Con el «no es no» se negó a facilitar vía abstención la investidura de Rajoy, y los suyos tuvieron que echarle de la Secretaría General. Con el «sí es sí» ha tocado fondo, ha alcanzado el nadir. En el «no es no» le siguieron seis diputados. Todos tuvieron premio cuando la gran venganza, aunque tengo para mí que los que hacen balance ahora no están muy contentos. A Ábalos, por ejemplo, lo echó con recochineo. Sánchez se regodea en el sufrimiento ajeno y no distingue si la víctima es un adversario o un colega fiel.
Con el «sí es sí» está dispuesto a llevarse por delante el último atributo que le quedaba, que es el del disimulo. Quiero decir que el hombre salía por Europa y sus homólogos no tenían la sensación de estar ante un autócrata bananero. Si les cuentas que se doctoró con una tesis que no ha leído, pieza académica que cita al señor Voir porque su negro fusilaba obras en francés sin conocer el verbo ver, no se lo creen. Piensan que exageras. ¡Cómo son estos españoles!
Sánchez y solo Sánchez es el verdadero responsable de la colosal metedura de pata de la ministra de Igualdad y de los escupitajos que esta lanza a los jueces. Repugnante indicador que nos indica el estado del golpe de ídem. El «no es no» tuvo cosas chuscas, como aquello de esconder la urna donde había que votar la decapitación política del traje vacío. Es otro tipo de anécdota que los altos cargos de Bruselas no se creen. Allí están convencidos de que lo más 'iliberal' de Europa (ojo, el uso de ese adjetivo delata al enemigo de la libertad) es Hungría o Polonia. No se percatan del mal de España, anestesiada por los medios del Régimen –incluido el duopolio privado–, encantada del aturdimiento inducido por el sistema educativo, fábrica de mediocres. Sánchez es el que inventó a la Irene Montero gobernante. Ella era una activista franca que no escondía las intenciones de los suyos: guillotinar Borbones y tal.
Cuándo empezó a disparatar con sus leyes ideológicas, Sánchez no la contuvo; por el contrario, sacrificó a Campo –único miembro del Gobierno con sentido de lo jurídico– y a Carmen Calvo, cuyos históricos y celebrados atentados contra la sintaxis y la sindéresis no son óbice para reconocer en su persona a una feminista de segunda ola, una de las feministas de antes, las que defendían a las mujeres en vez de intentar borrarlas y, de paso, burlarse de ellas con el cuento siniestro de la autodeterminación de género.
Es decir, con el «sí es sí» es Sánchez, y no Montero, el que nos debe explicaciones por la liberación de violadores. Fue él quien impuso a una lega fanatizada de un partido ajeno sobre los expertos templados del propio. Fue Sánchez el incapaz de encontrar un solo asesor en su legión capaz de comentarle un par de rudimentos de Derecho Penal general para no parecer un lerdo. Es él quien, viendo los catastróficos efectos de la reforma penal con que Montero se había encaprichado, le cuelga el muerto al Supremo: ¡Que unifique doctrina!
Igual que pasaba con la Fiscalía, cuando el pobre creía que dependía de él, ahora está convencido de que los jueces pueden diseñar una ley nueva retorciendo lo suficiente la aberración montera. Lo de Patxi Nadie ni lo comentamos; el hombre se cree que reformando la reforma volverán a meter a los sacamantecas liberados en el trullo. Lo ignoran todo.
Tengo para mí que el principal capítulo de lo que Sánchez no sabe se refiere a su supuesta especialidad, la materia de su doctorado ful. Después ya viene el Derecho. Y después la gramática. Ah, otra cosa que desconoce, no vayamos a olvidarlo, es la empatía. Trátase de un rasgo definitorio de su cuadro. En su debe hay que cargar los insultos a la judicatura de su ministra, la osadía de decirles a los jueces y magistrados que se tienen que formar, tan bestia que, lo reconozco, me ha hecho reír. También hay que cargarle que Pablo Iglesias, que se iba pero no se va, un poco en plan Chiquito lúgubre, acuse de golpista al Poder Judicial. No a sí mismo por su protagonismo en el desmontaje del espíritu de la Transición, de la concordia y de los valores democráticos: al Poder Judicial.
Con su primera tautología, «no es no», a Sánchez lo echaron a patadas. Con la segunda, «sí es sí», hay más razones aún para que su partido le haga 'un Johnson'. Pero el PSOE no hace esas cosas. A Zapatero, el hombre de las malas intenciones y peores resultados, no se lo hicieron. Ni a Felipe. Es más, entonces nadie se movía para salir en la foto. Los pecados de Felipe fueron muchos, pero estaban dentro de lo que le puede pasar a un estadista endiosado con pocos escrúpulos. Lo de Zapatero fue el fin del socialismo español respetable. No hay pasaje que ilustre mejor su calaña que aquel comentario a la madre de Irene Villa: «También mataron a mi abuelo». Zapatero parecía imposible de empeorar y las aptitudes de sus ministras imposibles de mejorar en el terreno cómico. Pero llegó Sánchez y batió todos los récords.
Sus barones críticos, sus descontentos, son pura fantasía. Si alguno ha levantado un poco la vocecita ha sido pensando en la proximidad de las autonómicas y en que van a perder sus presidencias por culpa de las chorradas y las infamias de La Moncloa. Por otra parte, está el respeto al poder, tan típico de los pusilánimes, el temor reverencial a los títulos, al oropel, a los signos externos de autoridad. Los libres no respetamos a los golpistas, ni a los zurupetos, ni a los plagiadores, ni a los traidores, por mucho poder que ostenten. Además, el poder no existe. Esto es algo que se entiende a la primera o no se entiende. No vale la pena explicarlo.
Juan Carlos Girauta.