Democracia vasca, año cero

Iñigo Urkullu se encuentra solo ante el peligro: ha buscado ayuda fuera del PNV para solucionar el problema que le supone el lehendakari Ibarretxe, pero no lo ha encontrado. No la podía encontrar, porque el problema es del PNV y lo tiene que arreglar el PNV. No era de recibo esperar que se lo arreglara Zapatero, forzando la apariencia de una negociación con Ibarretxe. Tampoco que el poder judicial acudiera en su ayuda -tan poco respetuoso como es el PNV con él en cualquiera de sus niveles-, inhabilitando a tiempo al lehendakari y haciendo imposible así la consulta. Ninguno de los demás recursos ha funcionado. Y menos que cualquier otro el recurso a ETA-Batasuna para que no diera el voto al proyecto de ley de Ibarretxe. El PNV tiene un problema muy serio.

Lo que sucede es que es un problema que, por no haberlo resuelto, por haberlo creado en primer término, se lo impone a toda la sociedad. Un problema también muy serio para toda la sociedad vasca. No es un problema de ruptura de la sociedad. No es un problema de cumplimiento de la legalidad. No es un problema de radicalización nacionalista simplemente. Ni siquiera es, en primer término, un problema de aprobar con ayuda de ETA-Batasuna una ley que afecta directamente a la definición política de la sociedad vasca.
Se trata de un problema de democracia. Se trata de un problema de desarticulación intelectual de parte de la sociedad vasca. Se trata de pérdida de todo nervio moral por parte de un sector importante de la sociedad vasca. Se trata de que volvemos a empezar, volvemos a los momentos de la Transición. Volvemos al inicio de la democracia. Se trata de que en estos diez años hemos perdido treinta años. Se trata de que en estos últimos años no solamente no hemos avanzado en nada, sino que hemos retrocedido al inicio: a tener que aprender de nuevo en qué consiste la democracia. Ibarretxe y el PNV nos condenan a tener que empezar de nuevo, desde cero. Han arrasado con lo poco o mucho que habíamos aprendido, que podíamos haber aprendido de vida democrática.

Las aventuras se pagan. La apuesta de Estella-Lizarra, a la que el PNV fue en alegre romería de la mano de todos los nacionalistas sin distinción de convicción democrática, se está cobrando su factura. La alegría con la que muchos nacionalistas se dijeron: ya tenemos el Estatuto, nadie lo pone en discusión. Ahora vamos a por más: si antes conseguimos el 50%, ahora queremos ir a por el resto, con zancadas cada vez más grandes. Y además con el argumento ético-moral-propagandístico de que sólo así conseguiremos que ETA desaparezca, que venga la paz. Lo ha formulado con claridad, como siempre, Egibar: con el Estatuto conseguimos las libertades. Ahora vamos a conseguir, con el plan Ibarretxe y con la consulta, la paz.
De lo que no se da cuenta Egibar es de que consiguiendo lo segundo pone en peligro lo primero. Que en política no todo es sumar y sumar, sin desventaja alguna, sin pérdidas en ningún momento, sin facturas. Lo que no entiende el nacionalismo, y Egibar es el modelo perfecto del nacionalismo de los últimos diez años, es que la frase de este líder afirmando que la política no es el arte de lo posible, sino el arte de hacer posible lo imposible, aparte de una 'boutade' que parece que significa algo, es una barbaridad, una pretensión de omnipotencia abocada a la destrucción de libertad.

El nacionalismo de estos diez últimos años ha creído poder dar rienda suelta a sus sueños, a sus deseos, a sus sentimientos, afirmando que las leyes, los sistemas jurídicos y los constitucionales se tienen que amoldar a ellos. La perversión de la democracia, que no consiste en otra cosa que en la limitación de los sueños, de los deseos y de los sentimientos de cada uno para poder hacer posible la convivencia de todos. Y esa perversión no se corrige, no puede ser corregida por medio de la invocación del poder del pueblo, conjurando el valor supuestamente democrático de la consulta. Todo ello no es más que la vestimenta burda que no puede tapar la vergüenza de la perversión democrática de creer que un sentimiento, siempre que sea el propio a uno, puede hacerse con el todo del espacio público, ahogarlo, sin sometimiento ni a normas, ni a leyes, ni al derecho, ni a las formas.

Dice Ibarretxe que con la votación de ayer se ha abierto una puerta, la puerta a la decisión del pueblo vasco. Para siempre. Porque comienza un nuevo camino, una nueva historia. Lleva diciéndolo desde que llegó a ser lehendakari. Y siempre está en el mismo sitio. Y en política eso significa retroceder. La única puerta que ha abierto es la que conduce a que el PNV, de una vez por todas, no sólo se acuerde de su alma pragmática y moderada. Eso ya no basta. Sino que entienda que no hay democracia si no limita su sentimiento, su sueño, su deseo, para que surja el espacio público de la democracia en la que puedan convivir con el resto de sueños, de deseos y de sentimientos de los demás. El PNV tiene que revisar su señas fundacionales. Por exigencia democrática.

Ibarretxe nos obliga a todos a volver a defender la libertad, la democracia. Libertad de conciencia significa hoy libertad de identidad. Volveremos a luchar desde el inicio. Ya saben los no nacionalistas lo que tienen que defender, cuál debe ser su propuesta: libertad, democracia. Porque Ibarretxe y el PNV nos han llevado al año cero. A comenzar nuestra transición propia. Con treinta años de retraso. Porque Ibarretxe y el PNV no han sido capaces de descolgarse de la ignominia de ETA. No basta con condenar el terrorismo. Hay que sacar las consecuencias definitivas. No basta con aprobar una ley de víctimas si después se quiere definir el futuro de la sociedad vasca de la mano de ETA. Nunca es tarde para volver a empezar. Empezaremos. Sin este PNV y sin Ibarretxe. Por la democracia y por la libertad.

Joseba Arregi