Descomposición y autenticidad

Desde hace algún tiempo, se venía especulando con que el bipartidismo imperfecto que caracterizó la política española entre 1977 y 2011 estaba en vías de recuperación. La práctica desaparición de Ciudadanos y la pérdida de empuje de Unidas Podemos (UP) inducían a muchos analistas a creer que el país se dirigía a una nueva fase de estabilización y dominio de los dos grandes partidos tradicionales.

Sin embargo, hay múltiples síntomas de que o bien el bipartidismo no volverá o tardará mucho tiempo en volver. Miremos al PSOE primero. Aunque el partido socialista ya pasó su crisis particular en 2016-17, que fue no menos virulenta y salvaje que la actual del PP, no parece que vaya a recuperar los niveles de apoyo que tuvo en las etapas de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, ni siquiera con Unidas Podemos en franca decadencia. El voto a la izquierda continúa fragmentado por la cuestión territorial (el PSOE es la tercera fuerza política en los parlamentos autonómicos de Galicia, Madrid y País Vasco y ha retrocedido en Castilla y León con la aparición de las agrupaciones provinciales de la España vaciada) y el partido socialista no despierta los entusiasmos de otras épocas.

El PP parecía tener un panorama más despejado tras el colapso de Ciudadanos. Sin embargo, la competición de Vox ha terminado por desestabilizar al partido conservador. La crisis que está viviendo el PP estos días demuestra que la política española está todavía en fase convulsiva. Esta crisis, alimentada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, tiene unos desencadenantes inmediatos (las acusaciones cruzadas de espionaje y nepotismo), pero, evidentemente, responde a unas causas más profundas.

Las causas estructurales tienen que ver con los problemas de credibilidad que arrastran los partidos políticos tradicionales. En España, menos del 10% de la ciudadanía confía en los partidos. Hay una presunción fuerte de que los líderes políticos, en cuanto son elegidos, se transforman en funcionarios de partido, con intereses inconfesables, dispuestos siempre a pastelear con los poderosos, a decidir en función de estrategias impronunciables y a olvidarse de las bases y de la voz de la gente. De ahí que haya una demanda potente de autenticidad y una búsqueda por encontrar un líder salvador.

Pasó con el PSOE en 2016. El establishment del partido socialista organizó una conspiración (con tintes de esperpento) para expulsar al secretario general y forzar la abstención del grupo parlamentario socialista en la votación de investidura de Rajoy. Al proceder así, dieron la oportunidad a Pedro Sánchez de desafiar al establishment socialista en nombre de las bases. Lleno de audacia, recorrió España conectando con la militancia y activando la promesa de recuperar la autenticidad del partido socialista. La militancia respondió con entusiasmo, y el candidato destronado y humillado por el aparato venció a la candidata del establishment, Susana Díaz. A juicio de muchos, Sánchez triunfó porque se había podemizado. El caso es que se vio con fuerzas para organizar la moción de censura en 2018 y el PSOE fue, de nuevo, partido de gobierno.

En el PP está sucediendo algo parecido, por mucho que la forma en que se manifiesta la crisis sea distinta. Isabel Díaz Ayuso ha conseguido conectar con un amplio sector de las bases del Partido Popular. Son muchos los ciudadanos de derechas que ven en ella a una líder auténtica, que no mide sus palabras, que dice lo primero que se le pasa por la cabeza, pero que, en última instancia, dice lo que piensa. Lo que en otras etapas políticas podría haber sido imprudencia o insolvencia, hoy se ve como un signo de esa autenticidad que a los partidos tradicionales tanto les cuesta conseguir y que es, en estos momentos, el bien más preciado en la política. En este sentido, lo que vemos es que, en un partido con una trayectoria mortal de escándalos de corrupción, ha aparecido en Madrid una líder que la gente de derechas cree que es “de verdad”. Consciente del valor incalculable de ese activo, Díaz Ayuso ha creído que tenía los apoyos necesarios para desafiar al líder del partido y, en último término, doblegarlo, a pesar de que una acusación muy grave de nepotismo se cierne sobre ella.

Todo esto tiene lugar ante la ansiedad que produce en las filas del PP el crecimiento de Vox. La presión de Vox ha desquiciado a Pablo Casado, que unos días competía con el partido de la derecha radical en truculencias, excesos verbales y descalificaciones intolerables y otros se presentaba como un conservador pragmático y liberal. Cuanto mayores eran las dudas de su electorado sobre la línea del partido y su presidente, más ha sobreactuado Casado, arruinando la posibilidad de transformarse en un auténtico líder político. Los resultados de Castilla y León han sido la puntilla. Mal aconsejado, el adelanto electoral decidido por la cúpula del PP desde Génova ha tenido consecuencias inesperadas y ha obligado al partido a enfrentarse a un dilema que no puede seguir soslayando: qué hacer con Vox. Habiendo salido Ciudadanos de la escena, ya sólo quedan PP y Vox en la derecha. Y la gran ventaja del Vox de Abascal frente al PP de Casado es que puede enarbolar el valor de la autenticidad de la derecha.

Hasta el momento, en la derecha se han ensayado dos estrategias con éxito para hacer frente a Vox: la de Díaz Ayuso y la de Alberto Núñez Feijóo. Y no pueden ser más distintas. En Madrid, Díaz Ayuso le ha robado la carta de la autenticidad a Vox y ha desplegado sobre el terreno todos los trucos del trumpismo. Declaraciones ofensivas, provocaciones sin cuento, falta de respeto a la oposición, falseamiento de datos, en fin, el combinado es bien conocido. Pero, en cierta medida, ha funcionado, pues ha insuflado entusiasmo en un electorado que en los últimos años no había recibido nada más que disgustos y desengaños y que veía en Vox una alternativa ilusionante. Por supuesto, todo eso ha funcionado con un apoyo cerrado de los medios de la derecha y dosis enormes de propaganda.

Núñez Feijóo ha sido todo lo contrario. Con gestión, moderación e imagen de solvencia (todo ello también regado con un apoyo intenso de los medios regionales) ha conseguido hasta el momento cerrar el paso a Vox en Galicia. Representa la otra vía de solución, arrinconando a Vox en la esquina del extremismo y de la política espectáculo como un partido sin capacidad para resolver los problemas reales de la ciudadanía.

No es casualidad que Díaz Ayuso y Núñez Feijóo sean los dos candidatos naturales a reemplazar a Casado. Son los dos únicos que han sabido afrontar el desafío de la extrema derecha. Resulta además interesante que los dos, desde posiciones tan dispares, parezcan haber encontrado un cierto entendimiento a la hora de exigir el relevo del líder. Que los dos tengan futuro en el PP significa, en último término, que el PP no recuperará la calma interna hasta que no decida qué línea seguir ante Vox y, una vez tomada la decisión, la siga con determinación y hasta el final.

Ignacio Sánchez-Cuenca es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *