Sábado noche, el último. Muchos ex alumnos de una prestigiosa institución pedagógica de Barcelona se reúnen en un restaurante de las cercanías de la ciudad para celebrar un aniversario simbólico. Al terminar, uno de los asistentes invita a unos cuantos amigos a trasladarse hasta su casa, muy cercana al restaurante, metida dentro del bosque de la localidad de Tiana. Les da las indicaciones, que los más avezados saben seguir con exactitud, pero un coche con dos rezagados se pierde y, en vez de ir por donde debería, se dirige en otra dirección.
Cuando los ocupantes del vehículo constatan que se han equivocado y proceden a dar media vuelta, encuentran delante de ellos a un hombre con una escopeta que, sin más aviso, les dispara y hiere al conductor en la mandíbula y una oreja, quien comienza a sangrar notoriamente. Rápidamente, con serenidad, el acompañante sustituye al conductor herido y se dirigen a toda prisa no ya a casa del amigo, sino al hospital más cercano, donde el herido llega inconsciente.
Cuando se formula la denuncia, las fuerzas de orden público informan de que el agresor es el propietario de la finca, que debió interpretar que los pobres ocupantes del vehículo querían atacar su propiedad, y se inclinan por aconsejar no dar publicidad al hecho para evitar que la gente tome ejemplo. Es decir, que la gente crea que una buena solución es recibir en su finca, en medio de la montaña, a tiros o a balinazos a los que equivocadamente se han introducido en ella. No debería ser así. De esto debería hablarse, porque esto es el reflejo de un momento muy peculiar: la gente tiene miedo y algunos sustituyen el miedo con la irracionalidad, lo que a veces, como en este caso, les convierte también a ellos en delincuentes.
El clima de inseguridad es muy negativo y provoca miedo en mucha gente. Pero no puede ser que la reacción frente al miedo sea la de armarse y, sin ningún tipo de prevención ni requisito, intentar aplicar medidas represoras que sólo a las fuerzas de orden público corresponde adoptar. Esto antes sólo pasaba en EE. UU. y, por cierto, aquí todos lo criticábamos. Ahora ya estamos en ello. "No entre en mi finca, que lo mato".
Las cosas, en este terreno de la seguridad ciudadana, se nos están complicando día a día, pero, por más compleja que sea la solución, deberíamos aceptar que la responsabilidad de hacer frente a estos temas corresponde a las fuerzas del orden público. Si nos convertimos cada uno de nosotros en pistoleros intérpretes de la ley, va a ser un desastre.
El miedo no justifica el delito.
Miquel Roca i Junyent