Descenso y reconstrucción nacional

El anuncio de la creación de una comisión parlamentaria para la reconstrucción de España tras la pandemia abre graves incógnitas, comenzando por el significado del verbo reconstruir. La visible incapacidad de cambio de los partidos no deja sitio para el optimismo.

La conclusión del estado de alarma y las restricciones anejas -evito el inexistente palabro «desescalada»- da paso a un preocupante futuro, y se insiste acaloradamente por el Gobierno en la necesidad de concertar un plan de «reconstrucción» nacional, idea que ha iniciado su andadura parlamentaria, con la constitución en el Congreso de una Comisión para la Reconstrucción Social y Económica, que ya ha iniciado sus sesiones, con abundancia de reproches, insultos y hasta portazos, y, por el momento, se ve poco discurso sólido orientado al futuro y mucha tendencia a hablar de los errores cometidos. Pero dejemos eso y pensemos qué se podría hacer. De las diversas acepciones que puede tener el verbo reconstruir tomemos la mejor: empezar una nueva etapa de recuperación y superación, tras el drama nacional que, en todos los órdenes, ha supuesto la pandemia y el estado de alarma.

La necesidad de comenzar un tiempo nuevo después de una catástrofe nacional no es nueva. Tras la pérdida de Cuba y Filipinas en 1898 una buena parte de la intelectualidad española, entre otros, los regeneracionistas, destacando Joaquín Costa, luchó para aprovechar aquella inflexión histórica para dar el salto a un tiempo nuevo capaz de remover los viejos, profundos y enquistados defectos de la sociedad española. No hubo suerte, los vicios siguieron y el descontento y la desesperación fueron creciendo durante el reinado de Alfonso XIII hasta dar en la dictadura de Primo de Rivera. Luego vendría la sufriente II República y la Guerra Civil y el franquismo. Con la Constitución de 1978 comenzó un nuevo tiempo para todos.

El que algunos llaman «régimen de 1978», malévolamente, como algo superado, es, con los defectos que se quiera, lo mejor que han tenido los españoles desde que hay memoria política. Las insistentes aserciones de que ese ciclo está agotado pueden tener interpretaciones opuestas, dependiendo de quienes las hagan. Es proteica la composición del Parlamento, gravemente polícromo, y hay conflictos enormes de equilibrio territorial y de nacionalismos insatisfechos, pero también es cierto que el sistema supuestamente caduco ha colocado a España en un lugar respetable y dentro de la Unión Europea, y, pese a los indudables problemas, los españoles han venido disfrutando de un razonable nivel de bienestar.

Cuando se habla de necesaria reconstrucción es evidente que no todos se refieren a lo mismo, salvo en la supuesta idea común de que los desastres sociales y económicos generados por la pandemia exigen un esfuerzo de todos, sin exclusión, que cristalice en un pacto nacional. La idea es tan hermosa como grande su oquedad. Y para llegar a esa triste conclusión basta con atisbar las exigencias o condiciones que se dejan caer.

En primer lugar, por los partidos que hoy mandan, que ven como un mal sueño formar un Gobierno de unidad nacional -conditio sine qua non- lo que supondría que una buena parte del actual y nutrido Ejecutivo tendría que cesar, y ¡hasta ahí podríamos llegar! Se ofrece un programa de reconstrucción, pero sin cambios tan drásticos. A eso se añade que quien lo ofrece depende del beneplácito de partidos nacionalistas que tienen su propia e indigerible idea de lo que ha de ser una reconstrucción: la demolición de la Constitución de 1978, para colocar en su lugar otra a la medida de lo que ellos desean.

No para ahí la variedad de ideas sobre la reconstrucción, pues si se atiende a las cosas que dicen el Sr. Iglesias, sus seguidores y sus afluentes, lo necesario sería otro régimen político, marcando incluso diferencias con los mínimos comunes de la Unión Europea.

Tampoco hay que olvidar, y basta asomarse a cualquier Comunidad Autónoma, que no se desea una reconstrucción, sino 17 reconstrucciones, olvidando que uno de los escalones previos es, precisamente, cerrar de una vez la organización del Estado, revisando lo que sea preciso, incluyendo, por supuesto, el sistema financiero. Abrir debates territoriales al margen del marco común puede ser útil para aliviar algunos problemas, como, claramente, el del desgarro que parte en dos a la sociedad catalana, pero sin esperar grandes resultados.

El PP es el principal partido de la oposición, pero su modelo de reconstrucción se concreta en una receta terca: que el PSOE y Podemos abandonen el Gobierno, y que se identifique a los responsables de los errores en la gestión de la crisis. El PSOE, principal partido del Gobierno e impulsor de la idea de la Reconstrucción, zanja el tema con un errare humanum est, como si eso bastara para cerrar el paso a las imputaciones o a la eventual responsabilidad patrimonial del Estado, antesala de la responsabilidad política, incompatible con la indiscutible dirección de la orquesta.

Con tal amplitud de miras entre los que se sientan en los diferentes tendidos del ruedo ibérico no hay muchos motivos para el optimismo. Sin duda asistiremos a anuncios de importantísimas y necesarias inversiones y grandes medidas para la recuperación de la normalidad industrial, cultural y social. Es indiscutible que el primer problema es la pavorosa desocupación que se viene encima, en especial por el hundimiento del turismo y la hostelería en general, viga maestra de nuestra economía, aunque no lo parezca por el modo en que reaccionan algunos responsables públicos. Está fuera de discusión que los desmanes hechos en la sanidad pública exigen luz y decisiones tajantes, además de que se tenga que replantear la situación profesional y económica de tantos colectivos que se han dejado la piel para evitar que el coronavirus acabara con todo. La relación es muy amplia y no entro en ella por temor a olvidar a alguien.

Reparar el inmenso daño es urgente, pero la reconstrucción pasa por saber lo que hay que recuperar. Y, a falta de ideas, Comisión.

Gonzalo Quintero Olivares es catedrático de Derecho Penal.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *