Democracia más allá de los votos y las protestas

Ya hace más de una década que venimos siendo testigos de más elecciones y, simultáneamente, menos democracia. Según Bloomberg, han tenido lugar elecciones con más frecuencia en todo el mundo. Sin embargo, Freedom House nos informa que unos 110 países han experimentado caídas en los derechos políticos y civiles en los últimos 13 años.

En tanto la democracia decae, lo mismo sucede con nuestro sentido de comunidad. En Estados Unidos, esto se evidencia en una amenazante epidemia de soledad y en la rápida desaparición de instituciones cívicas como las iglesias –cierran ocho por día-. Y, si bien estas tendencias son de naturaleza global, Estados Unidos las ejemplifica al extremo.

Esto no es ninguna coincidencia. Como señaló Alexis de Tocqueville en los años 1830, los fundadores de Estados Unidos imaginaron un país gobernado no por valores compartidos, sino por el interés propio. Esa visión desde entonces ha definido a las instituciones de Estados Unidos, y ha alimentado una sociedad híper-individualista.

Hace unos años, cuando fundé Spark MicroGrants en África oriental, participé de un encuentro entre un grupo de estudiantes norteamericanos del MIT y unos 50 residentes de un pueblo de Ruanda. Los residentes tenían la esperanza de convencer al gobierno de Ruanda de contribuir en un proyecto para extender las líneas de electricidad a su comunidad (cosa que, por su propio mérito, finalmente lograron). Uno de los estudiantes acribilló a preguntas a un miembro de la comunidad sobre por qué el gobierno, y no los individuos en la reunión, debería pagar por el proyecto.

Ese estudiante no hacía más que canalizar una idea de privatización y acceso típicamente norteamericana basada en el poder adquisitivo individual. Pero esa idea puede corroer el compromiso colectivo y cívico, y parece estar minando también la confianza política. Según el Pew Research Center, el porcentaje de norteamericanos que confía en el gobierno cayó la cifra colosal de 55 puntos porcentuales entre 1958 y 2017, y ahora está por debajo del 20%. No sorprende pues que el compromiso también haya caído en el mismo período, en tanto que la participación en asociaciones cívicas se redujo a la mitad.

La creciente desconfianza en las instituciones de gobierno ha alimentado un incremento de los movimientos populistas autoritarios en todo el mundo. Los ciudadanos exigen una seguridad económica individual y se retraen en una mentalidad aislacionista. En la elección presidencial de Estados Unidos de 2016, Bernie Sanders y Donald Trump apelaron a un bloque superpuesto de votantes que están hartos del “sistema”, e inmigrantes de segunda y tercera generación se manifestaron en contra de los nuevos inmigrantes. En diferentes países, desde Alemania hasta Brasil, los votantes se han volcado a partidos de extrema derecha, no por amor a sus candidatos, sino por miedo a perder poder y status.

Y, sin embargo, sabemos que la “participación del usuario” funciona, como demuestran innumerables estudios y experiencias humanas. Por ejemplo, una evaluación realizada en Uganda determinó que cuantos más ciudadanos participaban en el diseño de programas de salud, mayor era la percepción de que el sistema de atención médica había mejorado. Y, en Indonesia, la participación ciudadana directa en la toma de decisiones del gobierno se ha traducido en una mayor satisfacción con los servicios gubernamentales.

Al crear más oportunidades para involucrarse en la vida cívica y política, podemos fortalecer la confianza en nuestras instituciones y frenar la marea de extremismo. Hoy, sin embargo, la participación sucede a los tropezones en relación a las campañas políticas y a las políticas, como la campaña presidencial de 2008 de Barack Obama o el movimiento Tea Party que surgió para hacerle frente. Cuando se producen asesinatos masivos, aumentan las protestas a favor de leyes de control de armas, pero al poco tiempo, la Asociación Nacional del Rifle explota los miedos de un abuso de poder del gobierno para alentar la participación en dirección contraria. Lograr una participación genuina, en lugar de reaccionar a cuestiones que son presentadas por los políticos o las circunstancias, requiere nuevas instituciones que superen las barreras para una participación cívica frecuente y efectiva y un cambio impulsado por la comunidad.

Mientras que el mundo occidental padece una individualización excesiva, la gobernanza más notable y las innovaciones económicas se están produciendo en el Sur Global. En Ruanda, por ejemplo, el gobierno ha introducido políticas para alentar soluciones de base que fortalezcan la sensación de comunidad y de responsabilidad compartida de los ciudadanos. A través de reuniones mensuales de servicios comunitarios, las familias y los individuos trabajan en conjunto para construir casas para los necesitados, reparar caminos y reunir fondos para invertir en mejores prácticas agrícolas y equipamientos.

Imaginemos si más de 300 millones de norteamericanos se reunieran todos los meses con un propósito similar. De repente habría miles de millones de horas de los ciudadanos invertidas en una interacción de vecino a vecino y en una acción ciudadana.

Ése fue uno de los principales efectos de las Asociaciones de Ahorro y Préstamo Municipales que se originaron en la República Democrática del Congo. Al interior de las comunidades, los miembros tienen acceso a préstamos para crear pequeñas empresas y ahorrar para una época de vacas flacas. El modelo funciona porque potencia la responsabilidad entre vecinos. De la misma manera, desde Haití hasta Liberia, Burundi y más allá, los sistemas de salud basados en la comunidad han resultado ser muy efectivos, porque los trabajadores de la salud conocen a sus vecinos y sus necesidades. Los trabajadores de la salud comunitarios van de casa en casa, controlando a las madres embarazadas y asegurándose de que alguien se ocupe de ellas. Cada una de estas soluciones usa y fortalece la responsabilidad comunal mediante una participación compartida –no las líneas tradicionales de responsabilidad vertical.

Si creemos en el principio democrático de que los gobiernos deben ser responsables ante los ciudadanos, deberíamos construir sistemas que nos hagan responsables ante los demás –y debemos comprometernos más allá de las elecciones y las protestas. Debemos introducir una nueva era de democracia impulsada por la comunidad –el poder debe ser descentralizado y debe colocarse en las manos de las familias y las comunidades.

Cuando alcancemos una democracia impulsada por la comunidad, nos comprometeremos entre nosotros y con nuestros gobiernos –no sólo en ocasiones especiales, sino de manera permanente, porque nuestra democracia y libertad dependen de nosotros.

Sasha Fisher, an inaugural Obama Foundation Fellow, is the founder of Spark MicroGrants.

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