¿Del IRA a ETA?

Carlos Martínez Gorriarán, profesor de Filosofía. Universidad del País Vasco (ABC, 01/08/05)

El título de este artículo puede también leerse así: ¿delira ETA?: la respuesta es sí. Todos los grupos fundamentalistas e integristas, y particularmente los violentos o terroristas, viven inmersos en un delirio ideológico que constituye el sustrato y raíz de su acción criminal, que precisamente recurre al terror para intentar sustituir la realidad por su locura particular. Esto, con los matices e intensidades que se quiera, vale tanto para el terrorismo nacionalista de IRA y ETA como para el islamista de Al-Qaeda, pasando por las variantes revolucionarias de las FARC o las Brigadas Rojas. Los testimonios de los terroristas arrepentidos suelen coincidir en que decidieron dejarlo al reparar en la naturaleza delirante de las excusas que tomaban por ideas y causas históricas justificadoras del asesinato.

Las modalidades y el momento en que un terrorista arrepentido descubre esa verdad demoledora varían. La cárcel ha jugado un papel muy beneficioso en este proceso, y otras veces razones más cínicas, como la búsqueda de vías realmente eficaces para conseguir más poder en la propia comunidad, que es la única demanda política de los grupos terroristas. Este parece ser el caso de Gerry Adams, un individuo que ya ha publicado una autobiografía autojustificativa y llena de falsedades como peaje necesario para ser admitido en la élite política. Pero es posible que Adams pase a la historia como el líder más visible de una generación de terroristas desmotivados que rechazaron la violencia por razones utilitarias... y sobre todo por efecto del rechazo general.

Al IRA le está costando más de siete años -los que distan del acuerdo de Viernes Santo de 1998- admitir que lo suyo era un delirio. Que no tiene ninguna posibilidad de derrotar a Gran Bretaña, ni de imponerse en el Ulster o de empujar a Irlanda hacia sus tesis irredentistas. Pero el IRA no ha llegado por sí mismo a esta conclusión. Renacido en 1969 al calor de una lucha intercomunitaria con orígenes políticos (la exigencia de igualdad de trato y derechos de la comunidad católica), el más famoso y letal de los grupos terroristas del Ulster sólo comenzó su camino hacia el desengaño cuando los nacionalistas moderados se pusieron de acuerdo con los gobiernos y partidos de Irlanda y Gran Bretaña para aislar al IRA y exigirle desaparecer. Exactamente lo contrario de lo que han hecho aquí el PNV y EA, sobre todo, y también IU y ERC (sin olvidar a Odón Elorza y su mariachi).

Pero a la vista de los precedentes, y sabiendo que el IRA, como ETA, se ha ido convirtiendo en una empresa mafiosa con intereses económicos y «laborales», no conviene aun echar las campanas al vuelo. El espectacular atraco del Banco de Belfast y el asesinato mafioso de Robert Mc Cartney están demasiado cerca para admitir que todo será coser y cantar. Y el IRA no ha dicho que vaya a disolverse. El mayor motivo de optimismo radica en que renunciar a las armas siempre es el principio del fin de un grupo terrorista que sólo existe para aterrorizar. Pero además parece muy difícil que los terroristas irlandeses encuentren excusas para volver a las andadas, más aun en el creciente clima de tolerancia cero al terrorismo que están urgiendo los masivos atentados islamistas.

Naturalmente, las noticias del Ulster han motivado de inmediato la pregunta -y el deseo- de si la retirada del IRA no será un ejemplo que ETA se verá obligada a seguir. Como suele pasar en nuestro país, esa pregunta ha motivado de inmediato reacciones atrabiliarias. Están quienes por una parte afirman que todos los terrorismos son iguales y, a la vez, afirman que no pueden compararse... Y cómo no, los nacionalistas, con su afición psicótica a la mentira, afirman que el IRA lo deja porque ha conseguido el justo reconocimiento del derecho de autodeterminación, cuando lo que tienen -ahora suspendida por Londres- es una especie de Diputación con competencias delegadas, sometida a la regla consociativa, es decir, que obliga a ambas comunidades a compartir el poder y las instituciones públicas.

A quienes preguntan si el ejemplo irlandés cundirá por estos pagos hay que decirles que depende de nosotros. ETA terminará aceptando su fracaso si y sólo si los grandes partidos nacionales comparten un consenso estratégico contra el terrorismo, y si obligan a respetarlo a los partidos nacionalistas. Era el Pacto Antiterrorista, virtualmente muerto. Pienso que la acusación al Gobierno de que está resucitando a ETA sólo para fastidiar al PP es también una forma de delirio grave y preocupante, pero no me parece menos evidente que las grandes facilidades que la rama política etarra ha obtenido para volver a la legalidad no es la mejor forma de empujar a ETA hacia el camino del IRA.

Los partidarios de imitar algunos aspectos del proceso de desarme del IRA -abundantes en la izquierda- deberían tener en cuenta que el Pacto Antiterrorista forma parte esencial y necesaria de un proceso de ese tipo. Y quienes piensan que no hay ninguna diferencia entre los grupos terroristas -opinión común en la derecha- también deberían aceptar que, por eso mismo, hay experiencias provechosas en el proceso del Ulster. La extensión del terrorismo islamista está volviendo a poner sobre la mesa las verdades del barquero que algunos creyeron poder sustituir con bonitas jaculatorias sobre «las causas del terrorismo en la injusticia universal» o la «validez de todas las ideas». El terrorismo tiene excusas, no causas, y muchas ideas son abominables.

La noticia de que el IRA deja las armas es una buena noticia, o mejor dicho, lo será cuando los hechos la hayan avalado. Y sin duda es una mala noticia para ETA, porque acerca un poco más su extinción. Deberíamos recordar todos los días que si el IRA ha llegado a este punto de desistimiento y retirada no ha sido por la concesión de la autodeterminación, la falacia de moda, sino como efecto de una presión sostenida y a la vez firme y flexible. Muchos habrían preferido una rendición más espectacular, con los «voluntarios» irlandeses entregando humillados sus armas a los oficiales británicos e ingresando en la cárcel más próxima. Entre nosotros hay quienes no sólo desean algo semejante para escenificar la rendición de nuestro mal doméstico, sino que motejan de traidor a quien se aparta un ápice de su guión. Es otra forma de delirio. Lo que importa es restaurar los únicos consensos que, como sabemos por experiencia propia y ajena comparable, empujan a ETA hacia la desaparición. Y tienen que hacerlo los partidos y las instituciones, no los colectivos de víctimas o los grupos cívicos. Lo demás son ganas de invocar a Manitú y formas de jugar con fuego.