Delitos de odio en Italia

Como una resaca, la larga campaña de la derecha soberanista sobre los inmigrados deja su reflujo. Un movimiento ondulante nacido donde el agua es más profunda, alimentado por el lenguaje del odio contra el “distinto” y utilizado para señalar a los enemigos y conquistar el consenso. La prueba de que los mensajes de rencor y la propaganda sobre seguridad han aumentado el miedo y han creado más incertidumbre la ofrecen los últimos datos difundidos por el observatorio para la seguridad contra los actos discriminatorios (Oscad), instituido en 2010 por la Dirección Central de la Policía criminal del Ministerio del Interior.

Las estadísticas —presentadas el pasado 21 de enero en Roma durante el congreso sobre Las víctimas del odio celebrado en la sala multifuncional de la presidencia del Consejo de Ministros— hablan claro: en 2019, en Italia, se cometieron 969 delitos de carácter discriminatorio (hate crimes, es decir, delitos de odio). Uno cada nueve horas, y tres de cada cuatro (en total, 726 casos), de trasfondo racista.

Las cifras, ligeramente inferiores a las de los dos años anteriores (2018-2017), no son todavía definitivas. Pero el cálculo que preocupa es que, entre 2016 y 2017, se duplicaron los delitos de discriminación por raza, etnia, nacionalidad y religión. Pasaron de 494 a 828. Fue el bienio en el que funcionó a toda revolución la máquina nacionalista de comunicación de la derecha, en particular de la Liga de Matteo Salvini: eslóganes identitarios (“Primero, los italianos”), manifestaciones contra la invasión, un relato construido en torno al miedo y el silogismo “inmigrante igual a delincuente”.

El clima de hostilidad generado por los mensajes de los líderes de un sector político —a la Liga se han unido los Hermanos de Italia, hoy en constante crecimiento— ha sido utilizado por los grupos de extrema derecha; de ahí las revueltas contra los inmigrantes en las periferias, los ataques xenófobos sin perdonar ni a mujeres ni a niños y los nuevos hervideros de racismo y antisemitismo, cuyo virus ha arraigado en las capas más bajas del conflicto social y ha logrado tener su caja de resonancia mediática en los estadios de fútbol.

Si observamos los datos del Oscad relativos a 2018-2019, saltan a la vista varias tipologías concretas de delitos de odio: están en aumento los casos de incitación a la violencia (de 220 casos en 2018 a 234 en 2019), las agresiones físicas (de 88 a 93) y los actos de vandalismo (de 5 a 10) relacionados con la discriminación racial.

¿Está Italia enferma de odio? Así lo afirma la fotografía obtenida por el observatorio que preside el prefecto Vittorio Rizzi.

Explica Luciana Lamorgese, ministra del Interior: “Asistimos a varios episodios que evocan fenómenos que pensábamos haber dejado atrás en el tiempo y que implican la discriminación en función de la raza, el color de la piel y la orientación sexual. Esto, en 2020, no es aceptable. Debemos hacer todo lo posible para expulsar el lenguaje violento”.

Ya. El lenguaje violento. La brutalidad digital de los profesionales del odio. Sin embargo, muchas veces, los que envenenan los pozos son los propios dirigentes políticos, que, para sacar partido al malestar y la angustia, adoptan un vocabulario de barra de bar y recurren a iniciativas populistas que están en el límite de lo tolerable.

“Cuantos más enemigos hay, más aumenta la percepción de miedo”. Es lo que piensa Matteo Mauri, viceministro del Interior. “La política que utiliza esta técnica se enzarza en un juego peligroso que ha estado en los orígenes de las páginas más oscuras de la historia”.

Con las bocanadas de aire nuevo que se respiran, algunos se habían hecho ilusiones de haber archivado la siniestra etapa de las puertas cerradas, las barcazas abandonadas en medio del mar, los muros, el “nosotros” (los italianos) y “ellos” (los inmigrantes). Las cifras del observatorio de la policía criminal nos devuelven a la realidad. A un pasado inaceptable y que no puede convertirse en futuro. Mientras haya alguien al que golpeen por ser “distinto” —extranjero, judío, musulmán, homosexual, discapacitado—, el aire que respiramos seguirá siendo fétido.

“Sucia judía, deja de contar tus mentiras”, han escrito a Liliana Segre. Superviviente del Holocausto, obligada a llevar una escolta a sus 89 años, Segre dice que, más que al odio, ella tiene miedo a la indiferencia. Estamos comenzando los años veinte del tercer milenio. Dejemos de mirar para otro lado o no lograremos detener las manecillas del reloj de la historia que a alguno le gustaría que giraran hacia atrás.

Paolo Berizzi es periodista de La Repubblica y escritor. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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