Descarbonizar la economía

EL Acuerdo de París contra el cambio climático, en vigor desde hace apenas unos días, representa un paso decisivo de la comunidad internacional en la lucha por preservar nuestro planeta de los catastróficos efectos que conlleva el calentamiento global. Pero la tarea no ha hecho más que empezar.

El tratado –cuyo seguimiento se lleva a cabo estos días en la Conferencia de Naciones Unidas contra el Cambio Climático (COP22) de Marrakech– constituye un éxito de carácter político de incalculable trascendencia. Pocas veces, representantes de tantos países con posiciones de partida tan dispares han sabido aunar voluntades en un esfuerzo común tan crucial. Nuestros gobernantes han mostrado visión y liderazgo asumiendo compromisos de acción para lograr un objetivo climático ambicioso y, con ello, legar a generaciones futuras un entorno natural habitable, como nosotros lo recibimos de nuestros antepasados.

Descarbonizar la economíaLa reciente victoria de Donald Trump en las elecciones a la Presidencia de Estados Unidos ha suscitado muchas dudas sobre la viabilidad futura de esta acción global por su posición contraria al Acuerdo de París. Confío, sin embargo, en la fortaleza del sistema institucional norteamericano, sus «checks and balances» y el sentido común de su equipo de gobierno. No obstante, cabe recordar que el acuerdo no permite una retirada unilateral de sus firmantes salvo al cabo de cuatro años desde la firma, es decir, diciembre de 2019, casi en el último año del mandato presidencial de esta nueva administración. Pero además, los gobiernos estatales, los municipales, las instituciones públicas independientes, las empresas, la cultura, la universidad y la sociedad estadounidense en general, diversa y democrática, han demostrado históricamente un compromiso inquebrantable con principios y valores humanos universales y, en su mayor parte, son conscientes de que la lucha contra el cambio climático no es hoy una moda o una opción política, sino una necesidad imperiosa frente a la mayor amenaza global que se cierne sobre nuestro planeta. Las corporaciones norteamericanas no ignorarán tampoco las oportunidades (y los riesgos) de negocio que surgen de una sociedad que demanda cada vez más productos y servicios sostenibles y respetuosos con el entorno; y, un hombre de negocios como Trump no puede ignorar esta realidad.

En cualquier caso, aun siendo importantes, la descarbonización de la economía mundial no sólo depende de acuerdos políticos ni de la posición coyuntural de la administración de un país, aunque se trate de los Estados Unidos de América (que, recuérdese, no firmó el protocolo de Kyoto). Depende fundamentalmente del compromiso y la acción de la sociedad civil y del sector privado. Y, en ese esfuerzo colectivo, corresponde a los agentes empresariales un cometido crucial.

Las compañías, grandes o pequeñas, nos enfrentamos a un gran desafío: orientar nuestra estrategia y transformar nuestros negocios para desacoplar definitivamente el crecimiento económico del incremento de emisiones contaminantes. Nuestro desarrollo no debe producirse a costa de contaminar más y del sacrificio de nuestro planeta. Y las empresas hemos de ser los principales agentes en este proceso de transformación.

Para poder trabajar en esa dirección, necesitamos políticas a largo plazo y mecanismos de mercado que fomenten la inversión rentable en tecnologías bajas en carbono y contribuyan a reducir drásticamente el consumo de combustibles fósiles. Especialmente ahora que disponemos de tecnologías más eficientes que las tradicionales, no sólo desde el punto de vista medioambiental, sino también desde el punto de vista económico. Resulta imprescindible la aplicación de un precio del carbono que contribuya a estimular a la iniciativa privada a dirigir su estrategia y sus inversiones hacia objetivos más sostenibles. Algunos llevamos más de dos décadas comprometidos con este reto y me consta que cada vez somos más en este propósito.

Para alcanzar los objetivos propuestos necesitamos, además, un mercado equilibrado que elimine los subsidios y las ayudas a los combustibles fósiles que aún sobreviven en muchos países (ventajas fiscales, subvenciones a la producción o a la generación, subsidios al consumo, etc.) y que, según la Agencia Internacional de la Energía, ascienden a más de 500.000 millones de dólares anuales (frente a la quinta parte que aproximadamente reciben las energías limpias y que progresivamente decrecen al ser cada vez más competitivas). Se trata de una cifra asombrosa que distorsiona los mercados de energía y actúa como elemento disuasorio de una rápida implantación de nuevas tecnologías.

El momento de actuar es ahora. No podemos permitirnos el lujo de esperar. Sin una acción decidida en la «política del detalle» que complemente la «gran política» que se diseñó hace un año en París, las emisiones de gases de efecto invernadero seguirán aumentando y la situación corre el riesgo de resultar irreversible.

El reto es enorme y, frente a cualquier incertidumbre que surja en el camino, podemos –y debemos– ser optimistas. En mi trabajo diario, constato cómo las inversiones en industrias y negocios sostenibles en todo el mundo contribuyen efectivamente al progreso social y económico y cuentan con el apoyo mayoritario de analistas, inversores institucionales y, más importante aún, de la sociedad en general.

Energías renovables, eficiencia energética y electrificación de la demanda son, sin duda, los ejes básicos del crecimiento económico y el desarrollo sostenible gracias a su profundo y efectivo poder transformador. Ahí está, sin ir más lejos, el fenómeno de los automóviles eléctricos. Su implantación masiva tendrá la capacidad de reducir radicalmente las emisiones de la industria del transporte si se alimentan de fuentes de energías renovables.

Más allá del entorno energético, son muchos los objetivos que hemos de afrontar en la gestión eficiente y sostenible de los recursos naturales del planeta. Necesitamos desarrollar una economía circular que disminuya la generación de residuos y reduzca el consumo excesivo de un bien natural tan preciado como el agua. Es imprescindible innovar para atender las necesidades de una población mundial que crece exponencialmente y evitar el saqueo de nuestros escasos recursos naturales, especialmente los hídricos, que inevitablemente deriva en procesos de desertización ya manifiestamente apreciables en muchas zonas del planeta, España incluida.

El éxito del Acuerdo de Cambio Climático de París, en definitiva, depende de todos nosotros. Los gobiernos deben, con políticas transversales, diseñar las hojas de ruta y tomar las medidas para alcanzar los objetivos de reducción de emisiones, mitigación, resistencia y adaptación a las consecuencias de una subida de la temperatura del planeta. Los grandes líderes de opinión deben contribuir a la concientización social, como ya hizo el Papa Francisco en su encíclica Laudato si’. Las empresas debemos transformarnos para adoptar modelos productivos sostenibles. Y las personas, a título individual, debemos interiorizar en nuestros hábitos este compromiso y manifestar ante nuestros líderes políticos la relevancia que otorgamos a este reto. De nosotros depende esta ingente tarea.

José Manuel Entrecanales, presidente de ACCIONA.

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