¿Democracia o finanzas?

“Operar en corto” es una táctica muy conocida entre los entendidos financieros. Significa apostar contra un activo con dinero prestado con la expectativa de generar una ganancia cuando su valor decaiga.

Un especulador puede “operar en corto” con un gobierno tomando prestada su deuda a su precio actual, con la esperanza de venderla más tarde a un precio menor y embolsar la diferencia. Por ejemplo: el 1 de enero de 2010, pienso que el juego pronto terminará para los griegos. La pido prestados por seis meses a Goldman Sachs, a valor nominal, 10 millones de euros del bono del gobierno griego con vencimiento en 2016, que está operando a 0,91 céntimos de euro. Por esto, tengo que pagarle a Goldman Sachs el rendimiento que recibiría del bono –aproximadamente 5% anual a ese precio, o sea alrededor del 2,5% o 250.000 euros- durante el período de seis meses.

Inmediatamente vendo ese bono en el mercado, a 0,91 céntimos de euro, de modo que obtengo 9,1 millones de euros (0,91 céntimos de euro x 10 millones de euros a valor nominal). Afortunadamente, mi visión pesimista se cristaliza en mayo, cuando la magnitud plena de los problemas fiscales del país se vuelve evidente. El 30 de junio, cuando debo devolverle a Goldman Sachs los 10 millones de euros en bonos griegos con vencimiento en 2016 a valor nominal, el bono está operando a apenas 0,72 céntimos de euro aproximadamente. De modo que entro en el mercado, compro 10 millones de euros a valor nominal a 0,72 céntimos de euro, o 7,2 millones de euros, y le devuelvo los certificados de bonos a Goldman Sachs según nuestro acuerdo.

Mi ganancia por aplicar correctamente esta visión bajista es, por lo tanto, de 1,65 millones de euros –los 9,1 millones de euros que obtuve vendiendo los bonos cuando los pedí prestados el 1 de enero, menos los 7,2 millones de euros que tuve que pagar para comprarlos el 30 de junio, menos los 250.000 euros en intereses que tuve que pagarle a Goldman Sachs por el préstamo a seis meses. Voilá –una operación “en corto” exitosa.

Por supuesto, un único vendedor en corto no puede “fabricar” el precio de un activo (a menos que sea George Soros, cuya famosa apuesta contra la libra británica en 1992 lo convirtió en un hombre multimillonario y obligó a Gran Bretaña a salir del mecanismo de tipo de cambio europeo). Pero si un grupo de especuladores deciden (correcta o incorrectamente) que la deuda de un gobierno está sobrevaluada, pueden forzar la caída de su precio, forzando así el alza de su rendimiento (la tasa de interés que el gobierno debe pagar).

Si el ataque persiste, los especuladores pueden obligar a un gobierno a entrar en cesación de pago de su deuda, a menos que encuentre la manera de financiar su empréstito por menos plata. El fondo de rescate creado el año pasado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo para permitir que Grecia y otros países en problemas, como Irlanda y ahora Portugal, hace exactamente eso, pero con la condición de que los países implementen programas de austeridad para eliminar sus déficits en un período corto.

“Eliminar el déficit” significa, en términos simples, eliminar muchos empleos, tanto en el sector público como en el privado, cuya existencia depende del déficit. Los costos económicos y humanos de una reducción del déficit en una economía débil son atroces, y los objetivos tampoco se cumplirán porque los recortes del gasto erosionarán el ingreso del gobierno conforme caiga la demanda agregada.

Así las cosas, ¿cuál es el papel de los políticos electos frente a un ataque especulativo? ¿Simplemente aceptar la voluntad del mercado y aplicar la dolorosa medicina a su pueblo? Esto sería una conclusión razonable si los mercados financieros siempre, o al menos habitualmente, valuaran los activos correctamente.

Pero no lo hacen. El colapso financiero de 2007-2009 fue el resultado de una mala valoración masiva de los activos por parte de los bancos privados y las agencias de calificación. ¿Por qué, entonces, deberíamos creer que los mercados han estado valuando correctamente el riesgo de la deuda griega, irlandesa o portuguesa?

La verdad es que estos precios se “fabricaron” mediante un comportamiento en manada. John Maynard Keynes señaló la razón hace muchos años: “la precariedad extrema de la base del conocimiento sobre la cual deben hacerse nuestras estimaciones de posibles rendimientos”. Cuando uno no sabe qué hacer, hace lo que hace la persona de al lado.

Esto no quiere decir negar que algunos gobiernos hayan estado viviendo más allá de sus posibilidades, y que operar en corto con su deuda es la manera en que los mercados financieros los obligan a hacerse cargo. Pero, al final, son sus votantes, no los mercados, los que obligan a los gobiernos a asumir responsabilidades. Cuando estos dos patrones de responsabilidad divergen, debe prevalecer el patrón popular si la democracia ha de sobrevivir.

La tensión entre democracia y finanzas está en la raíz del creciente descontento de hoy en Europa. La ira popular ante los recortes de presupuesto impuestos a instancias de los especuladores y banqueros ha derrocado a líderes en Irlanda y Portugal, y está obligando al primer ministro español a retirarse.

Por supuesto, hay otros blancos: los inmigrantes musulmanes, las minorías étnicas, los bonos de los banqueros, la Comisión Europea, el BCE. Los partidos nacionalistas están ganando terreno. En Finlandia, el partido antieuropeo True Finns surgió de la nada hasta llegar a las orillas del poder.

Hasta ahora, nada de esto ha sacudido a la democracia, pero cuando es mucha la gente enojada por varias cosas al mismo tiempo, estamos frente a la cocción de un caldo político tóxico. El nacionalismo es la expresión clásica de la democracia fallida.

Para los políticos, lo importante no es evitar tomar decisiones duras, sino hacerlo por propia voluntad y a su propio ritmo. Cuando un gobierno electo es atacado por los mercados de bonos, es esencial que la clase política se mantenga unida.

Es natural que los políticos de la oposición quieran explotar las dificultades de un gobierno para ganar poder. Pero una crisis fiscal requiere de un autodominio político. Los partidos de la oposición deberían abstenerse de apostar políticamente contra su gobierno en un momento en que los mercados ya lo están haciendo financieramente.

En términos ideales, debería haber un acuerdo de todos los partidos por tiempo limitado sobre un plan de acción, que representaría el límite de lo que es políticamente posible. Desafortunadamente, la desunión política frente a la presión financiera siempre termina siendo mucho más nociva para la democracia y la economía que el patriotismo instintivo.

Por Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica y profesor emérito de Economía Política en la Warwick University.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *