Desarrollo humano: justicia y libertad

Amartya Sen fue galardonado con el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2021, pero no pudo viajar a la ceremonia de recepción en Oviedo y su ausencia acaso nos ha hecho tenerle menos presente que a otros premiados. Cuando vi que no estaba en el teatro Campoamor el pasado 22 de octubre me dio un vuelco el corazón y sentí el impulso de escribir para agradecerle. Si todos los premiados hacen resplandecer lo mejor de la humanidad, he de reconocer que mis preferencias se dirigen hacia este indio bengalí, preocupado siempre por la justicia y la libertad, desde un enfoque centrado en las capacidades de las personas. Como el acta del jurado detalla, desde una perspectiva cosmopolita e interdisciplinar,

sus múltiples investigaciones incluyen aportaciones a las teorías de la elección pública, el desarrollo, la economía del bienestar (que le valió el premio Nobel de Economía en 1998) y otras dirigidas a descubrir las raíces de la pobreza y las hambrunas. Con ellas ha influido de manera decisiva en las políticas de las más relevantes instituciones mundiales, como el PNUD y sus informes anuales de desarrollo humano desde 1990.

Vaya aquí mi sentido homenaje en forma de recordatorio agradecido de algunas de las ideas que a mí más me han marcado. Soy consciente de que su investigación ha hecho aportes de valor en tantas áreas que cualquier síntesis apretada se vuelve insuficiente.

Sen comparte con Rawls una visión liberal social y una acerada crítica al utilitarismo, pero que no en pocos aspectos ha tomado distancia del maestro norteamericano. Desde luego, no aspira a encontrar un modelo ideal de justicia con principios generales para dirimir los conflictos, mucho menos si esta resulta imposible de alcanzar dentro de la situación contextual del problema que se intenta resolver. Lo que sí recomienda es un uso de la teoría de la elección social que, sin pretensiones idealistas, compare las posibilidades disponibles, reconozca una pluralidad de principios entre los cuales puede haber conflicto, y esté dispuesta a reexaminarlos en discusión pública y con participación social amplia a la luz de la experiencia concreta. En el quehacer filosófico, prevenir las injusticias existentes debe ser prioritario a alumbrar lo perfectamente justo.

Pero el ansia por articular una idea de justicia social pegada al terreno desde el razonamiento público, las decisiones sociales participativas y las exigencias de la equidad no han arrojado a Sen en brazos de ningún miope localismo comunitarista. Al contrario, reivindica mirar con ‘los ojos de la humanidad’, identificándose con los otros, pues nuestras opciones y acciones afectan de hecho a las vidas de otros, aquí y allá, y sus diferentes perspectivas históricas y geográficas nos ayudan a superar los intereses y perspectivas alicortas de nuestra comunidad local.

A los métodos filosóficos como los que echan un ‘velo de ignorancia’ sobre los datos particulares de los individuos que han de elegir principios de justicia generales (por ser autointeresados y mutuamente desinteresados lo harán como si ellos pudieran estar entre los más desaventajados de la sociedad), el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales los califica de parroquialismo procedimental. Quizá tengan éxito en soslayar el problema de los intereses de los miembros del grupo, pero ¿cómo evitarán los prejuicios compartidos por el mismo?

Sin quitarle importancia a las instituciones y reglas sociales, considera que la justicia no puede estar de espaldas a las situaciones reales de la gente y a las vidas que los sujetos pueden realmente vivir. La libertad de escoger la vida que se desea vivir es un elemento fundamental de la justicia, que pide evaluar las capacidades reales de la gente para realizar su propia vida, y responsabiliza de la propia elección. Aún más, el progreso de la humanidad no se mide en términos de PNB y de PIB; se ve en la calidad de la vida de la gente. No desprecia la información que proporcionan esas medidas, sino que pide ponerlas al lado de indicadores directos de calidad y libertad real de las vidas humanas implicadas en una realidad concreta. Observando la vida real de las personas es como logramos una estimación objetiva del desarrollo humano, conociendo las condiciones socioculturales y ambientales que se tienen y las libertades que permiten elegir el tipo de vida que se desea desarrollar. Ahí topamos de frente con el enfoque de las capacidades, tan nuclear a su pensamiento.

La capacidad hace hincapié en las oportunidades reales del individuo, no en el diseño de la mejor sociedad posible. Claro que las disparidades sociales causan desigualdad en las capacidades, por eso no sirve una fórmula única de solución, hace falta discernimiento sobre cuáles son las necesidades particulares en el contexto donde la gente se desenvuelve. Acogiendo la pluralidad de situaciones y preocupaciones vitales, la categoría capacidad no se ocupa tanto de ‘los medios de vida’ sino de ‘las oportunidades reales del vivir’. Esta poderosa intuición da cabida a una importante distinción entre lo que la persona termina haciendo (la culminación de su elección) y lo que es capaz de hacer con libertad ante las oportunidades. Por ejemplo, aunque el estado nutricional carencial puede ser igual en quien sufre hambruna y quien hace huelga de hambre, el primero está privado de libertad y el segundo ha podido elegir.

También la Doctrina Social de la Iglesia vincula la justicia social a unos mínimos niveles de participación libre de todas las personas en la vida de la comunidad humana, así como a la activación del desarrollo de toda la persona (lo que llamamos ‘integral’). De modo que la injusticia consiste en que una persona o un grupo sean tratados activamente o abandonados pasivamente -excluidos o descartados- como si no fueran miembros de la raza humana. Es para mí evidente que el enfoque de la justicia del pensamiento social católico es muy cercano al centrado en el desarrollo de capacidades que se convierten en libertades reales y mucho menos afín al enfoque centrado en los procedimientos de decisión que elucidan principios de equidad para instituciones y reglas. Hemos de examinar qué es lo que emerge en la sociedad, incluyendo el tipo de vida que la gente puede realmente llevar, considerando las instituciones y las reglas, pero yendo más allá de ellas. Para que se respeten la justicia y libertad exigidas por el bien común, se requieren tanto la actuación de instituciones propias de un ‘Estado activo’ como la participación y la acción de las diversas comunidades y organizaciones que conforman la sociedad, según el principio de subsidiariedad. Y ello a todos los niveles de la vida social, también al nivel mundial.

Queda tanto por hacer que uno puede entender que Amartya Sen sienta a sus 88 años recién cumplidos que ha hecho muy poco. El valioso galardón que acaba de recibir da fe de que ha hecho muchísimo y muy bueno, y se lo agradecemos de corazón.

Julio L. Martínez, SJ es teólogo.

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