Demasiado intenso y demasiado rápido

El 2012 será un mal año para la economía, el empleo y las condiciones de vida de muchos españoles. La causa es la mala gestión que han hecho los gobiernos de la zona euro de la crisis de la deuda. Con su sesgada política económica, centrada única y obsesivamente en la austeridad, han provocado una segunda recesión que no era en modo alguno inevitable.

Si repasásemos ahora los pronósticos que sobre la evolución de la crisis se hacían en el 2010 por parte de los organismos públicos y privados nacionales de predicción económica, veríamos que el 2012 aparecía como el año de la consolidación de la recuperación que se había iniciado en el 2010.

Sin embargo, como habrán leído y escuchado a lo largo de las últimas semanas, la economía de la eurozona se ha estancado y camina ahora hacia la recesión. Ni la propia Alemania escapa a este panorama. En el caso de España, la recesión es ya una realidad.

Y no satisfecho con el desorden existente, nuestro nuevo Gobierno se aplica con celo a introducir recortes más intensos y más rápidos. El déficit de cierre del 2011, mayor del previsto y pactado con las autoridades europeas, es la causa que justifica esas medidas, que, a decir de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, solo son «el inicio del inicio».

Las estimaciones más prudentes señalan que esos nuevos recortes de gasto público y aumento de impuestos tendrán un fuerte impacto en la economía y el empleo. Acentuarán más el penoso panorama recesivo que padecemos. Esto, a su vez, hará imposible reducir el déficit previsto para el 2012, lo que obligará a mayores reducciones de gasto y muy probablemente a aumentos del IVA. De nuevo, el efecto será acentuar la recesión y el paro.

Estamos metidos en un círculo vicioso infernal del que nuestros gobiernos no parecen saber ni querer salir.

Llegados a este punto, hay que insistir otra vez, y tantas veces como sea necesario, en que el déficit público inicial de nuestras economías no fue la causa de la crisis, sino su consecuencia. La crisis financiera y económica del 2008 provocó una caída brutal y repentina de los ingresos fiscales y, a la vez, un aumento de los gastos públicos como consecuencia de la necesidad de salir al rescate de los bancos y de la economía. El resultado fue la aparición de un fuerte déficit público en el 2009.

El miedo al déficit provocó a mediados del 2010, cuando surgió el problema de la deuda griega, una reacción instintiva y poco racional desde el punto de vista del análisis económico por parte de los gobiernos de la eurozona. Se pactó o, mejor dicho, se obligó a los gobiernos de los países con problemas a seguir un plan demasiado intenso y demasiado rápido de reducción del déficit para el 2011 y el 2012. Un plan que no dejaba espacio alguno para el crecimiento interno.

Como, paralelamente, los países que no tenían problema de déficit y deuda también adoptaron la política de la austeridad, el resultado fue que se cerraron todas las ventanas al crecimiento en la eurozona. Y sin crecimiento, como en otras ocasiones les he dicho, no se pueden pagar las deudas.

¿Cómo explicar esta obcecación en la austeridad compulsiva sin resquicio al crecimiento? Nuestros gobiernos europeos y los expertos a quienes escuchan no acaban de entender la relación entre austeridad y crecimiento. Defienden con celo religioso la idea de la «austeridad expansiva». Les aseguro que es un cuento de hadas. La austeridad solo ha llevado al crecimiento en aquellos casos en que las economías pudieron devaluar y crecer por el lado de las exportaciones. Pero eso en el euro no es posible.

¿Hay algún indicio que nos pueda hacer pensar que nuestros gobiernos serán capaces de salir de ese círculo vicioso? Quiero ser optimista. La hay. El inicio del nuevo año ha traído una buena noticia, que apunta a que algo parece estar cambiando. En la reunión que tuvo lugar este lunes entre la cancillera alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, la novedad fue que hablaron de la necesidad de colocar un «segundo pilar» para la política económica destinado a potenciar el crecimiento y la creación de empleo. En la cumbre europea del 30 de este mes habrá que darle contenido.

No es mucho. Pero se admite que es necesario cambiar esa cultura política del sacrificio social inútil. La primera medida tiene que ser romper esa estrategia equivocada de reducción demasiado rápida y demasiado intensa del déficit, que nos aboca a la recesión prolongada y, como daño colateral, a la reforma impulsiva, parcial y desordenada de la mayor innovación social del siglo XX: el Estado del bienestar.

Es como si un arquitecto se pusiese a rehabilitar un noble edificio necesitado de cambios, pero sin plan general de reforma. Un desastre. Pero de esto hablaremos otro día.

Por Antón Costas, Catedrático de Política Económica, Universidad de Barcelona.

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