Del mármol de arde al Teniente Cortini

Ya lo advirtió Bismarck: hay quien no consigue pegar un ojo porque se pasa la noche odiando. La muerte en accidente aéreo del comandante Francisco Marín vuelve a confirmar el indecente vomitorio en que pueden convertirse las redes sociales. A veces, incluso desenmascaran la dudosa catadura de un responsable de la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Hasta ahí, nada que nos sorprenda. Lo que llama la atención, no obstante, es la indiferencia general ante la desaparición de un militar que disfrutaba dibujando la rojigualda sobre los cielos. Ahora parece que los reconocimientos a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se reducen a los de unos escasos columnistas y a las cuentas oficiales, tan respetuosas como contenidas, de los diferentes institutos armados.

La prensa española entró en una lastimosa etapa de restricción y sometimiento tras la Guerra Civil. Al periodista, atenazado por la censura, se le obligaba a un forzoso apostolado del pensamiento. Una figura siempre privilegiada y con mayores posibilidades era, sin embargo, la del corresponsal. Sus crónicas surcaban la actualidad entre el relato de los hechos y la ardorosa militancia. Aunque en estas circunstancias, se podía sobresalir. César González Ruano figuró, sin duda, entre los corresponsales más brillantes de aquel tiempo, como demostró el futbolista del Real Madrid Miguel Pardeza en una excelente tesis doctoral.

A finales de junio de 1940 Francia había sido derrotada por los nazis y los británicos evacuaban las islas del Canal de la Mancha. Iba a desencadenarse la decisiva Batalla de Inglaterra. Entonces González Ruano dedicó desde Berlín una crónica a Italo Balbo. El aviador fascista había sido derribado accidentalmente por un cañón antiaéreo italiano mientras sobrevolaba Tobruk pilotando un Savoia en vuelo de reconocimiento. «El mármol que arde» fue el título de aquel desacomplejado homenaje al mariscal del Aire, víctima del «fuego amigo» y protagonista de «una muerte bella que toda una vida honra». La cita de Petrarca no despejaba, pese a todo, las sospechas sobre la desaparición políticamente conveniente de quien pasaba ya por un personaje incómodo. El antiguo voluntario alpino de la Gran Guerra, pionero de la aeronáutica y escuadrista significado en la Marcha sobre Roma, había discrepado de la promulgación de las leyes raciales y de la alianza de Mussolini con el nazismo. Cuando su aparato se precipitaba en llamas sobre la bahía del enclave libio no hacía ni dos semanas que Italia se había enfangado en la guerra. Para entonces un reportero español podía expresar parecido vértigo belicista.

Sin embargo, el canto al sacrificio heroico no resultaba privativo del fascismo y sus sueños imperiales. También Ungaretti, por ejemplo, reconocía la entrega del joven en armas caído en el frente. De su boca muerta hacía brotar el verso: «En este uniforme de soldado reposo como si fuera la cuna de mi padre». Y, como siempre lapidario, Winston Churchill honraría después la memoria de los imberbes aviadores de la RAF, trémula carne de cañón ante la bestial tempestad de fuego desatada por Alemania. Efectivamente, cuando Estados Unidos aún callaba, una sola democracia resistía y «nunca tantos debieron tanto a tan pocos».

Tras cuatro décadas de vigencia constitucional en nuestro país, los militares constituyen el mejor ejemplo de lealtad democrática y servicio a todos los ciudadanos. Ya es hora de que los españoles se lo reconozcamos. No se necesita la retórica inflamada de otra época. Bastaría con acudir al recuerdo agradecido, como el de una sencilla esquela también de aquellos días convulsos. La rescató de la prensa italiana otro corresponsal español y rezaba así: «Al ponerse el sol del 22 de julio se hundía con su caza en las aguas puras del Tirreno el teniente piloto Bruno Cortini. Cerraban así su límpida existencia dos azules que le custodiarán en la eternidad: el azul de sus bellos ojos y el del arma que ciegamente había querido elegir. Su familia le mantiene vivo en el corazón, más allá del último vuelo y en la paz del cielo, para siempre».

Otro tiempo, el mismo Mediterráneo, una emoción idéntica. Descanse en paz, comandante Francisco Marín.

Álvaro de Diego es director del doctorado de la Universidad a distancia de Madrid (UDIMA).

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