Democracia de audiencia

Es probable que los votantes que se acerquen el próximo domingo a las urnas de la mano de la frustración y la incertidumbre se pregunten ¿qué hay de nuevo en la nueva política?, ¿qué es lo que queda después de que las expectativas de cambio se hayan esfumado? Ya sé que todo aquello que nos habían dicho sobre la regeneración institucional del país y la segunda transición se ha quedado suspendido en el aire, pero no todo ha sido en balde. De hecho, hay cosas que ya han cambiado y en las que va a ser muy difícil dar marcha atrás. A mi juicio, una de las más obvias es el cambio que se ha producido entre los partidos políticos y los medios de comunicación y que afectan, en particular, a dos aspectos clave del funcionamiento democrático, como son la elección de los representantes y el patrón de opinión pública.

En cuanto a lo primero, la irrupción de los nuevos partidos ha supuesto la práctica generalización de las primarias como mecanismo de elección de los candidatos, de tal manera que se produce un desplazamiento del ámbito de elección desde la cúpula de los partidos a la esfera pública, bajo la mirada atenta de los medios, que conseguirían de este modo convertir los procesos de decisión interna en debates presididos por la lógica mediática. En cuanto a lo segundo, nada ilustra mejor los cambios en curso que los nuevos formatos que van apareciendo en los debates de campaña entre los principales candidatos, con la aparición de fórmulas periodísticas tendentes a liquidar los debates prepactados por los partidos.

Junto con estos cambios, prevalecen, sin embargo, hábitos muy arraigados en la política española, como son las dinámicas de polarización, las cuales resultarían inexplicables si no fuera por el acompañamiento mediático de que disponen. No por casualidad el sistema mediático que tenemos en España está clasificado como de “pluralismo polarizado”, que quiere decir que el debate público está organizado, por lo general, en torno a dos polos ideológicos que tienden al antagonismo y a la dramatización de las diferencias, pero con poca pluralidad interna en cada uno de ellos. Como es fácil de suponer, esto no facilita el diálogo ni el consenso en las cuestiones propias de la agenda pública.

En estas condiciones, la pasada legislatura ha proporcionado dos datos fundamentales a la hora de entender esta dinámica. El primero, como se recordará, es que la legislatura empieza con la liquidación del Estatuto de RTVE de 2006 (que tanto prestigio y audiencia había conseguido para este servicio público) y la gubernamentalización consiguiente del citado servicio. Con esta premisa, era esperable que el electorado más conservador y envejecido del PP se refugiase en La 1 de TVE a la hora de informarse políticamente. Por otro lado, la gestión de Pérez Rubalcaba al frente del PSOE produjo una creciente falta de sintonía entre Ferraz y La Sexta, lo que permitió a esta cadena explorar a fondo el nuevo segmento de audiencia que se abría a la izquierda del PSOE. El resultado es bien conocido: la irrupción de un partido cuyos dirigentes se forjaron en los platós de La Sexta y cuyas posibilidades de crecimiento se dirimen diariamente en sus informativos y magazines.

Podemos decir, en consecuencia, que, de cumplirse los pronósticos que están haciendo las encuestas de cara a las próximas elecciones, el pluralismo polarizado de nuestro sistema mediático se estaría trasladando a nuestro sistema político (que quedaría dominado, según esos pronósticos, por los partidos que ocupan los polos del espectro ideológico). Valgan los siguientes datos obtenidos del estudio poselectoral del CIS para ilustrar la conexión entre ambos sistemas. Este estudio nos informa de la relación entre las preferencias electorales de los votantes y las cadenas televisivas preferidas como fuente de información. Pues bien, si tomamos como referencia a los televidentes que manifiestan preferencia por alguna de las cadenas de Mediaset (los más próximos al votante medio), la probabilidad de que un televidente de TVE-1 sea votante del PP se multiplica por 3,7 y la de que un televidente de La Sexta sea votante de Podemos se multiplica por 6,8. Que una televisión gubernamental haya alcanzado una audiencia tan sesgada políticamente como La 1 puede parecer un logro notable, pero no deja de palidecer ante el éxito sin precedentes de La Sexta.

Juan Jesús González es profesor de Sociología en la UNED.

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