Estamos rozando la emergencia social y nuestros grandes letrados, gente aguda, sostiene que eso de estar imputado en procesos de corrupción política apenas si es un accidente. Casi una medalla por los servicios prestados a la patria... catalana o española, da lo mismo. No preocuparse, sólo están implicados en casos de corrupción. Luego, cuando sean procesados, diremos que no es lo mismo que te procesen a que te condenen. Y luego, cuando los condenen, te explicarán que mientras la condena no sea firme, siempre caben recursos. Y para entonces, nosotros estaremos muertos y los nietos de los Pujol Ferrusola estarán organizando otra consulta soberanista.
Una pregunta nada retórica: ¿ustedes se imaginan a este país independiente, dirigido por esos mismos imputados en casos de corrupción? Sería como en Madrid, con la diferencia de que no me imagino a un mosso d’esquadra registrando la casa de un líder político del mismo partido que dirige los Mossos d’Esquadra. Primero no estarían imputados. Segundo no habría juez capaz de seguir adelante con el asunto, a menos que lo hiciera como aquel inefable del caso Palau, muy profesional, pero que parecía dirigir a los elefantes de Aníbal; cuando se cansó de tanto esfuerzo, lo sustituyeron.
Yo contemplo a Luis Bárcenas, ínclito encargado durante años de las finanzas del PP, y me aterrorizo. Es la Italia del socialista Bettino Craxi que hizo rico a su recogedor de pelotas de plata, Silvio Berlusconi. Fueron los intelectuales como Indro Montanelli quienes se inventaron aquella fórmula genial e irresponsable: tapaos la nariz, pero votad a los corruptos. Ellos tienen una responsabilidad en el desastre, que ninguno asumió nunca. Murieron con ese halo entre Marinetti y Malaparte, de haber tenido siempre razón; sólo se equivocaba la historia. Lo mismo que estos chicos, aprendices de asesorías, cuando sacaban pecho cuando algunos decíamos que no había ni siquiera que ir a votar, para mostrarles nuestro desprecio. ¿Y nuestra responsabilidad ciudadana? Se la han pasado estos caballeros por sus partes.
¿Y ahora qué hacemos? Se inventaron hace años un espejismo al que algunos llamamos oasis, para ridiculizarlo, mientras el país se iba degradando a pasos agigantados. La nueva prensa del Movimiento Nacional y la inteligencia se convertían en serviles ante el poder que las subvencionaba. En Madrid había pelea, aseguraban, duelos a primera sangre, que se decía antiguamente. Nada decisivo, porque el día que dos diputados autonómicos socialistas se pasaron al enemigo y dejaron a los suyos compuestos y sin alternativa, ese día la suerte estuvo echada. La hegemonía conservadora perduraría durante el tiempo que la gente aguantara. Y la gente aguanta décadas, incluso siglos, de humillación y silencio. Luego vienen los historiadores y explican que había mucha oposición pero que no se notaba, porque era silenciosa, como sus papás y sus abuelas.
Para los antiguos, como yo, la situación se asemeja a los tiempos de la prensa del Movimiento, cuyo lema era “los que gobiernan nos pagan, y no cabe quejarnos, tal y como está el patio”. Los partidos políticos en Catalunya han decidido jugar a la parábola del dentista: no nos vamos a hacer daño. Es muy bestia decir que el partido que gobierna Catalunya tiene su sede principal embargada por los tribunales de justicia por el caso Palau. ¿Palermo? ¿Catania? Por supuesto, sólo están implicados, no hay sentencia y cuando la haya, la única certeza es la que pronosticaba el gran Keynes para el futuro: todos calvos.
Nos inventamos el oasis como chascarrillo, y resultó que muchos se lo creyeron. Tanto camello y tanto beduino disfrazado daban para componer un cuadro escénico tentador. ¡Se acabó el bròquil! Nuestra clase política está dando los últimos estertores antes de que el personal se subleve y esto sea la de Dios es Cristo. La paciencia de la gente tiene un límite. No es que la gente se sienta estafada, es que la han estafado y en la más absoluta impunidad. Y de ahí partirá una agresividad inevitable. El Estado sólo puede ser el que monopoliza la violencia si al tiempo garantiza la justicia. No se puede engañar a la gente con el descaro que se ha hecho hasta ahora. La transición fue una estafa, un juego de trileros donde todos sabían dónde estaba la pelotita, pero nadie quería levantar la chapa.
No sé si estos graciosos, bien engrasados, de la imputación como medalla y riesgo de las responsabilidades políticas, son conscientes de que estamos llegando a un punto de ebullición que nos retrotrae a otras épocas. La actitud de los partidos políticos y de los medios de comunicación que de ellos dependen está llevando a una desafección política absoluta. Yo escucho a Dolores de Cospedal y me produce una irritación que no recordaba desde Pilar Primo de Rivera. Oigo a Duran Lleida vacilar con nosotros sobre si su partido cometió un delito o fue sencillamente un gesto galante no bien interpretado por la judicatura, y pienso en lo que hubiera hecho yo, y montones, hace un puñado de años. Nadie tiene el derecho de mofarse de ti impunemente. Estos caballeros están fraguando la violencia. No te puedes descojonar de un ciego y luego llamarle ínclito invidente.
Ha vuelto la necesidad, es decir, el hambre. Y sobre todo una cosa que ha sido siempre en las sociedades un motor para la agresividad y la violencia, la absoluta falta de perspectivas. Los supuestos líderes hablan con “lengua de madera”, como dicen los franceses, y por más que se inventen soberanismos y demás frivolidades para gente asentada, no colma las necesidades de unos tipos que han trabajado como chinos antiguos y que se encuentran ahora con ahorros robados, pensiones ridículas, prejubilaciones, y juegos financieros que consienten a sus jefes beneficios de escándalo, mientras ellos han de limitarse a la supervivencia doméstica.
La clase política debe entender que está poniendo la mecha sobre el explosivo que ha ido fabricando, y que carece del más mínimo mérito para considerarse ni siquiera “la casta”, como dicen en Italia. Porque allí existe y existió siempre, por ser país dominado por las grandes potencias, el talento emergente de una sociedad civil. Nosotros no tenemos eso. Hasta nuestra inteligencia es gregaria y sumisa. ¿Se acuerdan de tantos apoyos a Zapatero cuando gobernaba? ¿Ninguno de ellos tendrá la dignidad de suicidarse, me es indiferente si física o ideológicamente? Pero un gesto. Sólo un gesto les salvaría de la vergüenza de haber sido los cómplices de aquel irresponsable. Lo más despreciable: la complicidad silenciosa.
Aferrarse al escaño. Muchas más razones tendría el trabajador para aferrarse a su puesto de trabajo. Primero, porque lo sudó. Segundo, porque bien que le sacaron su plusvalía. Y tercero, porque creyó en ellos, unos estafadores de tres al cuarto. Esos diputados de Convergència, del PSC, del PP, o de la izquierda desmañada, “aferrados al escaño”. Eso es una provocación para quien no puede aferrarse a nada que no sea su indignación y esa sensación de haber sido burlado y humillado por una camarilla de personajes que él eligió en mala hora y que ahora le miran con gesto de conmiseración: “Chico, es lo que hay”.
Vamos a la violencia, de cabeza. ¿Quién no tendría la tentación de llevar hasta la UCI de un hospital con recortes a esos tipos de la troika, que deciden que tu familia es una mierda, tu trabajo una nadería y tu vida inútil? Imagínenselo por un momento. Usted ha ahorrado unos dinerillos que han utilizado como han querido unos gángsters que no necesitaron matar para ganarse el título, y que de pronto le dicen que “usted vivía por encima de sus posibilidades”, y le arruinan.
Me ha dejado una desazón absoluta saber que Oriol Pujol Ferrusola, imputado, al que parece que hubiéramos de dar las gracias por no cesar en nada que no siga cobrando, estudió veterinaria y es experto en granjas de cerdos. ¡Hostia, la pesadilla de Orwell! Del oasis a la granja.
Gregorio Morán