Derrota diplomática de EE.UU.

Por Graham E. Fuller, ex vicepresidente del Consejo de Inteligencia Nacional de la CIA y autor del nuevo libro The future of political islam (LA VANGUARDIA, 24/03/03):

La guerra estadounidense contra Iraq ha empezado y Estados Unidos entra en el conflicto en un aislamiento casi total. Apenas hay aliados, a excepción de dos estados anglosajones y un presidente español cuya postura parece estar enfrentada con la opinión pública de su país. La derrota diplomática de George W. Bush y su política en la ONU es asombrosa. El pasado mes de agosto, cuando Colin Powell persuadió a Bush de que emprendiera la gira diplomática con objeto de obtener respaldo internacional para su guerra contra Iraq, la práctica totalidad de los analistas, entre los cuales me incluyo, supusieron que Estados Unidos sería capaz de presionar y engatusar a un gran número de países para que dieran su apoyo, como mínimo diplomático, a la empresa estadounidense. Nadie esperaba que el respaldo de la ONU fuera claro, aunque se creía que aportaría a Washington un grado mínimo de legitimidad. Sin embargo, Bush no logró obtener ni el más ínfimo respaldo, incluso fue incapaz de ejercer presión en países vecinos como México o Canadá y ni siquiera pudo emplear de forma satisfactoria incentivos y amenazas económicas para obtener apoyo.

Alemania, Francia, Rusia y China se vieron abocadas a oponerse de forma rotunda y manifiesta al plan de Estados Unidos. La pregunta que se le plantea a la “única superpotencia mundial” es la siguiente: ¿cuán poderosa es esa superpotencia en el escenario internacional?
En términos militares es sin duda muy poderosa. La superpotencia estadounidense volverá a hacer gala de una impresionante actuación, esta vez en Iraq. La derrota de Saddam en el terreno militar será rápida, aunque hacerse con el control de Bagdad puede resultar complicado. No obstante, está claro que los principales problemas aparecen después de la guerra, en la campaña para establecer el orden y construir un nuevo Estado, nuevas instituciones y una nueva sociedad iraquíes, y para afrontar las históricas ambiciones geopolíticas de Iraq.

En este sentido existen una multitud de posibles problemas y riesgos. Estados Unidos se encontrará solo al empezar, a menos que consiga persuadir a los aliados distanciados de que colaboren en estas labores de posguerra.

Sin embargo, aparte de la impresionante fuerza militar estadounidense, ¿de qué sirve el poder militar si no puede ejercer un poder político o diplomático proporcional? Está claro que la unilateralidad testaruda es ya una política fallida. Muchos analistas creían que Bush había empezado con mal pie cuando en los albores de su Administración cuestionó la mayoría de los acuerdos internacionales como el protocolo de Kioto, el Tribunal Penal Internacional y otros temas. Empezó a ofender de forma sistemática a otros estados y líderes. Parte de este distanciamiento no sólo provenía de su política, sino de su estilo y de su visión geopolítica de una hegemonía mundial estadounidense. Es más, Bush procedió, sin ser consciente de ello, a demostrar la validez de una vieja teoría de las relaciones internacionales: cuando un solo Estado –cualquier Estado– se hace abrumadoramente dominante, otros estados harán causa común para oponer resistencia al poder de la potencia hegemónica. No obstante, nadie había previsto la velocidad con la que este principio se vería cumplido y conduciría, en tan sólo dos años, a un rechazo internacional prácticamente total del objetivo clave de la política exterior de Bush.

¿Qué lecciones se extraen de este extraordinario suceso? En primer lugar, queda claro que incluso la única superpotencia del mundo tendrá que esforzarse por conseguir un apoyo internacional en los asuntos clave, en lugar de confiar en el poder del decreto. Esperemos que se aprenda la lección de Iraq y se aplique a la grave crisis de Corea del Norte, donde, de nuevo, Estados Unidos no puede afrontar el problema de una forma unilateral, a no ser a expensas de un alto riesgo. Además, el respeto por otros países, por su liderazgo y su dignidad será un ingrediente importante para el éxito. La Administración Bush carece por entero de este tipo de sensibilidad. Si hubiesen tratado a Turquía, por ejemplo, con mayor respeto y dignidad, en lugar de con exigencias perentorias y presiones, el rechazo parlamentario de Ankara a la guerra quizá no se habría producido.

En segundo lugar, pese a sus amenazas, Washington no será capaz de “castigar” a muchos otros estados por no apoyarlo en Iraq. Hay, sencillamente, demasiados países a los que castigar: Turquía, México, Canadá, Francia, Alemania, Rusia, China, Bélgica, Angola, Kofi Annan, etcétera. En caso de que se inflija un “castigo”, el perjuicio para la posición estadounidense y las relaciones internacionales será aún mayor.

En tercer lugar, este revés estadounidense en Iraq no tiene por qué ser permanente. Los asuntos internacionales seguirán su curso y Washington necesitará cooperación en otras cuestiones, entre ellas la guerra contra el terrorismo e incluso la reconstrucción de Iraq. El episodio de la ONU puede olvidarse sin revuelo si Bush es capaz de aprender una lección de este desastre.

En cuarto lugar, el mundo todavía no ha alcanzado una era milenaria en que la humanidad pueda vivir por siempre en paz. Este siglo puede ser peligroso, pues los problemas del mundo en vías de desarrollo requieren una nueva atención y una implicación por parte del mundo postindustrial. La necesidad del uso del poder no ha desaparecido. De hecho, la fuerza militar estadounidense sigue siendo un factor importante en las cuestiones internacionales, aunque hoy en día se hace cada vez más necesario que sea un “bien común”. No obstante, ahí subyace una lección fundamental. Si Estados Unidos ha asumido la responsabilidad de erigirse en policía del mundo, entonces tendrá que trabajar por los intereses de una comunidad más amplia y no sólo para sí mismo y por sus propios intereses. En el caso de Iraq o de Irán, el policía de Bush ha desempeñado múltiples papeles: el papel de determinar las amenazas –al menos las que perciben contra ellos como tales– y el de exponerlas como amenazas para la comunidad, incluso cuando gran parte de ésta disiente sobre la existencia de la amenaza en sí o sobre cómo tratarla. Y es entonces cuando el policía exige a la comunidad que se una a él en el enfrentamiento armado. Desde un punto de vista psicológico, convendría utilizar la táctica opuesta. Lo más sensato sería que el policía dejara su número de teléfono a la comunidad y pidiera a sus miembros que lo llamaran cuando detectaran una amenaza que les preocupase. El policía estudiaría la situación con la comunidad y ambos llegarían a un consenso sobre lo que debería hacerse. O, incluso, podría decidir que la amenaza no es suficiente para justificar su implicación; que se encarguen los vecinos. Sin embargo, en estas circunstancias, el policía y su poder se considerarían un bien para toda la comunidad y no un posible problema.

En quinto lugar, aparte de la amenaza del uso de materiales químicos, biológicos o incluso nucleares por parte de los terroristas, no existe otra amenaza a gran escala para la comunidad internacional. Será difícil movilizar a la comunidad para que haga frente a cualquier crisis de política exterior salvo, tal vez, ante la contingencia de una guerra nuclear entre países. Si no se llega a un consenso con facilidad, la exigencia de una consulta es aún mayor.

Sea cual sea el resultado en Iraq, quizá estemos siendo testigos de la última gran acometida de unilateralidad estadounidense. Este tipo de enfoque –impracticable e incluso quizá obsoleto en el mundo actual– puede haber caído ya en el descrédito permanente. Al menos, éste es un beneficio fruto de la debacle de la ONU. Bush ha pagado un precio muy alto por el estilo de su gestión. Aunque la campaña iraquí logre un gran éxito, tanto político como militar, esta forma de gestión resulta demasiado costosa por el daño que inflige a la comunidad internacional, como también a la posición de Estados Unidos en el mundo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *