Del oasis al laberinto catalán

Por Salvador Cardús i Ros (LA VANGUARDIA, 02/03/05):

El Carmelo -jardín de árboles- bíblico, hoy conocido con el nombre de monte de San Elías (Yebel Mãr Elyãs), simboliza la hermosura que Yahvé puede dar a un paisaje (Is 35,2). Y por esa misma razón, un Carmelo árido es la imagen de la destrucción a la que puede llevar la ira de dios (Na 1,4). Pero es también en el monte Carmelo donde Samuel, primer profeta y último de los jueces de Israel, comunica al rey Saúl que ha perdido la confianza de Yahvé, tal como le ha sido transmitido: "Me arrepiento de haber nombrado rey a Saúl; ha dejado de seguirme y no ha puesto en práctica mis palabras" (1s 15:10-35).

No tengo la menor idea de por qué el Carmel de Barcelona se llama así. Pero no me dirán que no resulta curioso cierto paralelismo entre la tradición bíblica y lo que ha sucedido a propósito del hundimiento del túnel del metro en este barrio. Particularmente, es interesante esa imagen de la pérdida de confianza, en este caso política, que ha precipitado el presidente Maragall con su atzagaiada (en catalán, acción ofensiva, irreflexiva, desconsiderada, disparate) en su aciaga intervención del jueves pasado en el Parlament.

Voy a dejar para otra ocasión el comentario sobre lo sucedido en el Carmel. Quizás ahora sería inoportuno decir que no acabo de ver en qué cosas fundamentales el Govern no ha actuado correctamente después de la catástrofe. Entre todos estamos fomentando actitudes inmaduras entre los vecinos, a pesar de haber sido capaces de dar una respuesta razonablemente satisfactoria a su desgracia. No quiero restar ni un ápice al drama que significa quedarse sin casa por la incapacidad de los poderes públicos de garantizar la seguridad en unas obras de su responsabilidad. Pero tampoco se pueden exigir soluciones inmediatas que puedan, simultáneamente, ser seguras y definitivas. Igual que no acierto a comprender por qué resulta tan difícil aceptar que no sea posible dar cuenta de las causas exactas del hundimiento teniendo en cuenta las consecuencias de lanzar hipótesis no confirmadas. ¿Quién va a pedir paciencia, que es justo lo que necesita este mal? Pero dejemos lo importante y vayamos a lo grave.Yla gravedad está en las palabras de Maragall, que han producido un socavón en la vida política del país que no puede taparse con cemento ni va a resolverse con indemnizaciones. Ya escribió en su día el periodista Manuel Cuyàs en un memorable artículo en El Punt (2/IX/2004) que Pasqual Maragall soluciona los problemas agrandándolos: "Para aprovechar un limón hace un plato de crema". Es el caso del Macba, del Fòrum, de la región Euromediterránea o de la pasada celebración de la Diada Nacional catalana. Y ahora Maragall ha desbordado el problema de la difícil gestión del Carmel que Nadal había casi bordado con otro de resolución imposible. Lanzada la insinuación de una corrupción generalizada en la contratación de obra pública del anterior gobierno, convirtiendo la sede parlamentaria en tertulia tipo Cope, es difícil imaginar un final feliz para un camino que no lleva a ninguna parte.

El único buen desenlace, el más radical, el que supondría aclarar judicialmente los casos de corrupción, si los hubiere, definitivamente y para todos los partidos, se anuncia inalcanzable. Maragall no podrá demostrar nada y CiU tampoco conseguirá que prospere una demanda judicial en contra de la insinuación del presidente del Govern. Por otra parte, políticamente únicamente caben soluciones pactadas que van a dar la impresión entre la ciudadanía de acuerdo inconfesable entre intereses corruptos. En estas circunstancias, está claro que sólo van a sacar provecho los que tengan las manos libres para la demagogia: es decir, el PP, ya que ERC o ICV, que podrían sentirse tentados a apuntarse al tiro al plato, no lo podrán hacer por una mínima y decente lealtad gubernamental que espero que sepan guardar. Es decir, por acción u omisión, también pringan. Está, por otra parte, el proceso abierto para reformar el Estatut. En su momento ya había sostenido la conveniencia de un gobierno amplio que integrara a CiU, PSC y ERC, por lo menos durante el tiempo que durara este periodo constituyente.

Faltó grandeza y valentía. Particularmente, no creo que la actual crisis de credibilidad provocada por Maragall deba situarse por encima de la responsabilidad parlamentaria de seguir adelante con la elaboración de la propuesta de nuevo Estatut. Ni por razones prácticas ni por razones formales. Pero va a ser difícil que no sea así. No sé si CiU en veintitrés años de gobierno nos había metido en el espejismo de un oasis -es una metáfora odiosa-, pero sin lugar a dudas Maragall, en uno solo, nos ha encallado en un laberinto de verdad. De manera que, si para imaginar alguna salida aplicamos la lógica política de los actores actuales, hay para echarse a temblar. Por gusto, Maragall saldría del atolladero creando un espectáculo aún mayor: convocar elecciones anticipadas. Si puede, por el momento, el PSC no le va a dejar. Por interés, Mas podría preferir una lenta agonía política de Maragall que demostrara públicamente su incapacidad para reformar satisfactoriamente el Estatut y liderar la política catalana. No sé si lo van a dejar el corro de asesores a los que les va tanto la marcha. Por necesidad, ERC i ICV no están en condiciones de tomar ninguna iniciativa sin arriesgarlo todo y van a mantener las posiciones más conservadoras. Con mucha cara, el PP va a presentarse como líder moral de la situación y, conociendo el percal catalán, conseguirá dar el pego. La facilidad con la que hemos pasado del oasis al laberinto me sugería otro título para el artículo, pero que no habría cabido: La insostenible levedad de la política catalana. Porque esto no es el temblor del gran cambio que se avecina, sino el descarrilamiento de un país con problemas de confianza y autoestima.