A finales del siglo XIX, más de 100.000 chinos vivían en las Filipinas españolas. Esta comunidad aportó figuras notables a la economía, la política y las artes del archipiélago. Sus éxitos provocaron la aparición de sentimientos sinófobos. Se manifestaron en peticiones de expulsión de los chinos o de limitación de su número. El racismo jugó un papel clave en esta campaña antinmigración.
Colaboradores del Diario de Manila como Pablo Feced labraron carreras denostando a los chinos. A su juicio, China era “un inmenso pudridero que irradia podredumbre” (12-7-1889). Feced también publicó el libro Filipinas: esbozos y pinceladas (1888), donde describe las “viviendas hediondas” del barrio chino de Manila como “centros de infección”. Solía comparar a los chinos con parásitos, sanguijuelas y otras alimañas para deshumanizarlos.
El periodista y político Rafael Comenge escribió un volumen de Cuestiones filipinas (1894) dedicado a los chinos. El tono es similar: “viven como ratones y con ratones […] Si alguna enfermedad infecciosa anida en aquel montón de basura, tiempo habrá de impedir su propagación”.
Por su parte, Manuel Scheidnagel (1880) era igual de virulento. Según este teniente coronel, el mestizaje impregnaba Filipinas del “virus chino”. Es decir, cuando abandonaban Manila, los chinos dejaban “el virus de su constitución viciosa”.
No son ideas originales. La crónica oficial sobre la conquista española de las Malucas ya utilizaba la palabra “contagio” para referirse a la influencia china en el sudeste asiático (Bartolomé Leonardo de Argensola, 1609). Cronistas como Pedro Chirino (1604) y Antonio de Morga (1609) compartían aprensiones parecidas. Los periodistas españoles de Manila conocían este corpus y lo invocaban como fuente de autoridad. De este modo, prejuicios centenarios insuflaron el racismo decimonónico.
En California, a finales del siglo XIX, los chinos se convirtieron en chivo expiatorio de cualquier brote epidémico. Abundan las caricaturas que los retrataban como un peligro para la salud pública. Al otro lado del Pacífico, las autoridades españolas de Filipinas siguieron el ejemplo americano. Como explica el epidemiólogo Adam Kucharski en The Rules of Contagion (2020), históricamente las pandemias han avivado la xenofobia.
Cabe preguntarse si estas dinámicas no estarán regresando con la crisis del coronavirus. Durante años, las enfermedades infecciosas se asociaron con los países o regiones donde surgió el primer brote. En 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó contra esta práctica estigmatizadora. Sin embargo, Trump defiende la denominación del “virus chino”, acaso influido por su guerra comercial con China. Ortega Smith utilizó la misma expresión en un tuit. Macarena Olona habló de “peste china” en TVE. La portavoz de Vox también usa esta fórmula en el Congreso.
Podemos denunciar al Gobierno chino por su gestión de la crisis, su falta de transparencia y su incapacidad de atajar el tráfico de fauna salvaje. No debemos permitir que legitimen su sistema político con base en una eficacia no contrastada. Sin embargo, conviene insistir en la importancia del lenguaje preciso y moderado. La inmensa mayoría de chinos no consume animales salvajes ni tiene responsabilidad alguna por lo ocurrido. La etiqueta del “virus chino” es injusta porque incita al odio hacia millones de personas inocentes.
De hecho, los países asiáticos se tomaron el coronavirus en serio desde el principio. China cerró Hubei, una provincia con la misma población que Italia, el 23 de febrero, dos días antes del Año Nuevo chino. En España retrasamos el confinamiento por una manifestación feminista. Si desconfían de las cifras chinas, consulten los datos de Japón, Singapur, Corea del Sur o Taiwán. Por otra parte, la frivolidad inicial de nuestros medios hubiera sido impensable en el sudeste asiático, que aún guarda memoria del SARS.
Antes de que la Covid‑19 llegara a Occidente, la cobertura mediática sobre la pandemia mostraba empatía hacia China. Incluso admiración: en febrero se elogiaba la construcción de un hospital en diez días en Wuhan. También se aseguraba que los contagios en Hubei estaban controlados.
Desde el confinamiento global, la actitud ha cambiado. Ahora se echa pestes de los chinos, a menudo sin distinguir entre gobierno y población. El presentador Jesse Watters (Fox News) les exigió disculpas por causar la pandemia comiendo “murciélagos y serpientes crudos”. Salvini denunció a China por crímenes contra la humanidad, y Macarena Olona por traernos “la peste del siglo XXI”. Por su parte, la Henry Jackson Society sugirió reclamar indemnizaciones.
Estos desahogos revelan una doble vara de medir. El impacto en la economía global de la crisis de 2008 también fue tremendo. Sin embargo, a nadie se le ocurrió pedir responsabilidades a Estados Unidos por las consecuencias de la caída de Lehman Brothers. Ante un fenómeno natural (no intencional) como un virus, los académicos Yuval Noah Harari y Kishore Mahbubani recomiendan abandonar revanchismos en favor de la solidaridad. Ayudando al país donde brota la infección, reduciremos el riesgo de nuevas pandemias.
No obstante, a medida que el coronavirus se propaga, resurgen los estereotipos sinófobos. Ahora parece haber patente de corso para ventilarlos ante cualquier asiático. Por eso estas minorías viven en Occidente con una doble preocupación: protegerse de la Covid‑19, pero también del racismo. Se han producido agresiones violentas en varios países, incluyendo España. La comunidad asiática española lleva meses denunciando comentarios xenófobos a raíz de la crisis (“Los chinos dan asco”, “Comen de todo”, “Son sucios”). En respuesta a episodios discriminatorios, en febrero lanzaron la campaña #NoSoyUnVirus.
Según el profesor Homi Bhabha (1983), el estereotipo no es una simplificación, sino una representación falsa de la realidad que revela un deseo de fijación. Ilustraré la tesis con una cita de Federico Ordás, autor de Los chinos fuera de China (1893): “el chino se presenta siempre igual en su tierra, […] en América y en Filipinas, en el siglo XVI que en el XIX”. La sinofobia de hoy es menos consciente de su esencialismo, pero repite incansable los tópicos de siempre: falta de higiene, alimentación insalubre, doblez traicionera…
Por no hablar de las teorías conspirativas respecto al supuesto origen provocado del virus. Darían para una novela sobre el laboratorio del doctor Fu Manchú. Parece que no hayamos avanzado desde los tiempos del Diario de Manila, que también difundía bulos sobre los chinos y sus “ocultaciones inevitables, imposibles de investigar” (Federico Ordás, 9-5-1889).
Obviando las diferencias entre cada época, todas las citas transcritas revelan miedo y desconfianza hacia los chinos. Siempre se los ha visto como un “otro” inescrutable. Las reacciones xenófobas ante el coronavirus son un eslabón más en la historia de la sinofobia occidental. Sin embargo, es posible combatir la Covid‑19 y denunciar el autoritarismo del Gobierno chino sin recurrir a insultos racistas. Hagamos el esfuerzo. De lo contrario, acabaremos con este virus mientras propagamos otro.
Luis Castellví Laukamp es profesor de literatura española en la Universidad de Manchester.