Desarrollar la Europa de la Energía

La mejor noticia del último Consejo Europeo del pasado 22 de mayo, sobre competitividad, empleo y crecimiento es la inclusión del vector energía. Las conclusiones del mismo reflejan lo que, pese a ser una evidencia, tendemos a orillar: un abastecimiento seguro de energía a buen precio es esencial para mejorar nuestra competitividad. Sin embargo, una vez más, el Consejo se ha quedado corto y, una vez más, se echan en falta iniciativas y decisiones concretas. Debemos concienciarnos de que si Europa quiere alcanzar estos objetivos manteniendo su posición de liderazgo en cuestiones medioambientales, debe afrontar este desafío con pragmatismo y a través de una política energética común.

Con la creación de la CECA y posteriormente del EURATOM, la energía se encuentra muy presente en el origen de la UE. Y, si bien las circunstancias han cambiado desde los años 50 y 60, la energía sigue siendo clave para el funcionamiento de la UE, en particular su proyección comercial exterior y el óptimo funcionamiento del mercado interior; de ahí la necesidad de afrontar seriamente el desarrollo de una Europa de la energía. Además de la relevancia que le atribuye la opinión pública europea (según una reciente encuesta de Eurostat el 60% de los ciudadanos europeos consideran que estarían más protegidos si su país coordinase medidas en materia energética con sus socios europeos), la fuerte dependencia energética de la UE27 (estimada en un 53.8% según la Agencia Internacional de la Energía) suma a la necesidad de mover ficha en la materia.

Mientras América del Norte y otras regiones avanzan hacia la independencia energética, Europa se mueve en sentido contrario. Como consecuencia, además, nuestra industria resulta menos competitiva ya no sólo con respecto a los países emergentes, sino también con respecto a los EEUU y Canadá (especialmente tras la revolución silenciosa de los combustibles no convencionales).

En 2007, la UE se comprometió al objetivo del 20-2020: recortar para el año 2020 las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en un 20%, mejorar la eficiencia energética en otro 20% e incrementar la contribución de las energías renovables al 20% del consumo, y Bruselas ha publicado recientemente el Libro Verde «Un Marco para las Políticas de Clima y Energía en 2030» donde se plantea duplicar la disminución de emisiones GEI para 2030. Sin embargo, no debemos olvidar que, entre 1990 y 2011, la UE bajó su contribución en materia de emisiones de gases de efecto invernadero del 18% del total mundial al 11%. Durante el mismo periodo, entre los países con mayores emisiones de CO2, tan solo Rusia (-25%) y Ucrania (-58%) llevaron a cabo una reducción neta de las emisiones, mientras que otros países como China (+287%) e India (+198%) incrementaron exponencialmente las mismas. Además, no podemos olvidar el papel geoestratégico que juega la energía y que, en ausencia de un mercado europeo, produce un efecto centrífugo. Un claro ejemplo de ello es la relación UE–Rusia: de las importaciones totales de energía de la UE, el 36% del gas, el 31% del crudo y el 30% del carbón provienen de este país. De ahí que hayamos visto —y veamos— a los primeros ministros europeos competir por ganarse los favores de Putin.

Un primer paso para reducir esta dependencia exterior es la gestión común de los recursos. En concreto, precisamos una regulación común, el fomento de las interconexiones eléctricas así como de las gasísticas —es una realidad que al sur de Europa no le llega el gas ruso ni al norte el gas argelino— y el desarrollo de una política coordinada de seguridad de suministro que asegure la supervivencia de la industria nuclear, así como de refino europea como proveedora de productos petrolíferos a largo plazo frente a otras áreas emergentes, cuyos intereses geopolíticos a largo plazo podrían no ser coincidentes con los europeos. Un segundo paso sería adelantarse a las necesidades futuras en el ámbito legislativo para permitir el desarrollo de otras alternativas energéticas, manteniendo un control medioambiental de la extracción de las mismas, que disminuyese la dependencia energética de Europa. Y por último, establecer una relación coste-eficacia-capacidad adecuada de apoyo a las energía renovables y potenciar la investigación y desarrollo (I+D) en este campo. Apremia lograr una política energética europea que aúne los intereses de los estados miembros; que acabe con la incertidumbre regulatoria; que apueste por la sostenibilidad económica, medioambiental y social, y que logre una Europa plenamente interconectada y capaz de autoabastecerse aprovechando al máximo los recursos propios como condición imprescindible para garantizar la continuidad de la industria europea. Debemos lograr que la energía deje de ser uno de los factores limitadores del crecimiento económico para convertirse en un auténtico motor del mismo, y esto se puede conseguir con objetivos de sostenibilidad coherentes y realistas.

El Colectivo Eunergía está integrado por un grupo de profesionales que trabajan en el campo de la Energía. Participaron en este artículo: Rosa García, Tana García, Mamen Gómez de Barreda, Verónica Lipperheide, Maribel de Luis, Felisa Martín, Lola Morales, Beatriz Elisa de Munk, Ana Palacio y Urquiola de Palacio.

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