Democracia y colaboración

El espionaje al que la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA) ha sometido a los jefes de Estado de Brasil y México es de extrema gravedad. Nada, absolutamente nada, puede justificar la escucha de llamadas telefónicas y la injerencia en correos electrónicos de presidentes de dos países amigos. Son acciones que han vulnerado la seguridad de ambos Estados y principios absolutamente fundamentales del derecho internacional. Todavía más grave es que las autoridades de EE UU hayan intentado justificar esta agresión aduciendo que estaban “protegiendo” los intereses de Brasil y de otros países.

Al irse teniendo más información sobre las acciones de la NSA ha quedado claro que en Brasil no solo se espió a la presidenta Dilma Rousseff, sino a Petrobras, nuestra compañía petrolífera, lo cual pone en cuestión que el espionaje tuviera que ver con necesidades de seguridad nacional, una pretensión ya de por sí inaceptable.

Esta injerencia en los asuntos internos de Brasil y las engañosas explicaciones proporcionadas han escandalizado tanto al pueblo como al Gobierno brasileños. Rousseff preguntó abierta y directamente al presidente Barack Obama por el asunto, posponiendo una visita de Estado a EE UU prevista para octubre. Ella y el conjunto del país esperan una explicación convincente y acorde con la gravedad de la situación. El Gobierno brasileño está abordando este caso con la madurez y la responsabilidad que caracterizan a Rousseff y a nuestra diplomacia. Sin embargo, no cabe subestimar las repercusiones que este asunto puede tener para las relaciones brasileño-estadounidenses si no se solventa adecuadamente.

Imaginemos el escándalo y la conmoción que suscitaría en Estados Unidos que un país amigo hubiera interceptado ilegalmente, con el pretexto que fuera, las comunicaciones privadas de su presidente.

¿Qué induce a un país como Estados Unidos, una nación tan orgullosa de su democracia y su respeto al Estado de derecho, a vulnerar el ordenamiento democrático y las leyes de otros países? ¿Qué induce al Gobierno estadounidense a creer que puede y debe actuar de forma tan insensata contra un país amigo? ¿Qué induce a las autoridades estadounidenses a creer que no es moral o políticamente cuestionable demostrar tal falta de respeto hacia el jefe de Estado o las instituciones y empresas de Brasil, o de cualquier otro país democrático?

Quizá lo más inexplicable sea que esta flagrante ofensa haya ocurrido en una época de excelentes relaciones bilaterales entre Brasil y Estados Unidos. Desde hace tiempo, Brasil tiene en alta estima las relaciones con EE UU. En la última década nuestros Gobiernos, con excelentes resultados, se han esforzado en fomentar e intensificar la interacción económico-política entre Brasil y Estados Unidos. Hemos mantenido buenas relaciones institucionales y un diálogo personal de calidad con los líderes de EE UU. De hecho, basándonos en intereses comunes, promovimos una alianza estratégica con ese país, al tiempo que tomábamos medidas para la integración latinoamericana y ampliábamos nuestros lazos con África, Europa y Asia.

Con ese objetivo en mente, no dudamos en enfrentarnos a la desconfianza y el escepticismo con que muchos brasileños veían a Estados Unidos, actitudes relacionadas con el trauma producido por la implicación directa de ese país en el golpe de 1964 y su apoyo constante a la dictadura militar brasileña (que también se otorgó a otras dictaduras del continente). Nunca dudamos de que profundizar en el diálogo y ampliar los lazos económico-políticos con Estados Unidos era la mejor manera de pasar esa sombría página de las relaciones interamericanas y de dejar atrás la política de injerencia autoritaria.

Ahora, para preservar los muchos avances realizados en las relaciones brasileño-estadounidenses durante las últimas décadas, lo que se necesita es una explicación creíble de las acciones de la NSA y una disculpa de Estados Unidos. Posteriormente, lo imprescindible será un cambio definitivo de actitud que ponga fin a esas prácticas abusivas.

Estados Unidos debe comprender que nuestros países no podrán mantener una deseable alianza estratégica si uno de los socios muestra una actitud conspirativa. Desde luego, un comportamiento ilícito e irrespetuoso no ayuda a desarrollar la confianza entre pueblos y Gobiernos.

Un episodio como este pone de relieve el empobrecimiento de la gobernanza internacional, en la que las instituciones y las decisiones son con frecuencia pisoteadas por países que confunden sus propios intereses con los del conjunto de la comunidad mundial.

Ahora, más que nunca, debemos superar el unilateralismo, sea el de Estados Unidos o el de cualquier otro país, y crear instituciones auténticamente multilaterales, capaces de orientar al mundo hacia el imperio del derecho y no la ley del más fuerte. El mundo actual es completamente distinto al surgido tras la II Guerra Mundial. Además de la independencia de muchos países de África y Asia, hemos visto que varios países del sur se han modernizado e industrializado, alcanzando importantes avances sociales, culturales y tecnológicos. Es decir, se han hecho más relevantes en el panorama mundial. Los países que están fuera del G8 tienen en torno al 70% de la población mundial, representando alrededor del 60% de su economía. Sin embargo, el orden político global sigue siendo tan exclusivo como en los primeros años de la guerra fría. La mayoría de los países del mundo son excluidos de los auténticos procesos de toma de decisión.

Por ejemplo, hoy no tiene sentido que en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no haya un miembro permanente de África o Latinoamérica. O que India no pertenezca a él. El Consejo de Seguridad solo será totalmente legítimo y democrático, y aceptado por todos, cuando tenga miembros de todas las regiones del planeta que no se limiten a defender sus propios intereses geopolíticos y económicos, sino que representen realmente las demandas de paz, democracia y desarrollo de la población mundial.

El episodio de espionaje de la NSA también pone el acento en otra necesidad esencial: la de contar con una gobernanza democrática de Internet que ayude a que esa red global sea un ámbito de libertad, creatividad y cooperación, no una herramienta para el espionaje.

Luiz Inácio Lula da Silva fue presidente de Brasil y en la actualidad promueve iniciativas globales desde el Instituto Lula. Se le puede seguir en facebook.com/lula. © 2013 Instituto Luiz Inácio Lula da Silva. Distribuido por The New York Times Syndicate. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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