Democracia de ciudadanos

Nos quejamos del funcionamiento de las democracias. Como consuelo invocamos la famosa frase de Churchill: "Es la peor forma de gobierno a excepción de todas las demás". Criticamos a los políticos, desacreditados aquí y allá, ahora y siempre. Reclamamos más participación ciudadana, lamentamos la gran abstención en las elecciones europeas y la consideramos un síntoma de desafección generalizada hacia la política. Pero fácilmente cambiamos de canal cuando se emite un debate sobre temas políticos y prestamos más atención a Carla Bruni que a su actual marido cuando el presidente de la República Francesa visita oficialmente España. ¿Quiénes tienen razón, los políticos o los apáticos ciudadanos que les critican?

La democracia, teóricamente, es una forma de gobernarnos a nosotros mismos, de autogobernarnos, pero ¿es realmente la mejor forma de gobierno? ¿Por qué las empresas mercantiles más competitivas, las que mejor funcionan y proporcionan servicios buenos y baratos, no se gobiernan por métodos democráticos y, en cambio, las organizaciones políticas sí? ¿Estamos seguros de que la democracia es la mejor forma de gobernar una sociedad? ¿Las decisiones adoptadas por una mayoría son siempre las más convenientes? Desde siempre todas estas cuestiones preocupan a la doctrina política y no cesa el debate en torno a la naturaleza de la democracia, la organización de los poderes y los procedimientos de toma de decisiones colectivas.

Félix Ovejero, profesor de filosofía política en la Universitat de Barcelona y conocido ensayista, es uno de los mejores expertos españoles en teoría de la democracia. Su última publicación (Incluso un pueblo de demonios: democracia, liberalismo y republicanismo,Katz, Madrid, 2008) está dedicada a responder estos y otros interrogantes. En este libro, Ovejero efectúa una reflexión de conjunto sobre los actuales problemas de la democracia sometiendo a crítica el actual debate teórico sobre esta, muy especialmente el que se está desarrollando en el mundo anglosajón. A estos efectos, desmenuza las principales piezas de este debate, demuestra un abrumador dominio de la bibliografía más reciente y analiza las razones de unos y otros hasta llegar a exponer una posición personal sobre todas las cuestiones que plantea. Sus conocimientos y preocupaciones por el funcionamiento de la democracia en España no son ajenos, por supuesto, a esta reflexión.

Ovejero parte de dos grandes modelos de democracia: la elitista y la republicana. La primera es la democracia liberal clásica, la democracia actual en los países occidentales con todos los defectos que comprobamos día a día: una democracia de partidos políticos convertidos en máquinas electorales que reparten cargos públicos, todos ellos con idearios y programas muy similares, sean de derechas o izquierdas, con un grave déficit de debate político, tanto en los parlamentos como en la opinión pública, debido a la falta de formación cívica y a la poca transparencia de las negociaciones entre partidos cuando adoptan decisiones políticas. Para el profesor Ovejero, este poco estimulante panorama, que conduce hacia el populismo de los gobernantes y a la abstención de los electores, está provocado por las mismas instituciones del sistema democrático realmente existente y conviene a todos los partidos que se turnan en el poder. No es cierto, dice nuestro autor, que los partidos lamenten la abstención electoral. Al contrario: para ellos es una solución.

¿Cómo desbloquear esta democracia de élites, estos poderes públicos secuestrados a los ciudadanos y dominados por una aristocracia formada por los dirigentes políticos? Ovejero plantea un cambio de rumbo: hay que modificar, ampliar y perfeccionar los mecanismos de participación ciudadana recuperando la tradición republicana de pensamiento político, aquella que, según sus partidarios, se inicia en la Grecia de Pericles y prosigue en la Roma de Cicerón, en la Florencia de Maquiavelo y en los años radicales de la revolución inglesa de mediados del siglo XVII. Esta tradición, sostiene Ovejero, fue interrumpida por el giro conservador que acabó por imponerse en las primeras democracias liberales - la británica, la norteamericana y la francesa-,cuya huella pesa todavía demasiado en las democracias de hoy.

Esta tradición republicana - nada que ver con la contraposición monarquía/ república-no es inevitablemente contradictoria con los principios liberales, sino que los complementa y potencia mediante una participación ciudadana efectiva. Para ello, es preciso reforzar ciertos elementos, todavía muy débiles, de las democracias actuales: fomentar una cultura cívica más robusta, alcanzar una mayor igualdad social y organizar unas instituciones políticas  que aumenten la calidad de la participación, en especial mejorando los mecanismos de deliberación a efectos de adoptar las decisiones políticas más adecuadas a los intereses de todos. Este es el programa que propone Félix Ovejero con todo lujo de matizados argumentos. Sólo así, dice, conseguiremos una democracia de ciudadanos.

Bernard Shaw escribió una frase demoledora que Ovejero cita: "La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida por la elección debida a una mayoría incompetente". Creo que el libro de Ovejero está dedicado a evitar que esto sea cierto. La democracia es algo mucho más complejo que el simple gobierno de la mayoría, incluso en el caso de que esta fuera competente.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.