Delirio nacionalista en el Himalaya

Winston Churchill decía que el nacionalismo era la ideología de los imbéciles. Y admitiendo que estuviese en lo cierto, hay que plantearse que se ha producido un enorme aumento de la imbecilidad en la política. La excitación nacionalista se ha convertido en el argumento definitivo para la conquista del poder, sin duda porque el socialismo ha fracasado y el liberalismo es demasiado racional. Nadie escapa a ello, en Europa, en EE.UU., en Brasil o en China. O en el Himalaya. Para entender lo que hoy en día inflama a Cachemira y enfrenta a India con Pakistán como dos gallos de corral, hay que remontarse a 1947, el año en que un virrey británico con prisas por marcharse dividió el Imperio de las Indias. Recordemos que las provincias de mayoría musulmana tenían que formar Pakistán, y la mayoría hindú, India, lo que provocó intercambios de población y matanzas en ambos lados. La colonización de India no siempre fue apacible, pero su descolonización fue un horror. Y todo por satisfacer la sed de poder del líder musulmán (y laico), Ali Jinnah, y del líder indio, igual de agnóstico, Jawaharlal Nehru. Pero varias provincias como Cachemira y Hyderabad quedaron en suspenso, por falta de acuerdo. Nehru amenazó con invadir militarmente Hyderabad, y este cedió. En Cachemira, el marajá hindú de una población musulmana se vendió al mejor postor, India. Y acto seguido, se libró una guerra interminable en la que Cachemira se repartió entre los contendientes, Pakistán, India y China. En ningún momento se consultó a los habitantes de Cachemira. He visitado a menudo este país, y creo que si pudiesen votar, los cachemiríes elegirían la independencia, como sus vecinos de Nepal o de Bután. Cachemira es una civilización en sí, musulmana e hindú, siguiendo un modelo más sincrético que fundamentalista. Pero ello no ha sido óbice para que esta lucha de vanidades entre India y Pakistán ya haya provocado tres guerras e innumerables escaramuzas. Sin embargo, el actual primer ministro indio quiere más y quiere destruir cualquier singularidad en Cachemira, de la misma manera que el Gobierno de Pekín ha impuesto la cultura china en el Tíbet. La supresión de la autonomía de Cachemira por parte de Narendra Modi y la ocupación del valle de Srinagar se enmarcan en su visión más amplia, que yo calificaría de nacionalista, pero a la que Modi llama modernista. Para este primer ministro, una India moderna exige un pueblo homogéneo bajo la tutela de un Estado centralizado, es decir exactamente lo contrario de lo que siempre ha sido India, un puzle cultural y religioso, con un Estado central menos influyente que los estados regionales. Lo paradójico es que la India con la que sueña Modi es un calco del concepto occidental del Estado nacional, tal y como se impuso en Europa en el siglo XIX. Y resulta paradójico porque Modi reivindica la tradición india (de qué época no sabemos) y la religión hindú que practica con austeridad. Pero esta religión es un invento de los colonizadores británicos que, confundidos por la infinita diversidad de las prácticas, designaron con una sola palabra, «hinduismo», lo que no entendían y metieron en el mismo saco a 10.000 dioses. Esta colonización política e intelectual por parte de los europeos (hasta hace poco había colonias francesas y portuguesas en India) es el verdadero origen del hinduismo político de Modi y de los movimientos político-religiosos que lo respaldan.

Una prueba de ello es que observamos manifestaciones callejeras en las que los partidarios de Modi gritan que Rama es «más fuerte» que Mahoma y Cristo. Ahora bien, Rama, por tradición, no era más que otro dios entre miles en India. El Rama del partido de Modi es un invento poscolonial, una copia de los monoteísmos bíblicos. Y en lo que respecta a sus rivales, el Partido del Congreso controlado por los descendientes de Nehru, el laicismo militante también es una simplificación occidental de la complejidad india.

Por tanto, Cachemira es un peón, un rehén entre sus tres vecinos, China, India y Pakistán, entre tres nacionalismos de reciente creación. China ocupa el norte de Cachemira, unos glaciares y unas montañas deshabitadas, para indicar que es la potencia dominante en Asia. India quiere demostrar que es una potencia contemporánea, según el modelo occidental, mediante la ocupación de Cachemira, que entusiasma a las bases militantes de Modi, partidarias de un hinduismo viril (recordemos que el partido de Modi desprecia a Gandhi al que considera afeminado y politeísta). Y para Pakistán, Cachemira es vital, porque el Ejército paquistaní es la única institución que permite que Pakistán exista como Estado. Así pues, en Cachemira no se va a restablecer la paz en breve, ni los turistas van a volver a Srinagar. Y lo que es peor, es previsible que se produzca un auge del nacionalismo cachemirí porque las ideas estúpidas se difunden más rápido que las ideas razonables.

A fecha de hoy, se traiciona en todo al Mahatma Gandhi, que logró la liberación de India mediante la no violencia, y se la imaginaba como un modelo de sociedad alternativo al del Estado nacional occidental. ¿Era Gandhi, lleno de espiritualidad y de respeto por todas las diferencias, un hombre del pasado o algún día se le considerará un profeta del futuro? Porque, además, fue un pionero de la ecología. En cualquier caso, no es una figura del presente, ya que en el presente lo que está en boga es la estupidez nacionalista.

Guy Sorman

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