Delincuencia financiera

No sé si conocen las contundentes consideraciones que, en varios vídeos accesibles a través de Youtube, hacen el economista John Perkins, antiguo jefe de economía de la ingeniería Charles T. Main Inc. (actualmente Parsons Main Inc.), y el helenista Pedro Olalla, profesor de la Universidad de Atenas, al hilo del comportamiento de los mercados y de ciertas corporaciones financieras. Cualquier buscador les llevará a ellos.

En la segunda entrega (Addendum, 2008) del documental de Peter Joseph Zeitgeist (en alemán, «signos de los tiempos»), y anteriormente en su libro Confessions of an economic hit man (2004), Perkins dice: «Cuando yo era un gánster económico, analizaba las estadísticas de muchos países del Tercer Mundo. Y, sin embargo, nunca he visto una caída en picado tan rápida como la de mi propio país, Estados Unidos. (…) Las estadísticas indicaban con toda claridad que éramos manipulados y descaradamente engañados por nuestro Gobierno y las instituciones financieras mundiales. Estas personas practicaban el juego que yo había aprendido como gánster económico: hacer que el futuro pareciera rosa».

Más recientemente, en declaraciones colgadas en internet el 5 de octubre pasado, Olalla dice: «Quienes controlan el poder financiero se están haciendo con el poder político a través de la explotación de la deuda, y lo hacen con la connivencia de nuestros gobernantes. (...) Cuando las fuerzas financieras hayan conquistado por completo el poder político, desaparecerá la política como ejercicio de soberanía. Gobierne quien gobierne, seremos todos esclavos de un puñado de magnates del dinero. Resistir como ciudadanos ante este proceso es el sentido de las recientes movilizaciones del pueblo griego».

Sería esperable que tales razonamientos -o su desmentido fehaciente-partiera de los líderes políticos europeos (et pour cause españoles y catalanes). No parece el caso. Se diría que nuestros líderes, con su sumisión, se doblegan ante los poderes fácticos que Perkins denuncia, y confirman punto por punto los temores de Olalla. Me parece muy preocupante. ¿Para dónde debe mirar la ciudadanía, así pues?

Paul Krugman, premio Nobel de Economía en el 2008, afirmó días atrás: «Una crisis provocada por la liberalización se convierte en pretexto para escorarse aún más hacia la derecha; en una época de paro masivo, el gasto público y los programas sociales se recortan drásticamente. (...) Rescatar a los bancos mientras se castiga a los trabajadores no es una receta para la prosperidad. (...) Islandia dejó que los bancos se arruinasen. (...) En lugar de tratar de aplacar a los inversores internacionales, impuso controles temporales a los movimientos de capital para darse a sí misma cierto margen de maniobra».

Por su parte, Antón Costas, catedrático de Política Económica de la Universitat de Barcelona, dejó dicho en este mismo diario (17 de noviembre pasado): «Se ha formado una nueva Santa Alianza germano-francesa que es la que de hecho gobierna la Unión Europea y el euro. Y ha decidido actuar como lo hacía el viejo imperio romano. Manda sus propios gobernadores (ahora se les llama tecnócratas) a las provincias donde hay problemas para que sustituyan a gobernantes elegidos por las democracias locales. (…) Los mercados se ensañarán con los nuevos gobiernos. (…) Y no valdrá para nada que estos nuevos gobiernos prometan renovados sacrificios. Solo pararán cuando tengan miedo a la reacción de la manada en su conjunto». Ante semejante cuadro, ¿cómo se explica que (casi) todos nuestros líderes políticos callen y acaten?

Antoni Serra Ramoneda, catedrático emérito de Economía de la Empresa y expresidente de Catalunya Caixa (1984-2005), en su libro Los errores de las cajas (2011) expone por qué estas entidades han perdido tanto dinero y han dilapidado un prestigio secular. No parece que sus consideraciones hayan llevado a ningún político a actuar en consecuencia. El mismo día que el Banco de España intervenía al Banco de Valencia (21 de noviembre pasado) y tenía que inyectarle 1.000 millones de capital y 2.000 de liquidez, quien fue su presidente, y también vicepresidente de Bankia, decidió conservar la presidencia de Bancaja y se disponía a esperar una jubilación de casi tres millones de euros anuales. Ante todo ello, Juan Rosell, presidente de la patronal CEOE, considera «legales, pero inmorales, las indemnizaciones recibidas por los codiciosos, ambiciosos y desvergonzados exgestores de algunas empresa parapúblicas». Ninguna reacción política.

Creo que es tiempo de hacer algo más que indignarse. No se trata de un tema tan solo ideológico, es una cuestión éticamente insoslayable. Que se sepa que estamos en manos de delincuentes financieros (alterar el precio de las cosas es un delito tipificado), tal como la ciudadanía de Chicago estuvo a la merced de gánsteres en connivencia con políticos corruptos. La mayoría de los nuestros no lo son, me parece. Pero acatan las decisiones de los delincuentes. En la práctica, la diferencia acaba siendo pequeña. No se olvide: la complicidad con delincuentes es también un delito.

Por Ramon Folch, socioecólogo y director general de ERF.

1 comentario


  1. Gracias, por fin alguien que dice las cosas por su nombre a ver si hace enrojecer a la clase política y alguien se atreve a poner el cascabel al gato (tigre)

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