Derivas independentistas

La debilidad del proceso soberanista se deduce de unos comportamientos colectivos que, al tiempo que desvirtúan el catalanismo, hacen emerger epifenómenos radicales, en la peor acepción de este término. El independentismo ha demostrado que tiene fuerza para impulsar una iniciativa de eventual secesión del Estado español, pero no para culminarla. Ahora, acredita también que sus contradicciones son de envergadura, resultando la más llamativa –por desacertada e, incluso, torpe– la constituida por el manifiesto impulsado por Llengua i República y el Grupo Koiné en el que se condena la “ideología del bilingüismo”, se considera el castellano un “idioma de la inmigración”, un “instrumento involuntario de colonización”, estimando que, además, ha tomado “el rol de lengua por defecto”.

Que 170 personalidades catalanas respalden estas apreciaciones –con un silencio aquiescente del Govern de la Generalitat– demuestra que en el movimiento separatista se está produciendo una deriva que vincula la identidad catalana –en la versión independentista– con factores hasta ahora propios de nacionalismos reaccionarios, que merodean peligrosamente percepciones de carácter étnico y que apuestan por el hermetismo cultural. Considerar el castellano como “exógeno” a Catalunya es un planteamiento simétrico al tratamiento del catalán como un idioma marginal en el patrimonio lingüístico de lo que llegaron a denominarse “las Españas”. La satisfacción con la que en los círculos más recalcitrantes contra una solución política para la cuestión catalana se ha recibido este manifiesto debería hacer recapacitar a sus impulsores y firmantes. Además de significar un grave contratiempo para sus aspiraciones, esta declaración representa una amenaza a la convivencia de las “dos lenguas y un solo pueblo”, principio en el que se ha basado la armonía de la sociedad mestiza catalana.

De distinto orden, pero atribuible igualmente a una sensación de impotencia independentista, es también el disparate de Perles catalanes, un libro de cuyos autores es mejor no acordarse, en el que listan a los botiflers entre los que aparece –lo cual daña a cualquier sensibilidad cultural y académica– Jaume Vicens Vives, a quien se connota de falangista y se le atribuyen condiciones tales como las de “mutante”, “oportunista” y “filonazi”. Si al autor de Noticia de Cataluña se le administra semejante tratamiento, Miquel Roca, Josep Antoni Duran Lleida o Josep Borrell –que aparecen en el elenco de malos catalanes– deberían sentirse confortados. Ocurre con este texto como con el manifiesto que propugna el monolingüismo en una Catalunya independiente: los que niegan soluciones políticas al Principado, aplauden porque ven confirmadas las versiones adelantan lo que efectivamente son, derivas independentistas. Para quienes mantienen que la cuestión catalana se descompondrá por sí misma –pase lo que pase con la convivencia general– estos hechos, sólo relativamente puntuales, se reciben como agua de mayo.

Para mejor comprender estas derivas hay que remitirse al contexto, al estrictamente catalán y al español. Ambos son de crisis política y social, y en el caso catalán, especialmente financiera de la Generalitat. Tras el paso al lado de Artur Mas, el entendimiento interno en JxSí es problemático y más aún el que sostiene precariamente la coalición que ganó el 27-S y la CUP como delatan las divergencias sobre la revitalización de la declaración del 9-N. Las referencias del poder en Catalunya, además, están dispersas. Carles Puigdemont transmite una sensación de transitoriedad constante y Mas, desde fuera del Govern, y Junqueras en su núcleo duro, constriñen al exalcalde de Girona y nuevo president a un papel institucional muy formal pero con sensación de cierta vaciedad. Que Puigdemont haya conocido por la prensa la reunión de Junqueras con Sánchez el pasado mes de marzo resulta ilustrativo.

Vacío que en Madrid es clamoroso mientras se desarrollan unas colapsadas negociaciones para intentar formar gobierno y evitar nuevas elecciones el 26 de junio. Ambos contextos –catalán y español– se retroalimentan aunque parezcan compartimentos estancos porque la cuestión catalana es primordial en esta legislatura. El deterioro sociopolítico catalán, que incluye la incógnita de lo que ocurrirá en CDC –¿partido de nueva planta?, ¿refundación?–, debe atribuirse también a la ausencia de interlocución con el Estado a través de un Gobierno con ideas razonablemente claras sobre cómo abordar el desafío que plantea un independentismo con preocupantes síntomas de radicalización que deterioran la situación general en el conjunto de España. “¿Estamos pasando de la revuelta de las sonrisas a la batasunización del proceso?”. La pregunta de Pilar Rahola es pertinente.

José Antonio Zarzalejos

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