Deprisa, deprisa

Contra lo que algunos anunciaron, no parece que sean las presuntas relaciones de Podemos con Irán o con Venezuela, más allá del juicio —y la verosimilitud— que todo esto nos merezca, lo que más daño esté haciendo a Podemos. Lo que entorpece el camino a Podemos tiene más que ver, a mi juicio, con lo que se presumía como lo más novedoso y llamativo de su propuesta. Mi hipótesis es que Podemos fue demasiado deprisa en el diagnóstico que hizo sobre algunas de las cuestiones fundamentales que vertebran el pensamiento teórico que subyace a su programa político.

Lo social y lo político. Podemos es hijo del malestar que alimentó el 15-M. Ese malestar era básicamente social y como tal se manifestaba. Deprisa, demasiado deprisa, Podemos intentó encauzar ese malestar social para transformarlo en un movimiento político institucionalizado. Pero no lo consiguió, no al menos en plenitud. Y no lo consiguió porque el movimiento social todavía no estaba lo suficiente maduro para convertirse en un movimiento político. Las proclamas del 15-M, aquellas que atraían a la gente de forma masiva, eran, sobre todo, reclamos de orden social genérico —justificados, desde luego—, pero no críticas y propuestas políticas en un sentido pleno. Podemos, con sus prisas, ahogó el movimiento e impidió que este se desarrollara políticamente de manera más natural. Esto resulta aún más trágico si pensamos que, al tomar Podemos la batuta, el impulso del 15-M queda subyugado a la lógica electoralista, que es precisamente una de las cuestiones que el 15-M podría haber invitado a cuestionar.

Política y derecho. Mientras Podemos, a ojos del gran público, era básicamente un grupo de tertulianos (constituyéndose, permítaseme la maldad, en el tertuliano orgánico, quién sabe si para pesadilla de Gramsci), sostuvo que la dialéctica correcta era la que iba desde los hechos consumados hacia el derecho. Es decir, primero la política, luego las reglas. Cuando Podemos añade a su condición de tertuliano orgánico la de partido institucional, sugiere, de manera velada, que la dialéctica correcta va desde el derecho hacia los hechos. Es decir, primero las reglas, luego la política. Deprisa, demasiado deprisa, se pasa del sí, se puede al no, no se puede. Por el camino, queda la sorpresa de ver con qué velocidad el tertuliano orgánico pasa a ser algo que se parece mucho a aquello que se impugnaba poco tiempo antes. Pero no hay mal que por bien no venga. La dialéctica que va de los hechos consumados a las reglas camina paralela a la funesta concepción de la política de Carl Schmitt, la de la dicotomía amigo/enemigo —que no era muy distinta, por cierto, de la que tenía José María Aznar en política internacional—. Abandonarla es, sin lugar a dudas, algo positivo.

La historia como autoridad moral.El pasado, en el imaginario de Podemos, determina quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Invocar hoy la cal viva nos da la razón en todo lo que negociemos; afirmar que la Transición fue fallida, fruto de la claudicación de la izquierda, valida automáticamente nuestro proyecto; e invocar la memoria de los antepasados represaliados nos permite adquirir crédito moral. Es decir, una síntesis apretada del siglo XX español: la guerra sucia contra el terrorismo, la guerra para decidir de qué modo había que entrar en la modernidad y la guerra fratricida por excelencia. Para Podemos, la historia de España es básicamente la historia de sus guerras. Y la guerra, como dice Ferlosio, no es sino un enorme caudal de legitimidad moral. Pero Podemos asume, con mucha prisa, que expedir certificados de ética provenientes del pasado proporcionará la varita mágica para gobernar el presente por la vía de la supuesta demarcación inequívoca entre buenos y malos.

Izquierda y derecha, arriba y abajo.Con unas prisas espasmódicas, sospecho que a hombros de Laclau, Podemos declaró la obsolescencia del eje izquierda-derecha en beneficio de un eje que, como la gelatina, es inasible: el eje arriba-abajo. Ahora acaba de lograr un aliado, Izquierda Unida, que simboliza como nadie la vigencia teórica —y probablemente también práctica— del eje izquierda-derecha.

El periplo de Podemos comenzó de manera fulgurante e impetuosa. Sus primeros pasos fueron vigorosos, pero a mitad de carrera se encuentra estancado. Sus decisiones son torpes, sus movimientos son algo patosos y su velocidad menguante. Podemos, como diríamos en el Penedés, es víctima de la conocida arrancada de cavall i parada de d’ase (asno).

Pau Luque es investigador en el Instituto de Investigaciones Filosóficas en la Universidad Nacional Autónoma de México.

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