Desconocida Colombia

La Operación Emmanuel, así bautizada por el presidente venezolano Hugo Chávez, instaló el fin de año 2007 en el escenario de una formidable superproducción. El padrino de la gran jornada aparecía, en traje de combate, mostrando mapas y señalando con puntero cómo se produciría la liberación. Había convocado a representantes de varios países, seducidos por el atractivo mediático del episodio humanitario. Las imágenes novelescas se acumulaban y, cuando llegaba nada menos que Oliver Stone a filmar el episodio histórico, abrupta, sorpresivamente, sobreviene el formidable fiasco: el epónimo niño que iba a ser liberado estaba ya en Bogotá desde hacía un par de años. En medio de una ola de repudio universal, las FARC entregan ahora -con bastante menos show- a las otras dos rehenes, devolviéndole al presidente venezolano el protagonismo mediático del que usa y abusa para explotar situaciones que merecerían otra sobriedad. Más allá de la alegría que produce esa liberación, la situación de fondo sigue incambiada, tanto para Ingrid Betancourt como para los setecientos rehenes que languidecen en los escondites de la selva. No hay duda de que el episodio ha abierto una luz de esperanza, pero deja claro que cuando las FARC quieren, pueden retroceder de sus atrocidades, sin necesidad de "zonas desmilitarizadas" y otras exigencias que siempre plantean para cobrar ventajas militares.

Esperemos que, en una dimensión más amplia, este dramático episodio sirva para observar a Colombia con algo más de respeto a ese silencioso heroísmo que le ha permitido sostener este enfrentamiento 40 años sin apartarse de la democracia.

Esta Colombia es la misma que en marzo del año pasado realizó en Cartagena de Indias y Medellín un maravilloso congreso de la lengua castellana, cultivada entre sus gentes como en pocos lugares. Fue el momento de celebrar los 80 años de Gabriel García Márquez y los 40 de la publicación de la ya inmortal Cien años de soledad. Es la misma Colombia de los fabulosos relatos de Álvaro Mutis, o del arte de Fernando Botero, que ha poblado el Museo de Medellín con la arrolladora fuerza de sus formas desmesuradas, plenas de ironía y agudeza sobre la condición humana. La misma, también, de la contagiosa vitalidad musical de Shakira.

Así como en marzo gozamos del Congreso, recientemente, con Felipe González y Belisario Betancur entre otros, disfrutamos de la hospitalidad antioqueña en una reunión del Círculo de Montevideo, que cerraron con inspiradas palabras llenas de humanismo y deseo de paz los presidentes de Costa Rica, Óscar Arias, y de Colombia, Álvaro Uribe. Por ello atestiguo que

Medellín es un pequeño milagro. De Pablo Escobar Gaviria y su siniestro cartel sólo queda el dramático cuadro de Botero en el museo. La ciudad, fantasiosamente iluminada a lo largo de todo su río, con un longilíneo bosque de color, vivía esos días del fin de año con alegría bulliciosa: los paseos llenos, los bares repletos, la música resonando.

La economía ha crecido un 7% en 2007, el año anterior un 6,3%, los tres años anteriores un promedio del 5%. Las exportaciones crecieron un 10% y, dentro de ellas, las no tradicionales un 20%. Un tercio de las flores que consumen los EE UU nacen y brotan en los invernáculos colombianos. La educación básica creció del 81% de cobertura en 2002 a 94% en este fin de año. En un país de 42 millones de habitantes, 29 millones poseen ya un teléfono celular.

La economía y la sociedad están en el buen camino y la bonanza que el mercado internacional ha derramado por América Latina le ha permitido mejorar todos sus indicadores sociales. El problema mayor de Colombia está justamente en la guerrilla y su sociedad con el narcotráfico. Pero debe saberse que en los últimos años los éxitos en su combate han sido muy importantes. En el 2007 que termina se han capturado más de cinco mil guerrilleros, han sido abatidos casi tres mil y entre ellos han caído en combate figuras emblemáticas como "El Negro Acacio". No olvidemos que, salvo los tres norteamericanos, todos los secuestrados son de antes del Gobierno de Uribe y que en 2007 se les fugó el ex ministro de Desarrollo Fernando Araújo, hoy canciller de la República, y el intendente de Policía John Frank Pinchao, pese a las penosas condiciones que les imponen a sus rehenes para que no puedan intentar escaparse. Lo que debe entenderse es que la lógica de la guerrilla no es la de la política tradicional, simplemente porque está el narco de por medio y nunca están claros los términos de una negociación de fondo. Si aún retienen 700 rehenes (de los cuales más de 600 son extorsiones a la espera de rescate), si pudieron cruelmente separar de su madre al niño Emmanuel y si en junio de 2007 pudieron matar a quemarropa a 11 diputados que tenían secuestrados, está claro que su estrategia pasa por mantener vivo el terror en la sociedad. Habían sufrido muchos golpes y su objetivo era -y es- refrescar una alicaída imagen de eficacia operativa, para desmoralizar al ejército y revalidar el pacto con sus financistas del narcotráfico, necesitados de una estructura que les asegure espacio para operar. Por eso pudieron ahora jugar con la opinión pública mundial y aun con gobiernos simpatizantes, como el de Venezuela, al que -felizmente para todos- arrojaron un salvavidas de último momento.

Desgraciadamente, con frecuencia se cae en los estereotipos, que dicen que Uribe es de derecha, a pesar de su exitosa política social, y las FARC son de izquierda, no obstante, su criminalidad, su total vaciamiento ideológico y la ominosa sociedad con el comercio de las drogas. Esto no es, entonces, política tal cual la concebimos. Es otra cosa, dentro de la lógica del terrorismo y el narcotráfico. Como Colombia también es mucho más que ese escenario de combate que se muestra todos los días como si fuera un país arrasado, cuando sus grandes ciudades viven una notable recuperación, el delito ha caído vertiginosamente y los secuestros extorsivos se han reducido a una cuarta parte de lo que eran en el 2002.

Julio María Sanguinetti, ex presidente de Uruguay. Es abogado y periodista.