderecha representada por el BNP (Partido Nacional Británico) y la EDL (Liga de Defensa Inglesa), así como por el partido euroescéptico UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido).

Nick Clegg –líder demócrata liberal en coalición de gobierno con los conservadores de Cameron– ha manifestado su profundo malestar por la decisión del primer ministro. Aun así hay que reconocer que tardó más de veinticuatro horas en articular públicamente su desacuerdo. De momento, Clegg insiste en que la coalición de gobierno no se va a romper. Los próximos días confirmarán su afirmación.

En el contexto actual, y si Nick Clegg no consigue atenuar, reinterpretar o renegociar la postura británica manifestada por Cameron, la convocatoria de un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE es una posibilidad real. Y, en estos momentos, Cameron no tiene suficiente fuerza dentro de su propio partido para acallar, por segunda vez, las voces de sus diputados exigiendo un referéndum. Para ellos, la crisis de la zona euro otorga una oportunidad de plata para abandonar Europa y... ser libres. Pero la libertad tiene un precio y un Reino Unido aislado y sin influencia sin duda verá reducido su atractivo como centro financiero internacional.

La nostalgia del imperio británico, su extensión, riqueza, poder y influencia mundial están presentes en la conciencia colectiva del país. Adaptarse a un nuevo papel en el que el Reino Unido no dirige, no decide, debe negociar y aceptar propuestas de otros resulta francamente incómodo. El liderazgo franco-alemán les resulta molesto; ver a antiguos enemigos no sólo colaborar en la UE sino marcar el futuro de Europa ciertamente ha desconcertado a los británicos, orgullosos de su “relación especial” con Estados Unidos de América, pero sobrepasados por la UE y la potencia económica de estados emergentes como India, China o Brasil.

El Reino Unido no puede permitirse abandonar el mercado más potente del mundo –el mercado único europeo– y las grandes compañías británicas no están satisfechas con la decisión de Cameron de abandonar las negociaciones, excluyendo al país de la posibilidad de negociar e influir en decisiones que les afectarán en el futuro. Si los 17 estados de la zona euro –más nueve otros estados – optan por un nuevo acuerdo del cual el Reino Unido se mantiene al margen, este nuevo grupo se convertirá de forma explícita o implícita en el organismo de decisión más relevante de la UE en cuestiones económicas y de negocios. Además, mientras el Reino Unido permanezca como miembro de la UE, deberá acatar la legislación fiscal aprobada por la mayoría. Tal como se ha anunciado, la eurozona introducirá una tasa fiscal por transacciones dentro de la UE que afectará a la City y que el Reino Unido no podrá evitar.

Montserrat Guibernau es catedrática de Política, Queen Mary University of London.

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