Del pasado y sus rescates

Uno de los mayores atractivos del cine documental reside en la posibilidad de planear operaciones de rescate. Ocurre algo parecido con los libros compuestos por una selección de textos periodísticos. En ambos casos pueden sacarse a flote contenidos que, de otro modo, permanecerían hundidos a gran profundidad en medio del olvido. Y digo contenidos, porque lo que es el envoltorio original -el reportaje cinematográfico que incluía las imágenes o el periódico donde aparecieron la crónica o el artículo- rara vez consigue uno atraparlo.

De entre los muchos rescates audiovisuales de estos últimos tiempos, destacan, sin duda, los relacionados con la guerra civil española. Los documentales de que disponíamos hasta la fecha estaban casi todos decantados, fatalmente, hacia uno u otro bando. De ahí que uno de los principales retos a los que deben enfrentarse hoy quienes se animan a producir uno nuevo sea el de la objetividad. Las imágenes, claro está, tienen dueño. Y circunstancia. Fueron filmadas en su día por periodistas con el corazón robado. Pero su ensamblaje tras el pertinente proceso de selección es cosa del presente, de otra circunstancia, la nuestra. Al igual que el relato que las acompaña.

«Noticias de una guerra», producido por Elías Querejeta y dirigido por Eterio Ortega, coautores a su vez del guión, es uno de esos trabajos. Este verano lo dieron por televisión. Llegaba con avales. El de los propios guionistas, que habían insistido en que la cinta huía de planteamientos ideológicos y estaba basada en hechos, nada más que en hechos, y el de Santos Juliá, que figuraba en los créditos como asesor histórico. En los últimos años Juliá, en su condición de historiador y de comentarista de la actualidad, ha terciado a menudo en las polémicas relacionadas con la revisión de nuestro pasado. Y siempre, que yo recuerde, desde la convicción de que memoria e historia son dos conceptos, si no antagónicos, sí incompatibles -en la medida en que el primero es particular, subjetivo, mientras que el segundo aspira a un conocimiento objetivo de la realidad pretérita-, por lo que carece de sentido hablar de «memoria histórica». A no ser que lo que uno pretenda -como denunciaba el propio Juliá en un viejo artículo- sea ceder a la tentación totalitaria y construir un relato único sobre el pasado.

Por desgracia, éste parece haber sido el propósito de «Noticias de una guerra». Empezando por su concepción misma: una narración que va desde enero de 1936 hasta el fin de la contienda, siguiendo un orden cronológico, y en la que se mezclan imágenes reales, extraídas de fondos documentales, y otras inventadas, destinadas en principio a cubrir las lagunas archivísticas. Como es natural, las escenas ficticias suelen corresponder a hechos de los que difícilmente puede existir memoria gráfica: sacas en las cárceles, fusilamientos masivos, asesinatos de dirigentes políticos, etc. Pero también alcanzan a retratar, por ejemplo, a un supuesto general Mola escribiendo a máquina las instrucciones que habían de servir a los militares sublevados para ejercer de forma implacable y terrorífica el poder, con la particularidad de que la secuencia se repite una y otra vez a lo largo de la primera parte del relato, llegando incluso a romper la sucesión temporal. Sobra decir, por lo demás, que el espectador no dispone de mecanismo ninguno, aparte de su conocimiento de la historia, para distinguir lo real de lo que sólo aspira a serlo. Y ya se sabe que, tanto en cine como en literatura, no es precisamente la verdad la que saca provecho de esta clase de mezcolanzas.

Pero, más allá de los problemas de concepción, el falso documental adolece de no poca tendenciosidad en lo relativo a la selección de los episodios bélicos y al trato que estos episodios reciben. Un par de ejemplos. Hoy en día casi todos los historiadores coinciden en que las dos mayores matanzas de la guerra civil -mayores por el número de víctimas causadas, pero también por el carácter premeditado de la barbarie- son las practicadas, por un lado, por los nacionales en Badajoz y, por otro, por los republicanos en Paracuellos, ambas en los primeros meses de contienda. Pues bien, así como la primera nos es mostrada a través de imágenes debidamente apuntaladas con una narración en la que no se escamotean detalles de lo sucedido, la segunda cabe suponer que corresponde a la simulación de una saca en una prisión madrileña -en la que se pronuncia, entre otros nombres de víctimas, el de Pedro Muñoz Seca- y el posterior fusilamiento de los presos frente a una zanja. Y digo que cabe suponerlo, porque en ningún momento se alude a Paracuellos ni a las responsabilidades políticas de la matanza. Si uno no supiera lo que en verdad pasó, pensaría que se trata, sin duda, de un hecho tangencial.

Otro ejemplo. Barcelona, la ciudad anarquista, allí donde la revolución. A juzgar por la cinta de Querejeta y Ortega, esa revolución no trajo a Cataluña y a España entera sino alegría, ilusión y bonanza. Es cierto que en alguna secuencia se adivina el pillaje de una iglesia e incluso un púlpito quemado; pero eso es todo. De lo que las huestes de Durruti y García Oliver hicieron en la ciudad y sus aledaños durante la guerra, y, en particular, durante la segunda mitad de 1936; de lo que perpetraron en el resto de Cataluña; de los asesinatos y barbaridades que llegaron a cometer -y que tan bien refleja, por cierto, otro rescate reciente, esta vez un libro: el «Diario de un pistolero anarquista», de Miquel Mir, editado por Destino-, de todo esto, nada de nada. Ni imagen ni palabra.

Son sólo dos ejemplos del trato que reciben los hechos. Hay otros, por supuesto. En realidad, «Noticias de una guerra» no deja de ser una muestra más de ese afán justiciero del que parece haberse impregnado cierta izquierda en lo que va de siglo y, muy especialmente, desde que José Luis Rodríguez Zapatero alcanzó el poder. Con la particularidad de que en este caso no estamos ante un producto de ficción, donde a la memoria se le permiten cuantos ajustes sean necesarios para encajar, según convenga, todas las piezas del pasado, sino ante un supuesto documental cuyo objetivo manifiesto es dar noticia de lo que fue aquella guerra. Y con el agravante de que la cinta ha contado con la colaboración del Ministerio de Cultura y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, y con la participación de las televisiones públicas. Eso es, con el dinero de todos.

Ignoro si la más que probable aprobación de la ley llamada «de la memoria histórica» va a servir para terminar de una vez con semejantes rescates. Ojalá, aunque mucho me temo que no ha sido ésa la intención de sus promotores. Así se desprende, al menos, de la exposición de motivos que antecede al articulado y cuya redacción cabe atribuir, según propia confesión, al mismísimo presidente del Gobierno. Baste un apunte: en palabras de Rodríguez Zapatero, el exilio fue «largo, desgarrador y, en tantos casos, irreversible». Lo que equivale a decir -sin decirlo, claro- que fue sólo republicano. De la suerte que corrieron otros exiliados forzosos, ni mención.

Y es que, si bien se mira, el mal ya está hecho. Tres largos años de remoción interesada de la historia no pueden sino dejar huella. ¡Y pensar que algunos ingenuos todavía creíamos no hace mucho en las virtudes terapéuticas de nuestra Transición!

Xavier Pericay, escritor.