Desarrollo sostenible

Greta Thunberg empezó en Suecia la revuelta juvenil por el clima secundada por miles de adolescentes y jóvenes en distintas partes del mundo. Si no queda en un fogonazo más, estamos ante una muy buena noticia de toma de conciencia y mirar al futuro por parte de quienes tienden a vivir en el cortísimo plazo del instante presente y dejarse absorber por la cultura digital.

Hay un potente marco que avala y da dirección a ese clamor: la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 de Naciones Unidas, con sus 17 objetivos y 169 metas. Muchas organizaciones de la sociedad civil, las empresas más lúcidas y las universidades mejor orientadas encuentran en ella el marco adecuado para alinear creativamente sus esfuerzos por la justicia social mirando de frente a las condiciones socioeconómicas y medioambientales, con el signo de los tiempos de la diversidad cultural y religiosa. Yo también participo de esa convicción y añado un matiz: el arte está en combinar la Agenda 2030 y la propuesta de la ecología integral de la Doctrina Social de la Iglesia.

Ambos documentos son de 2015 y equipan para salir las fronteras de la diversidad y de la desigualdad. La Agenda 2030 supera las limitaciones de la llamada Agenda del Milenio promoviendo respuestas globales y declarando su resolución de «poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030, combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos, construir sociedades pacíficas, justas e inclusivas, proteger los derechos humanos y promover la igualdad entre los géneros y al empoderamiento de mujeres y niñas, y garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales». La ecología integral de Laudato si’ apareció unos meses antes que la Agenda y la complementa en los fundamentos antropológicos y los cultivos educativos y espirituales, sin los cuales podría quedarse en un catálogo de buenas intenciones.

Ahondar en el pozo de la tradición cristiana se convierte en modelo e invitación para que otras tradiciones de sabiduría profundicen en los fundamentos y las motivaciones de que disponen, a fin de apoyar y alentar acciones concretas en pro de la sostenibilidad del planeta y de la dignidad humana. La ecología integral pone delante de los ojos la inseparabilidad de «la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior» (LS, 10), y la conexión de los «problemas ambientales y los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos» (LS, 141). Por eso se considera fundamental buscar «soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales», teniendo en cuenta que «no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental» (LS, 139), y que «el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta» (LS, 48).

En este cambio de época van emergiendo nuevos modos de ser humano y nuevas formas de estructurar la vida en sus dimensiones personales y sociales, y casi a la vez nos vamos haciendo conscientes de que la vulnerabilidad no solo afecta a los humanos, sino que alcanza también a la naturaleza, y de qué forma tan intensa, tanto por fenómenos que llamamos «naturales» como por intervenciones humanas, que causan daños, en ocasiones, irreversibles y, otras, que aún podemos revertir. Esa conciencia repercute en la ética. Hasta tiempos recientes lo que tenía relevancia ética era el trato directo del hombre con el hombre, incluido el trato con uno mismo, mientras que el trato con el mundo externo, es decir, todo el dominio de la tekné («acción productiva» frente a praxis) se consideraba moralmente neutro (Hans Jonas). La única excepción se encontraba en la medicina, porque su tekné obraba directamente sobre el ser humano. Además, la responsabilidad ética se conjugaba en presente, no en futuro. Hoy la ética se ha visto impelida a asumir la ampliación del marco espaciotemporal y a ensanchar el objeto del acto humano, ante las profundísimas transformaciones de la experiencia humana acaecidas por la globalización y la revolución tecnológica y digital.

En ese contexto, el desarrollo sostenible ha de mirar a las generaciones futuras, sin dejar de poner en el centro a los empobrecidos del presente, que ya no tienen tiempo para esperar. Por un lado, la dimensión intergeneracional pone de relieve que los problemas económicos y sociales del presente no se pueden realmente solventar sin tener en cuenta la garantía de los fundamentos de vida para las generaciones venideras. Por otro, la dimensión intrageneracional pone la mirada en las oportunidades vitales dignas para todos los que hoy vivimos en nuestro mundo. Todo el ensanchamiento de la ética exige hoy pensar la justicia no sólo dentro de los Estados nacionales o de las relaciones interestatales, sino como justicia global, con instituciones que actúen como instrumentos eficaces de gobernanza mundial en las demandas de la equidad y en la protección y promoción de los bienes públicos globales.

Lo que Laudato si’ da a la Agenda 2030 es una hondura antropológica desde la que comprender las relaciones entre los seres humanos, y de éstos y la tecnología, y de los humanos y el resto de las criaturas. La convicción es que las preguntas sociales y ecológicas acaban siempre en cuestiones antropológicas. Una antropología que no añora una naturaleza humana abstracta y estática, sino que, al interrogarse por el mundo que queremos dejar a las futuras generaciones, es consciente de toparse con el humanismo integral/integrado y con el sentido de la existencia y los valores: «¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra? Si no nos planteamos estas preguntas de fondo -dice el Papa- no creo que nuestras preocupaciones ecológicas obtengan efectos importantes» (LS, 160).

Si precisamos un cambio de modelo de desarrollo global o estamos ante la necesidad de redefinir el progreso, es preciso ahondar en la comprensión del ser humano y su valor incomparable (dignidad), tanto de lo que le hace crecer en humanidad y libertad como de aquello que se lo impide. Ojalá nuestros jóvenes exijan sostenibilidad y acepten el reto de un pensar que transite de la ecología a la antropología. Es lo que nos proponemos en un Congreso internacional sobre Transhumanismo: desafíos antropológicos, éticos, jurídicos y teológicos, organizado por la Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas, a final de mayo, con la participación de algunos de los principales expertos en la materia. No escatimemos esfuerzos.

Julio L. Martínez es rector de la Universidad Pontificia de Comillas.

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