Democracia, gobierno, oposición

Qué es mejor para la democracia, que Pedro Sánchez acepte apoyar al PP o que le niegue ese apoyo y se quede liderando una oposición fuerte y responsable? En todo caso, si opta por la segunda opción, ¿puede Mariano Rajoy encontrar los apoyos necesarios para la investidura y formación de gobierno? Si no lo consiguiese, ¿nos abocaríamos a unas terceras elecciones o habría fórmulas alternativas?

Al buscar responder a estas cuestiones no pretendo hacer recomendaciones de lo que deben hacer unos y otros, sino examinar a la luz del análisis político económico los efectos de una u otra opción política. Veamos.

Una democracia liberal sana y eficaz necesita un gobierno que gobierne y una oposición fuerte que lo controle. Ralf Dahrendorf, reconocido sociólogo y politólogo que fue director de la prestigiosa London School of Economics (LSE), sostuvo que gobierno y oposición deben coincidir en muy pocas cosas. Fundamentalmente en los valores y reglas básicas de la democracia. En todo lo demás deberían rivalizar. Esta rivalidad es la forma a través de la cual la democracia liberal asegura que el sistema de partidos recoge bien los intereses, las orientaciones ideológicas y las preferencias de políticas que existen en la sociedad. Para hacer políticas orientadas al interés general el gobierno necesita notar en su cogote el aliento de una oposición fuerte.

Con anterioridad, el gran economista austronorteamericano Josep Alois Schumpeter en los capítulos 21 y 22 de su obra Capitalismo, socialismo y democracia, escrita en las décadas convulsas de las entreguerras y de la Gran Depresión del siglo pasado, introdujo una visión de la democracia conocida como teoría económica de la democracia, diferente a la teoría clásica. De la misma forma que las empresas compiten en los mercados de bienes y servicios para ganar la aceptación de los consumidores y lograr así el mayor bienestar social, en el mercado de políticas los partidos deben competir para garantizar que se tienen en cuenta todas las preferencias e intereses existentes en la sociedad.

En las últimas décadas el PSOE y el PP no han competido con sus propuestas de políticas. El mercado político español respondía a lo que los economistas llamarían una estructura de empresa dominante, con dos partidos que se alternan en su dominio. Al no competir en políticas, han buscado diferenciarse en la retórica ideológica basada en valores y en la visión sobre el estado territorial. Esta convergencia en las políticas y la polarización ha abierto espacio a nuevas fuerzas políticas que buscan representar las preferencias de los sectores sociales que se han visto perjudicados por las políticas cosmopolitas del bipartidismo, así como el malestar político que busca un mejor reparto territorial del poder político.

En estas circunstancias, una gran coalición como la que propone Mariano Rajoy no sería buena ni para la democracia, ni para el buen gobierno, ni tampoco para una eficaz oposición. Sería simplemente una coalición defensiva frente a los partidos emergentes. Pero sería una coalición temporal que se volvería a medio plazo contra el PSOE y el PP. El primero desaparecería en medio del sándwich político al que le someterían el PP por arriba y Podemos por abajo. El segundo porque las políticas de un gobierno de gran coalición del viejo bipartidismo seguirían dejando al margen los intereses de los perdedores de la crisis y de los descontentos con el funcionamiento del Estado. Eso favorecería el crecimiento de los emergentes y la jibarización del PP. Fíjense en lo que le ha ocurrido a los conservadores austriacos en las últimas elecciones, a los británicos en el Brexit y lo que les puede ocurrir a los conservadores franceses y alemanes en las próximas elecciones.

Ahora bien, ¿puede Mariano Rajoy encontrar los apoyos necesarios para la investidura en las otras fuerzas políticas representadas en el Parlamento? Puede, pero tiene que cambiar su actitud. Hasta ahora el comportamiento del PP era el de un monopolista: ofrecía un contrato de adhesión a sus propuestas en el que la única opción para la otra parte era “o lo tomas o lo dejas”. Las cosas han cambiado. Ahora tiene que poner encima de la mesa un contrato abierto a negociar entre los que le pueden acabar apoyando.

Pero, si aun contando con el apoyo de alguno de los partidos afines ideológicamente (en particular, Ciudadanos, pero también el PNV o la antigua CDC), Mariano Rajoy no llegase a tener mayoría, ¿tendríamos que ir a terceras elecciones? Ese no es el camino. Hay formas de urgencia para ayudar a formar gobierno. En este sentido me resuenan las palabras de Pedro Sánchez en la reunión del Cercle d’Economia en Sitges a finales de mayo: “Les aseguro que no habrá terceras elecciones”. Esperemos que así sea. Será bueno para la democracia, para el buen gobierno y para una oposición eficaz.

Antón Costas, catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona.

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