¿'Delendum est Sánchez', y nada más?

La miseria morbosilla en la que se ha instalado gran parte del debate político en España, o lo que queda de ella, hace que el debate público de fondo consista en que unos quieren echar a Pedro Sánchez, como sea y como objetivo único, y otros quieran mantener a Sánchez, como sea y por intereses propios. Esos intereses son, esencialmente, de tres tipos: culminar el separatismo de facto, o inocular la ideología woke desde una minoría o mantener poltronas. Esa dinámica, tan pobre como peligrosa, que centra su virulencia muchas veces en ataques personales y juicios de intenciones son propios de una democracia débil. Por ejemplo, no sabemos si el Doctor Sánchez es simplemente una persona pagada de sí misma con pura ambición de poder, y muy hábil, o si realmente tiene en la cabeza un proyecto de España que oculta hasta dónde puede, que sería la «nación de naciones» o la Confederación asimétrica desigualitaria. No lo sabemos, ni importa. Porque sí conocemos los hechos. Estamos perfectamente al tanto del terrible engaño antidemocrático con el que llegó al poder, traicionando su palabra y promesa electoral.

Ahora le estalla esa triste maniobra con la ley del solo sí es sí. Conocemos de indultos traidores, de negociaciones «de Gobierno a Gobierno» con los separatistas, de obscenos cambios ad hominem del Código Penal, de cesiones trascendentes a los separatistas vascos y a los terroristas, no solo a los filoterroristas (excarcelaciones y homenajes). No importa la catadura moral de Sánchez, importa lo que ha hecho, está haciendo y está dejando hacer. Dejemos las descalificaciones más graves para los historiadores del futuro. Y así, elevando el nivel, nos daremos cuenta de que echar a Sánchez no basta, ni mucho menos. ¿Qué ganaríamos si le sustituye Bolaños, o Carmen Calvo, o Yolanda Díaz, o Rufián u Ortuzar? Lo que está en juego no es que se vaya Sánchez, sino acabar con el SanchoPodemismoSeparatista por mucho tiempo. Es decir que no vuelva a tener libre acceso al BOE una minoría friki antisistema que no trabaja para el bien común sino para inocularle una ideología fragmentadora y destructiva de la convivencia, y, por supuesto que los separatistas no vuelvan a imponer al Gobierno de España medidas antidemocráticas y destructivas del interés general de los ciudadanos.

Es decir, el envite no es que se vaya Sánchez, sino poner en marcha un modelo de España que recobre la convivencia de ciudadanos, libres, iguales y solidarios que recogía el espíritu de la Constitución del 78. Pero, ojo, el chantaje ejercido por protogolpistas y separatistas no es nuevo. Sin duda está llegando al obsceno paroxismo en estos momentos con el poder cedido a Bildu y a golpistas catalanes, indultados o no, pero España lleva al menos 30 años sometida al chantaje de los separatistas fragmentadores y desigualitarios que han marcado las leyes y normas fundamentales de la convivencia de los diversos Gobiernos del Reino. Temas como la educación, la igualdad ante la justicia, la política territorial, ese crimen social que es la pérdida de unidad de mercado, la política fiscal, la seguridad jurídica y personal, la desaparición del español como koiné, los derechos civiles y constitucionales de los ciudadanos de muchas regiones, las desigualdades sociales, y un triste etcétera han sido sometidos a la voluntad de nacionalistas separatistas con cualquier Gobierno, y con cualquier Tribunal Constitucional desde hace decenios. Por lo cual, tan importante es que se vaya Sánchez como saber qué pretende hacer quien le sustituya y saber qué modelo de España y de ciudadanía democrática trae y propone. Y, muy importante, qué papel debe jugar España en el impulso a más y mejor Europa.

Dicho de otro modo, la gravedad del momento histórico, donde mucho mal está hecho ya, y se trata, no de seguir, sino de deshacer primero infinidad de entuertos gravísimos, no puede reducirse a la simpleza de «¡Que se vaya Sánchez!». Para emprender la ingente tarea de volver a crear una España democrática de libres, iguales y solidarios, hay que tener un amplísimo apoyo público en lo esencial (¡Ay ese Gobierno de salvación nacional imposible en España!). Y para ello es menester que los votantes sepan, porque el momento es crítico, fuera de propagandas demagógicas, la ruta, larga, que se propone emprender. Una moción de censura es un buen altavoz para ello, si no se convierte en el indigente discurso del pim pam pum arrabalero.

Por Enrique Calvet Chambon, ex europarlamentario y Presidente de ULIS.

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